José Blanco
Rica alternancia fútil
Nuestra primera experiencia de democracia con alternancia, después de dos años de nuevo gobierno, ha traído de todo y tan contradictorio que justifica el oximoron del título de este artículo. Haber terminado con el efectivo hechizo político, con el miedo de las mayorías a la alternancia, con la patraña de que sólo el PRI sabía y podía gobernar, haber dado fin a las bases sobre las que se reproducía y progresaba la podredumbre corrupta y el hedor que llegó a acumular el PRI en sus últimos lustros de gobierno, haber rematado el presidencialismo asfixiante de ese engendro purulento en que llegó a convertirse el "sistema", fue un formidable, invaluable paso de la sociedad mexicana.
El conjuro, el encantamiento demoniaco que mantenía a las mayorías votando por el horror conocido frente a la incertidumbre del cambio, voló en mil pedazos. Ese estatus cuasi estructural de la sociedad mexicana que mantenía al PRI en el poder, una vez hecho añicos, nadie podrá rehacerlo, pulverizado está sin remedio, por más duros residuos que supervivan y que son un lastre agobiante para el futuro de la sociedad mexicana, como es el caso de los sindicatos charros, con nota sobresaliente en el SNTE. Ese pasado priísta no volverá jamás, aun si el PRI recuperara la Presidencia de la República, hipótesis no imposible en el marco de un gobierno que teme usar el poder.
Si el PRI hubiera ganado las elecciones, la podredumbre habría seguido creciendo bajo sus mismas bases, asomando por todos los poros de la sociedad mexicana y del gobierno. Transparencia Internacional nos tendría ubicados en el último escalón de su clasificación universal, el ánimo de la República arrastraría la cobija y, por supuesto, el 5 por ciento de crecimiento del producto que prometía Labastida se habría concretado en cero por ciento en 2001 y en uno y pico por ciento en 2002, tal como ocurrieron las cosas bajo la Presidencia de Fox, simplemente porque la tasa de crecimiento del producto depende del ritmo de aumento de la economía mundial, especialmente de la tasa de aumento del producto en Estados Unidos: México ("šnovena economía del mundo!"), no tiene peso alguno en el crecimiento de la economía planetaria. La suerte de las variables macroeconómicas, grosso modo, habría sido la misma, porque bajo cualesquiera de los dos gobiernos nos habríamos movido bajo el mismo "modelo" económico. Peor aún, para nada es remoto que el PRI hubiera usado los salarios como palanca complementaria del control de la inflación.
El PRI, en el marco de la globalización, se negó sistemáticamente a buscar vías de fortalecimiento del mercado interno, del mismo modo que lo ha hecho Fox. Recientemente el Presidente anunció que habría programas para ese fortalecimiento, dado el decaimiento de la economía americana -como gusta decir equivocadamente el gobierno foxista-, pero hasta ahora nadie sabe en qué consisten. Es obvio que ese fortalecimiento es indispensable crezca o no crezca la economía estadunidense.
De otra parte, cuando Santiago Creel habla de corresponsabilidad, es claro que en este punto tiene razón. Liquidado el presidencialismo priísta, emergió el Congreso como un poder efectivo, que ya no opera piloteado desde Los Pinos. Es inútil que los partidos de oposición quieran escabullirse: son conjuntamente responsables de la trayectoria primordial que ha seguido la economía y la vida política de la nación. Las reformas legales y las nuevas leyes son responsabilidad conjunta del Poder Ejecutivo y del Legislativo, aunque es menester introducir algunos matices no menores: la llamada ley indígena fue una decisión del Congreso, y la negativa a las reformas estructurales es una decisión del Congreso, en particular de los partidos de oposición.
Estos dos años nos han enseñado, estrellándonos una y otra vez con el mundo real, que la alternancia en la democracia es un valor inapreciable, un patrimonio ganado a pulso por la sociedad, pero que nuestros nuevos instrumentos sirven nada más -aunque nada menos- para decidir, bajo reglas civilizadas aceptadas por todos, quién debe representarnos y gobernarnos y punto. Está claro para todos que los poderes de la Unión se configuran a partir de todos los partidos y que sin acuerdos de Estado para darle un rumbo mejor a la nación continuaremos navegando en la turbia neblina que hoy nos envuelve y que se volverá altamente densa el año que viene, porque nos espera un nada halagüeño año electoral.
2003 será un año en que los partidos hablarán y hablarán hasta por los codos, fruslerías sin cuento, sin hueso ni sustancia. Porque parece que ninguno sabe lo que quiere, porque no tienen proyectos concretos para el país, en el que entren, como componentes ineludibles, los otros partidos políticos y su pobretura de ideas. El PRI y el PRD declamarán su nacionalismo revolucionario populista y el PAN no se atreverá a declamar abiertamente su democratismo cristiano.