Rolando Cordera Campos
Dos años, pero por diez
Para don Adolfo Sánchez Vázquez
Este domingo se cumplen dos años de gobierno del presidente Fox. También 20 desde que México emprendió un largo y doloroso camino hacia una modernidad nunca bien definida ni entendida, que luego se volvió empresa globalizadora, y hasta entrada preferente al primer mundo. Hoy, a pesar de las proezas y hazañas estabilizadoras de que presumen el Presidente y su secretario de Hacienda, no hay modernidad más que en jirones, la desigualdad y la pobreza se han apoderado del escenario y del horizonte, y los imaginarios alentadores que despertaron la democracia y la alternancia ceden el lugar al desaliento de las masas y la crispación de los ricos, que ya se sentían elites posnacionales... con sede en Houston.
Inscribir los dos años del presidente Fox en los 20 que inauguró el presidente De la Madrid puede parecer arbitrario y alevoso. Después de todo, se dirá, con Fox en realidad termina aquella época del fin del priísmo que se gestó en la crisis de la deuda y el ajuste draconiano aplicado entonces para evitar que el país "se nos fuera entre las manos", como postuló De la Madrid el primero de diciembre de hace dos decenios.
Como se recordará, este fin de época fue reconocido por Carlos Salinas en 1988, cuando declaró ante sus angustiados correligionarios que había terminado la era del partido "casi único", pero la admisión oficial del hecho no llegó hasta 1994, cuando hizo crisis la crisis, se levantaron los zapatistas en Chiapas, Colosio fue asesinado y estalló la ilusión en una transición de terciopelo siempre bajo el control del PRI y sus grupos dirigentes. Luego vino el derrumbe de la economía y con él la apertura fulminante del litigio en la cumbre, que el presidente Zedillo quiso volver pleito de cuchilleros y tramitar en la barandilla de un Ministerio Público enloquecido, que no sólo le mintió a él sino a toda la sociedad y logró lo que parecía imposible: enlodar todavía más la procuración de la justicia en México.
Fox no puede renunciar a esa herencia de desajuste económico y crisis política. La herencia imaginaria de una economía boyante, una finanza más que estable, una inflación domada y una sociedad festiva quedó en la primera curva de la alternancia, y celebrar la estabilidad conservada equivale a regocijarse con una economía que vive en una "horizontal tambaleante", como en su tiempo describió Marte R. Gómez el estado de la economía nacional durante la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado.
No hay hoy indicador de buena gestión financiera que no se tope con la ominosa circunstancia de un estancamiento extendido por más de dos años, un desempleo encanijado que ya afecta los nuevos puestos de trabajo creados por la maquila y la industria exportadora, y que no augura nada bueno para el año que entra, año político que el propio Presidente se ha empeñado en calificar, sin meditarlo mucho, de decisivo.
Esta es la realidad de la que el país debe partir para empezar la dura tarea de revisar, corregir y fijar rumbo, antes de que las decisiones se tomen en otra parte, o en todas partes, que sería lo peor. Poco ganaremos empeñándonos en creer que dar vueltas a la noria es práctica ejemplar o edificante para los demás. Las comparaciones son odiosas, y en el caso mexicano se han vuelto majaderas, pero siguen siendo fuente insustituible de conocimiento.
Y en este segundo caso hay muy poco de qué ufanarse: seguimos amarrados a una economía portentosa que sin embargo hoy parece desbocada y sin control, y carecemos, porque hemos renunciado a ello, de los mínimos mecanismos para compensar los efectos negativos de tal amarre y no contamos con los dispositivos adecuados de mediación social e institucional para enfrentar los conflictos acumulados que, en buena medida, son el fruto de la manera en que elegimos inscribirnos en la globalización. Sin red protectora y al amparo de la buena voluntad del vecino rico, que ahora se ocupa con obsesión del mundo, pero no de nosotros.
Asumir esta especie de "marginalidad globalizada" debía ser también punto de arranque obligado para reflexionar sobre este "estar en el mundo" que ahora propicia mil y una irritaciones. Somos, propone Carlos Monsiváis, más que nacionalistas "posnacionales", por lo menos en el caso de la elites políticas que el secretario Castañeda ve como irredentas "antiamericanas". Somos xenófobos, se ha llegado a postular desde el púlpito electrónico, pero lo que sobresale del debate es la poca importancia que se le da de la elite para abajo. Y es este menosprecio por debates fundamentales lo que nos hace marginales en la peor de sus dimensiones: en la que tiene que ver con el pensar y el discurrir como condición para atreverse a ser modernos. Veinte años pueden no ser nada, pero cómo calan. Y nadie puede salirse del calendario.