Carlos Bonfil
El experimento
En 1971 la facultad de sicología de la Universidad de Stanford condujo un experimento para estudiar las reacciones de un equipo de voluntarios, dividido en dos subgrupos, que debían permanecer en cautiverio y adoptar los roles y personalidades de reos y guardianes respectivamente. Una cárcel virtual donde al quedar prohibida la expresión abierta de la violencia, se verificaría la capacidad de cada individuo para contener sus emociones y los diversos niveles de agotamiento psíquico que conducirían a la inhibición parcial de la respuesta individual. Un laboratorio del sometimiento inducido y del potencial humano para infligir humillaciones psicológicas. El experimento quedó inconcluso al no poderse valorar con precisión los estragos, posiblemente irreversibles, a que se expondrían los participantes. Treinta años después, el realizador alemán de televisión Oliver Hirschbiegel retoma la idea en plena euforia del Big brother mediático, y propone mostrar los extremos a que podría haber conducido un encierro y una experimentación semejantes.
El realizador obtiene un considerable éxito de taquilla en Europa con una propuesta comercial que combina astutamente el cine de acción y el tema de la tentación autoritaria, de vigencia innegable en un espectro político continental de orientación crecientemente derechista. De su filiación genérica la cinta retiene fórmulas y convenciones dramáticas: maniqueísmo en la propuesta (buenos y malos, determinados no por el azar de los roles asignados, sino por características físicas o psicológicas que el espectador advierte de inmediato); un reparto atractivo, donde destacan el temperamental rebelde Tarek (Moritz Bleibtreu, Corre Lola corre), y Berus (Justus von Dohnanyi), villano de vocación fascista, ambos en confrontación constante, como en cinta hollywoodense, tipo Día de entrenamiento. La clave del éxito de El experimento radica sin embargo en la destreza con que el director incorpora el lenguaje televisivo a las secuencias de acción, en su buen manejo del suspenso, y en su modo de sugerir paralelamente tópicos de reflexión. ƑHasta qué punto es posible cambiar la personalidad de un individuo condicionándolo convenientemente, transformando su pacifismo en agresividad extrema, o domesticando su rebeldía, o exacerbando su frustración social y sus rencores? Los participantes en el experimento deben de entrada abandonar sus nombres, adoptar una identidad neutra, aceptar el número que en lo sucesivo los designa. Se monitorea entonces su comportamiento, se inducen sus reacciones, se excita su propensión a la violencia, y se mide su resistencia al sufrimiento mediante el terror psicológico, como en un clásico de Bradbury o en el 1984 de Orwell. Y todo esto en directa interpelación al público, removiendo sus temores más íntimos, señalando paranoias compartibles, o los climas de inseguridad urbana, o la violencia que promueven los medios.
En el microcosmos que muestra El experimento se observan y analizan los comportamientos extremos (no con la profundidad requerida, que el cine de acción apenas permite), y se sugiere un paisaje más vasto de disfunciones colectivas, que van desde el linchamiento espontáneo hasta la opción autoritaria como respuesta a una pretendida pasividad del orden establecido. Esta irracionalidad latente en cualquier comunidad y la violencia mediática que la exacerba, son asuntos que el cine ha abordado con aciertos memorables, en Furia (1936), de Fritz Lang, o en Un rostro en la muchedumbre (1956), de Elia Kazan. La cinta de Hirschbiegel no alcanza alturas semejantes, pero sí consigue, con toda su eficacia comercial, exhibir mecanismos de control ciudadano y las relaciones de poder que pervierten el tejido social. En su referencia explícita al nazismo y a la persistencia del odio en las sociedades contemporáneas, El experimento se coloca con mayor sinceridad en el terreno de la reflexión que en la dinámica del entretenimiento. Haber sabido combinar las dos vertientes es posiblemente su mayor acierto.
Se exhibe esta semana en Cinépolis Plaza Universidad y en Cinemanía