REPORTAJE LAS CALAVERAS DE
AZUCAR, ARTE DE MANOS MEXICANAS
Artesanos convierten el dulce en ''renovación
de la vida''
Costumbre, tradición y juego para recordar a
los muertos
Las calaveras de azúcar son una artesanía
mexicana con destino efímero y constituyen una costumbre urbana,
es la parte festiva, la broma; es otro lenguaje, diferente al de los pueblos,
en los que no las hay sino sólo representaciones de la muerte, explica
Marco Buenrostro, especialista en el arte popular de México y autor
de Tradición y Cultura, página incluida en esta sección
ROSARIO JAUREGUI NIETO
De acuerdo con la época del año es el dulce.
Para noviembre, el azúcar se transforma en un juego con la muerte.
''La descarnada'' se viste con filigranas, flores de no me olvides y rosas,
guías acanaladas de betún y con luminosos papeles de intensos
colores. ''Es una artesanía mexicana con un destino efímero,
que el artesano elabora con capacidad plástica y un sentido amoroso;
pone en ella todo lo que hay dentro de él, consciente de la temporalidad.
También es belleza y renovación de la vida", define Marco
Buenrostro, estudioso del arte popular del país y autor de la página
Tradición y Cultura de La Jornada.
Las calaveras de azúcar constituyen una costumbre
urbana, es la parte festiva, la broma; es otro lenguaje, diferente al de
los pueblos, en los que no hay calaveras sino representaciones de la muerte,
explica Buenrostro.
''Es una forma de burlarnos de la muerte. Es costumbre,
tradición y juego en la celebración del Día de Muertos."
Dulce al vaciado
Una por una cada año se crean miles de calaveras.
Los artesanos comienzan a trabajarlas desde mayo o junio para que en octubre
estén listas.
La técnica para su elaboración se denomina
dulce al vaciado. Daniel F. Rubín de la Borbolla, en sus libro La
artesanía del alfeñique y el dulce vaciado, tradición
para la ofrenda de Todos los Santos, anota que consiste en preparar
un líquido con agua y azúcar que se cocina durante una media
hora hasta que esté espeso. La temperatura debe subir a 180 grados
Celsius o un poco más. Por tres litros de agua en un cazo colocado
al fuego se agregan, lentamente, entre 15 y 17 kilos de azúcar en
el momento de ebullición. Generalmente se busca la más blanca
para que el dulce no quede pardo o manchado (aunque ahora, en la Feria
del Alfeñique en Toluca, se apreciaban algunas de colores verde
y amarillo, una innovación,
dicen los artesanos). Con una paleta de dulcero o de madera se mueve lentamente
el líquido y se rocía de vez en cuando con agua fría.
Con una escobeta de raíz se tallan de manera constante las orillas
del recipiente para que la miel no burdie (término técnico
dulcero), es decir, que no se formen capas de azúcar en las paredes
y en el borde del cazo. Para saber si la miel está en su punto,
el artesano mete una mano en agua fría y después un dedo
dentro de la miel en ebullición; lo debe sacar al instante para
después volver a introducir la mano en agua con el dulce adherido
al dedo. Esta muestra se frota con los dedos para saber si se puede formar
una ''bolita" de dulce transparente y duro, entonces, la miel estará
lista para vaciarse en los moldes y preparar la figura.
Lisa y sin grumos
La segunda parte de este cuidadoso trabajo debe hacerse
con rapidez para que la calavera quede lisa, sin grumos, bien formada,
precisan quienes las hacen.
Los moldes son de barro y en mitades que se unen con una
liga para completar la figura. Se mojan para templar la miel. Formados
en hilera se llenan hasta su borde superior; con una cuchara de madera
se quita el exceso de miel, se espera a que ésta enfríe en
las paredes del barro y quede seca la figura; se voltean de inmediato para
escurrir el excedente de miel (no se sabe cuanto tiempo lleva, pues todo
debe ser muy rápido) pasados unos minutos se abre el molde y se
deja secar 24 horas. Al siguiente día se le quitan las rebabas de
azúcar y la imaginación del artesano despierta entonces para
decorar la figura con una pasta de betún, preparada con clara de
huevo, azúcar glass y colorantes.
Casi siempre se usa el llamado ''punto perdido'' para
hacer las filigranas, las guías acanaladas, flores y pegar el papel.
Todas son parecidas pero ninguna igual. Algunas llaman
la atención por su artisticidad, como las que la arquitecta Fidelia
García halló para los lectores de La Jornada en un
puesto del mercado de Tlacoquemécatl, en la colonia Del Valle. ''Son
las más vistosas y ejemplo de la renovada creatividad de las manos
mexicanas", escribió a Marco Buenrostro.
