Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 1 de diciembre de 2002
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Capital

Angeles González Gamio

Emoción profunda

Pocas obras humanas causan tanta emoción como la arquitectura de Luis Barragán, el único arquitecto mexicano que ha recibido el premio Pritzker, considerado el Nobel de arquitectura. Este año se conmemora el centenario de su nacimiento, y entre los múltiples homenajes que se le rinden, sobresale la exposición La revolución callada, que se presenta en el Palacio de Bellas Artes y nos muestra una cuidadosa selección de documentos originales de su archivo, que custodia una fundación suiza.

Afortunadamente su casa, biblioteca y archivo personal son preservados por la Fundación de Arquitectura Tapatía, integrada por mexicanos admiradores de la obra del gran maestro, conjuntamente con el gobierno del estado de Jalisco, de donde era originario Barragán.

La exposición muestra planos y fotografías de las distintas construcciones, entre las que sobresalen las Torres de Satélite, el fraccionamiento del Pedregal de San Angel, la capilla de las monjas capuchinas sacramentarias, en Tlalpan, y varias casas; entre otras, en las que vivió. Todas ellas nos hablan del genio universal de don Luis, pero nada se puede comparar con la emoción profunda que provoca la visita a su casa de Tacubaya, que se conserva tal como él la vivió, con sus muebles, cuadros, libros, adornos, todo parco, que refleja su personalidad, plena de misticismo.

En diversas ocasiones habíamos visto fotografías de la casa, pero poco tienen que ver con la experiencia de recorrer los espacios y sentir el espíritu creador detrás de cada detalle. Tuvimos el privilegio de conocerla acompañados por cuatro miembros de la Fundación de Arquitectura Tapatía, que exudan amor y admiración por la obra: los arquitectos Armando Chávez, José Fernando Vigil y Enrique y Emilia Toussaint. Emilia ha peinado prácticamente los 11 mil documentos, buena parte de ellos cartas, que constituyen el rico acervo de don Luis, y lo conoció personalmente, lo que salpicó la visita de anécdotas de su vida, que nos hicieron sentir la presencia del talentoso creador, que en su arquitectura refleja su filosofía de la vida, valores y aspiraciones.

El arribo a la calle donde se encuentra la casa brinda la primera sorpresa: una arteria cerrada, en un rumbo modesto entre el Periférico y la avenida Constituyentes. Aquí se encuentra la llamada Casa Ortega, la primera en que vivió Barragán, y al lado, la última que habitó.

Las fachadas no delatan el paraíso interior; la visita se inició por la Casa Ortega, que da paso a los jardines donde comienza a desatarse la emoción: diversas plataformas nos presentan distintos ambientes con profusa vegetación: helechos, bambúes, enredaderas, plátanos, árboles frondosos, espejos de agua.

Después viene el recorrido por la casa: un sencillo pasillo abre paso al vestíbulo, sobrio, con decoración austera y muros en un intenso rosa; a continuación se penetra a la sala comedor, subyugante espacio de altos techos, todo en blanco con pocos muebles, una gran chimenea, y en el comedor un cuadro pintado por él, inspirado en uno de Joseph Albert, y un par de reproducciones de Picasso y de Orozco. Un medio muro da acceso a la biblioteca, con una mesa de trabajo y confortables sillones, donde se le imagina sentado leyendo. Ahí cobra sentido un gran ventanal que sobresale extrañamente en la fachada. En este lugar se encuentra la célebre escalera adosada a un muro, sin barandal, que ha sido tan copiada por afamados arquitectos contemporáneos.

En la segunda planta, el cuarto blanco confirma su gusto por la ventanas altas que propician la vista del follaje y el cielo; junto, la recámara, casi celda, con su angosta cama, y frente a ella un enorme óleo de la Anunciación. Una angosta escalera da paso a la azotea, que es un espacio de muros altos, cuya única vista es el cielo y una torre, cuyo efecto visual es impactante.

Durante la entrega del premio Pritzker, el otorgante señaló que se le brindaba por haberse dedicado a la arquitectura "como un acto sublime de la imaginación poética", afirmación con la que coincidimos totalmente. En su discurso Barragán explica sus conceptos de religión y mito, de la belleza, el silencio, la soledad, la serenidad, la alegría, la muerte, la arquitectura, del significado de los jardines y las fuentes. Estas ideas nos explican en gran medida su prodigiosa arquitectura, que se caracteriza por reflejar una perfecta armonía entre espacio, luz y color. Es sin duda el gran maestro de todo aquel que ama la belleza y aspira al goce de la espiritualidad en la vida cotidiana, sea o no arquitecto.

Es difícil transmitir en palabras la emoción que provoca la obra de Luis Barragán. Sólo queda sentirnos agradecidos a la vida porque haya existido un ser así y brindar por él con un tapatío tequilita.

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