Angeles González Gamio
Nostalgia navideña
Es curioso darse cuenta de que en todas las épocas la gente suele pensar que todo tiempo pasado fue mejor. Esto se comprueba leyendo a antiguos cronistas que vivieron en periodos que ahora pensamos maravillosos y que a ellos les parecieron en muchos sentidos de una modernidad decadente. Ese es el caso de las deliciosas reseñas de don José María Alvarez, quien escribe sus extraordinarias Añoranzas a principios del siglo XX, nostálgico de los tiempos de su infancia, en las últimas décadas decimonónicas.
Recuerda don José María las fiestas decembrinas: "En nuestros actuales días las posadas, que antes eran actos meramente religiosos, se han transformado en fiestas profanas donde se charla, se bailan exóticas danzas al descompás de escandalosas radiolas, y se liba sin tasa, terminándose muchas veces en verdaderas batallas campales en que abundan los golpes y aun los disparos de armas de fuego. Eran bien diferentes en aquellos tiempos de mi mocedad: se cantaba ineludiblemente la Letanía Lauretana, formando los concurrentes un largo desfile a cuya cabeza marchaban, llevando en sus andas a los santos peregrinos, y todos los asistentes, al compás de alguien que rasgueaba en la guitarra las sagrados cantos rituales Turris Ebúrnea, Consolatrix Aflictorum y Regina Virginum, que todos coreaban unciosamente con el Ora pronobis. Se pedía enseguida la posada, dividiéndose la concurrencia en dos bandos y leyéndose los versitos alusivos del cuadernillo, que pasaba de mano en mano, mientras se chorreaban los vestidos con la parafina de las velitas encendidas, entonando los concurrentes el conocido sonsonete: Eeee...n nombre del cieeeelo..."
Tras la detallada descripción de la velada, con gran erudición el cronista nos platica el origen de las posadas, que solamente se celebran en nuestro país y se originaron en las pequeñas piezas religiosas llamadas autos, que los misioneros componían en lengua mexicana. Uno de los primeros 12 franciscanos, fray Luis Fuensalida, escribió en náhuatl unos Coloquios entre la Virgen María y el arcángel San Gabriel.
Ya desde 1533 se había efectuado en Tlatelolco una representación denominada El juicio final que, por cierto, hace unos años Miguel Sabido presentó magistralmente en ese mismo sitio, con alrededor de 400 participantes, muchos de ellos vecinos del lugar, hablada en náhuatl; espectáculo realmente conmovedor e impactante.
También nos comenta con sorna el cronista de la cada día más popular costumbre del árbol de Navidad y de Santaclós: "En los tiempos antañones no se introducía aún la costumbre de poner el árbol de Navidad, ni se habían importado en nuestro país copias exóticas del extranjero Pere Noel, como se dice en Francia, Wottan en Alemania, o Santa Claus, nombre híbrido con el que se le designa en Estados Unidos y que es una corrupción de San Nicolás, que fue un santo griego que se volvió leyenda en Rusia, lo que explica su atuendo, que es parecido al de un mujick, con el blusón atado a la cintura, pantalón bombacho y botas. El rojo del atuendo se atribuye a que San Nicolás era obispo y éstos usan la vestimenta de ese color; el trineo tirado por renos era el transporte usual durante el gélido invierno en ese país".
De la tradición del árbol de Navidad, nos comenta don José María que proviene de los países nórdicos de Europa, donde existe una leyenda cristiana que alude a un monje llamado Colomban, quien reunió a sus correligionarios en lo alto de una colina, en torno de un sabino venerado por los habitantes, para fijar en sus ramas, justamente la noche de Navidad, antorchas en forma de cruz. Iluminado por su resplandor, Colomban, quien después fue santo, predicó sobre el nacimiento de Jesús. En México introdujeron la costumbre extranjeros que pronto fueron copiados por la aristocracia mexicana y finalmente por los habitantes de las ciudades.
Y aquí terminamos, porque ya es hora de comer y nos vamos a agasajar con un festín navideño en uno de los mejores restaurantes de comida mexicana de la ciudad: El Bajío, situado en la avenida Cuitláhuac 2709, por los rumbos del bello Azcapotzalco.
Dos entradas imprescindibles: tacos de jaiba al vapor, envueltos en hoja de plátano con salsas negra y roja, típicos de Jalapa, y las gordas infladas rellenas de frijol o requesón. Ahora sí ya estamos listos para el bacalao y los romeritos con sus clásicas tortitas de camarón. El postre: nieve de zapote, guanábana o mamey y un aromático café de Coatepec. Si tiene suerte y está Titita, su adorable dueña y cheff, no deje de saludarla; su plática es tan sabrosa como su comida.
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