Ofreció sublime
concierto en el Teatro de la Ciudad
Cierra Laurie Anderson un esplendoroso año musical
Tiene en su primera presentación en México
a un público conocedor de los significados de sus composiciones
PABLO ESPINOSA
El año musical 2002 culmina esta noche en el Teatro
de la Ciudad con el último de los tres conciertos de Laurie Anderson,
quien la noche del viernes, con el primero de esta tríada, completó
un paisaje cultural que a lo largo de los meses recientes fue conformando
un vasto sistema de vasos comunicantes.
La velada del viernes congregó en el recinto de
Donceles a una selecta multitud, evidentemente cierta de los significados,
implicaciones y entramado intelectual que tal acontecimiento revestía.
Un
público culto, enterado, pensante, ajeno al fenómeno mediático
en que han querido convertir el arte de la música tanto productores
como medios de comunicación, cada vez más estupidizados con
un proceso de trivialización y consumo que pareciera inevitable
y fatal de no existir artistas como Laurie Anderson, Terry Riley, Peter
Gabriel, por mencionar los tres creadores que en fechas recientes han hecho
sonar su música en recintos mexicanos y cuyos principios estéticos
conforman tal sistema de vasos comunicantes mencionado dos párrafos
arriba.
Tal entramado puede extenderse, mediante un procedimiento
de análisis sencillo, muchos más meses atrás, cuando
David Bowie culminó su presentación mexicana con un encore
histórico: O Superman (for Massenet), y que es una de las
partituras que dieron celebridad mundial a Laurie Anderson. Tal versión
de Bowie constituyó un anticipo de los conciertos de Anderson. En
perspectiva tal se ubica igualmente la pieza Excellent Birds, creada
por Laurie al alimón con Peter Gabriel, quien luego de su relación
amorosa con Laurie no solamente dejó el grupo Génesis, sino
que tomó el sendero de creación sonora que lo ubica hoy en
día como uno de los artífices del nuevo pensamiento musical
genuinamente creativo. La red de conexiones sigue con William Bourroughs,
con quien Laurie escribió muchas canciones y quien es compañero
de viaje de otros visitantes distinguidos: Lawrence Ferlinghetti y Jourgen
Dash. El sistema de vasos comunicantes culmina con Lou Reed, esposo de
Laurie, cocreadores de piezas también celebérrimas, como
In our sleep, y receptores/difusores a su vez de todo este movimiento
cultural que nació con Andy Warhol y la escuela minimalista de Terry
Riley, Philip Glass y Lamonte Young.
La noche del viernes tales connotaciones catedralicias
retumbaron en dos horas de creación sonora en estado alquímicamente
puro. Inició con la clásica composición de Laurie
Anderson de bello título también: StrangeAngels y
culminó con un encore ubicado en lo más alto de la
concentración creativa. Todo el recital puede condensarse como una
expresión sublime de la belleza en la más perfecta de sus
formas: la inteligencia.
En el programa de mano, la propia Laurie anota de manera
exacta los principios y fines de este concierto que preparó especialmente
para presentarse por primera vez en México. Al terminar el recital,
las certezas y las convicciones en el público (rostros iluminados,
caras recién bañadas por la belleza) eran una euforia de
privilegios, elevaciones, aplausos como homenaje y retroalimentación
del genio creativo. La nueva banda de Laurie Anderson, que ella define
de manera exacta como un conjunto de compositores, puso viejas y nuevas
composiciones en ese estado de gracia que caracteriza los conciertos únicos
e irrepetibles, en esa epifanía resultante del placer y del pensamiento
unidos, en suma en ese nivel de perfección, armonía, conjunción
de ideas y salmos laicos que recibe, como un soplo divino, el calificativo
más alto: lo sublime.
El primer recital de Laurie Anderson en México
incluyó también uno de sus placeres mayores: esa piedra de
toque de la cultura occidental que consiste en el acto simple y noble de
contar historias (to tell stories, racconter des histoires) divertidas
y serenas, irónicas y didácticas a la manera de las historias
zen. Y también sonaron Big Science, Poisson, una versión
abreviada y renovada de The ugly with the jewels, todo en un estado
de irrealidad real, de duermevela hiperconsciente, en una euforia de belleza,
expresada en la más perfecta de sus formas: la inteligencia, la
inteligencia como la más bella de las artes.
Esta noche (18:30 horas) ofrece Laurie Anderson su último
recital en el Teatro de la Ciudad de México. Es el cierre magnífico
e idóneo a un año musical esplendoroso. Para fortuna de la
inteligencia, la moda del consumo y la estulticia aún no pueden
derrotar a la belleza, es decir, a la inteligencia. Lo que equivale a decir
que todo se ha jodido, menos el amor.