ARGENTINA: SALDOS DE LA CRISIS
En
su más reciente informe, el Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo (PNUD) emite un severo diagnóstico sobre la situación
social de Argentina, país azotado por la peor crisis de su historia
reciente y claro ejemplo de los desastres causados por la explosiva mezcla
entre una clase política corrupta y negligente y el acatamiento
sin cortapisas de los designios de los organismos financieros internacionales.
En su análisis, el PNUD señala que 53 por
ciento de los argentinos (19 millones de personas) vive en la pobreza (no
son capaces de adquirir una canasta básica de alimentos y servicios),
en tanto que 25 por ciento se encuentra en situación de indigencia,
sin posibilidad para cubrir siquiera sus necesidades alimenticias básicas.
Tales cifras revelan que el desastre social argentino es de una magnitud
profunda y dolorosa, máxime cuando ese país se encontraba,
hasta hace no mucho tiempo, entre las naciones más desarrolladas
de América Latina: basta referir que, según el reporte del
PNUD, la renta per cápita argentina cayó de casi 8 mil dólares,
en 2000, a tan sólo 2 mil 750 dólares, en 2002.
El hambre y la pobreza que agobian a millones de argentinos,
empero, no parecen afectar a los directivos del Fondo Monetario Internacional
(FMI), institución cuyas políticas y modelos han ocasionado
en toda América Latina el desmesurado incremento de la desigualdad,
la miseria y la desesperanza. Apenas ayer, el director gerente del FMI,
Horst Koehler, negó que el organismo a su cargo tenga responsabilidad
en la crisis argentina, declaración que sólo confirma el
cinismo y la insensibilidad que han caracterizado a los fundamentalistas
del capitalismo salvaje. En contrapartida, en un arranque de sinceridad
o frustración, el canciller argentino, Carlos Ruckauf, propuso la
disolución del FMI al considerarlo ineficiente e incapaz de afrontar
la actual crisis.
Con todo, y pese a la presente defensa de los intereses
nacionales emprendida por la administración de Eduardo Duhalde frente
a los organismos financieros multilaterales, no debe olvidarse que la clase
política de ese país ha tenido una insoslayable responsabilidad
?de la cual no están libres los actuales gobernantes? en la debacle
argentina. La corrupción generalizada, el privilegio de canonjías
particulares ?en muchos casos espurias? por encima del bien general, la
entrega del patrimonio nacional a trasnacionales, la negligencia y el sometimiento
a los dictados de la banca internacional y de los personeros del capitalismo
salvaje, integran el repertorio de lacras perpetradas por los sucesivos
gobiernos argentinos. El descrédito de la clase política,
evidenciada en los movimientos populares que iniciaron hace ya casi un
año, es más que patente, y los argentinos, parafraseando
al canciller Ruckauf, están en todo su derecho de exigir no sólo
la disolución del FMI sino del régimen que los ha conducido
a una crisis económica, humana y social sin precedente.
La dramática y dolorosa situación que vive
Argentina, como la que se experimenta a lo largo de América Latina,
es un indicador más de la necesidad y la urgencia de modificar el
vigente modelo económico, depredador y antisocial. De lo contrario,
el fantasma de la pobreza que azota todo el subcontinente no dejará
de causar estragos y permanecerá como fatídica herencia para
las generaciones futuras. ¿Cuánta hambre, enfermedad, marginación
y desesperanza han de padecerse antes de que los gobiernos de la región
comprendan, si es que están capacitados para hacerlo, que el neoliberalismo
y la globalización salvajes son el enemigo de los pueblos y la principal
causa de los estragos económicos y de los estallidos sociales que,
con exasperante recurrencia, se padecen en las naciones en desarrollo?