Gonzalo Martínez Corbalá
Martes 11 de septiembre: en Chile y en EU
Cuando estuve en Jerusalén, en el Monte Hertzl, y presencié el vuelo homenaje que hacían los jets de la fuerza aérea israelí a los muertos en la Guerra de los seis días -que no terminaba todavía-, hice votos expresados en silencio para mí mismo solamente šporque no hubiera más muertos en el Medio Oriente! Esa guerra pudo haber durado también sólo cuatro días. Se prolongó dos más únicamente en la meseta del Golán, porque en las colinas de Al-Magore (sin miedo en el corazón) en la frontera con Siria -arriba del mar de Kineret-, la batalla no había terminado todavía. Yo recogí algunos cartuchos calientes aún, disparados por las ametralladoras instaladas en los oscuros y estrechos bunkers en donde se atrincheraron los israelíes para combatir contra las fuerzas sirias que no se rendían fácilmente. Esto pasaba en junio de 1965.
Han pasado cuatro décadas casi y mis secretos deseos porque no hubiera más muertos en el Medio Oriente no se cumplieron nunca y -Ƒlo tengo que decir?- cada vez, cada año hay más violencia que no parece tener fin en el siglo XXI.
El miércoles pasado a medianoche, con la media luna del 11 de noviembre, hice votos semejantes porque la enorme lista en la gran placa de mármol en la tumba del soldado desconocido, en el corazón de Estados Unidos, en Washington, con la presencia del presidente de la gran potencia, los deudos de los soldados muertos en la Segunda Guerra Mundial se acercaban hasta el muro repleto de nombres de las víctimas a buscar el de Ƒsu padre?, Ƒo su abuelo?, quién lo puede saber, y con un papel delgado sobre el nombre pasaban una tira para calcarlo y guardar el grave recuerdo. Mucho me temo que también como en Israel y en este ominoso siglo XXI mis deseos tampoco se cumplirán. Muy pronto pisarán el suelo iraquí 250 mil soldados de los países aliados de Estados Unidos, que serán muchos en los primeros días del próximo año, cuando al calor de cualquier incidente quede lejos y débil el rumor de los 15 votos de las Naciones Unidas y se desate la violencia nuevamente en el golfo Pérsico -por segunda vez en Irak, en 10 años-, cuando todavía 67 por ciento de los pozos petroleros que tienen debajo más de 100 mil millones de barriles -cuatro veces las reservas probadas de México- están inutilizados, como producto de las guerras anteriores -Desert Fox y Desert Storm. Solamente están en explotación 33 por ciento (New York Times, 10 de noviembre). Los medios informan que ya se iniciaron las visitas de inspección de los comisionados por la ONU y no pasa nada todavía.
Sólo ha pasado que se nombró una comisión, integrada por 10 congresistas demócratas y 10 republicanos para investigar los errores u omisiones que se hubieran cometido el 11 de septiembre y presidida špor Henry Kissinger!, protagonista importante del otro 11 de septiembre, el de 1973, según él mismo lo relata en sus propias memorias publicadas en 1979. El cargo lo aceptó, según comentario de CNN en su edición estadunidense, reluctantly, es decir, de mala gana. Su dictamen y recomendaciones tendría que entregarlos después de terminado el actual periodo de gobierno del presidente Bush.
Pudiera haber algunas sorpresas en el documento de conclusiones. Habrá que esperar un año para saberlo. A ver si lo entregará al mismo presidente de Estados Unidos, y a ver también, si para entonces se habrá terminado la guerra contra Irak. Después, mucho después del dictamen de los inspectores de la ONU.
No se puede olvidar ni tampoco minimizar el martes 11 de septiembre de 2001 en Nueva York como tampoco se debe olvidar el otro martes 11 de septiembre de 1973 en Chile, donde también secretamente deseé que no hubiera más muertos rodando en el cauce del río Mapocho empujados Ƒo arrastrados? por sus escasas aguas de esos días de otoño chileno.
En el 11 de septiembre neoyorquino hay que expresar una fraternal solidaridad con quienes siendo civiles y estando desempeñando su trabajo cotidiano fueron muertos sin saber siquiera por qué, ni por quiénes, muchos de ellos eran mexicanos. Los muertos el 11 de septiembre, en Santiago de Chile, muy principalmente, con el propio presidente Salvador Allende a la cabeza, los lamentamos como nadie o como todos. Como si hubieran sido atrapados, torturados y muertos nuestros hermanos, nuestros familiares, nuestros amigos. Como lloramos también la muerte de Pablo Neruda.
Salvamos a los que fue posible, y también imposible, por los medios que hubiera a mano, preferentemente con el Tratado del Asilo de Caracas de 1954; no siempre se pudo hacer así lisa y llanamente. Hubo que abrir otras alternativas, no en todos los casos enteramente diplomáticas. Dice Gracián que la sabiduría sin el valor no sirve para nada.
En los días del golpe las calles olían a pólvora quemada, a sofocones de los escapes de los tanques y de los camiones que llevaban a los prisioneros. Los chorros de agua de los guanacos llegaban a tumbar, herir y también a matar en las calles a los manifestantes antipinochetistas, víctimas del golpe de Estado.
En esos días de 1973 no podíamos saber cuántos muertos y cuántos desaparecidos quedarían al final, pero sabíamos que iban a ser muchos, muchos más que los que se hubiera previsto.
En las calles semidesiertas de Santiago se respiraba el mismo olor de los gases lacrimógenos de los chorros de agua y de los disparos de las armas que llenaban de humo de pólvora el ambiente... y de sangre los pavimentos de sus calles.
La trayectoria de los derechos humanos es contemporánea y paralela a la de Naciones Unidas y se expresa en singular, así, simplemente: el derecho a la vida y el disfrute de ella, de crear algo en beneficio del hombre mismo, lo que no parece que hemos de poder ver en este siglo XXI, que está generando regímenes de excepción que se invisten del poder con la celeridad que se requiera para controlar la energía, el espacio y la tierra. A reserva de seguir con el mismo o muy parecido patrón para poner de uno o de otro lado del eje del mal, a los países y a los pueblos que no estando en favor de la violencia para combatir el terror, están automáticamente en contra.
Las 15 potencias que integran el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ya tomaron una decisión. Irak tendrá que aceptar la inspección minuciosa y a fondo de su territorio y de todas sus instalaciones, incluidos los palacios presidenciales. Esta vez hacemos votos por que no se encuentre nada que pudiera ser considerado causa justificada de la acción militar, para lo que Estados Unidos tendría que esperar a una nueva resolución del Consejo de Seguridad. Hacemos votos también, porque aun en ese supuesto se respete la jurisdicción de Naciones Unidas y los acuerdos vigentes.
Son ya cuatro décadas de sangre y de violencia en el Medio Oriente. Ya llegó también la ola sangrienta a Mombasa, Kenia, y siguió en Israel con un nuevo ataque terrorista suicida en el que hubo 15 muertos y muchos heridos.
Nuevamente y tantas veces como sea necesario, tantos años como nos sea posible, habremos de hacer votos por que se acabe la violencia y porque se destierre el ominoso fantasma de la guerra nuclear en el siglo XXI.