''Están hechas de mejor calidad, el papel es con
holograma, tiene flores metálicas, el betún tiene varios
colores y tonos, de tal forma que dan un efecto diferente", afirma Laura
García Nava, dueña del puesto. A ''la descarnada'' la visten
los diferentes rosas, verdes, morados y los azules tan azules del mar.
Seguramente su destino no será desbaratarse en unos segundos en
el paladar, sino viajar a otros países para representar la mexicanidad.
El dulce juguete es un regalo y debe llevar el nombre
del destinatario. En el mercado de Tlacoquemécatl a las hermanas
García Nava -Georgina, Laura y Araceli- les encanta seguir la tradición
''para que las personas se vayan contentas con su calaverita". Tienen en
el puesto una dulla improvisada con una bolsa de plástico y betún,
con la que pacientes y amorosas ponen nombre a la azucarada. Esta costumbre
también perdura en algunas partes del estado de México, como
Toluca.
Ataúdes,
monjes y otras figuras
Otra de las formas de jugar con la muerte mediante el
dulce es el alfeñique, con el que se realizan ataúdes, monjes
y figuras de animales, como el cerdo, la gallina, y borregos con patas
larguísimas, entre otras, ''que quizá gustaban a nuestros
antepasados", afirma Horacio Vilchis Gutiérrez, miembro de la cuarta
generación de su familia con 70 años de elaborar dulces.
Rubín de la Borbolla refiere que los dulces del
Día de Muertos, en el valle de Toluca, son indistintamente ''rito
y juguete, ceremonia y ornato, deleite a la vista y al paladar, estética
y sustento de la economía familiar".
El alfeñique es también de temporada, más
elaborado y caro que el dulce al vaciado. Se prepara con azúcar
glass
o pulverizada, clara de huevo, limón, chautle o chaucle
(blatia campanulata); algunos artesanos utilizan goma de tragacanto,
en vez de este mucílago, semilla de nabo, semilla de amol (mora
silvestre) y colores vegetales.
Para preparar el alfeñique se baten las claras
hasta que quedan a ''punto de turrón" y se agrega poco a poco el
glass
y, después, el chaucle, que a su vez ha pasado por un proceso
de secado al sol, molido, cernido y revuelto con agua hasta formar un líquido
espeso. Finalmente, se pone el limón. Con todo se forma una plasta
blanquecina y se ponen los colores vegetales.
Mientras se pone harina a los moldes, que también
son en mitades, para que no se pegue la masa, ésta permanece envuelta
en lienzos húmedos u hojas de calabaza para que no se endurezca.
Para llenar los moldes se toma una porción de la masa y se ''palotea"
(término de los dulceros) hasta hacer una espesa tortilla delgada,
la cual se coloca y se extiende con cuidado dentro de los moldes; se deja
secar unas 24 horas, se desprende la figura de los moldes y se les pega
con la misma pasta, adelgazada con agua, hasta formar bien el cuerpo. A
mano, con la misma pasta, se modelan las patas, los cuernos, la cabeza,
la boca, la cola y se pegan al cuerpo de la figura. Para decorarla, los
artesanos utilizan algodón o pochote, para semejar la lana de los
borregos, por ejemplo; tejamanil, cartón, humo de ocote, hilo de
escarcha, diamantina, papel de estaño, semilla de chicalote, papel
en forma de listón, papel de china y algún licor fuerte.
Más fuerte que la muerte
Marco Buenrostro distingue la creatividad de quienes trabajan
el alfeñique como la de artesanos en tres tiempos, pues las yemas
de los cientos de huevos que utilizaron servirán para hacer rompope
y los cascarones se rellenan para otras festividades del año.
Los alfeñiques y el dulce al vaciado se acostumbran
en Día de Muertos en varias zonas de entidades como Aguascalientes,
estado de México, Guanajuato, Guerrero, Jalisco, Michoacán,
Morelos, Nayarit, Colima, Oaxaca, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí,
Tlaxcala, Veracruz y Zacatecas, refiere Rubín de la Borbolla.
Delicados y frágiles, estos dulces sobreviven al
tiempo y a sus adversidades (la humedad los deshace y el calor también)
por la fuerza de la tradición, viven y perviven, también,
por el amor de quienes cultivan este arte, ciencia, artesanado, y porque
el dulce es más fuerte que la muerte, como se parafrasearía
a sí mismo el espíritu de Guy de Maupassant durante un Día
de Muertos en Mixquic.