Adolfo Sánchez Rebolledo
El terrorismo de cada día
Por principio, el terrorismo es inadmisible bajo cualquier circunstancia y debe ser enérgicamente condenado, pero de esa afirmación no se deduce que todos los métodos empleados para combatirlo sean válidos. La única justificación de un Estado para resolver por la fuerza situaciones como la ocurrida en el teatro Dubrovka de Moscú, radica en que 1) se hayan agotado las fórmulas de negociación entre las partes y 2) que el operativo diseñado para someter a los terroristas se produzca con un mínimo de daños para los cautivos. El gobierno ruso insiste en que los secuestradores que se habían mostrado ante la televisión con las bombas atadas al cuerpo no le habían dejado otra alternativa, pero no ha conseguido explicar por qué autorizó en definitiva el empleo de un gas tóxico secreto, sin la menor consideración por la integridad de los cerca de 800 espectadores secuestrados: o bien el jefe del gobierno ruso es un irresponsable que no midió las consecuencias de sus actos o sencillamente se olvidó de la seguridad de los rehenes, cuyas bajas vendrían a ser el efecto indeseable, pero inevitable (daño colateral) del objetivo de liquidar al comando.
Es posible que las exigencias del comando checheno resultaran ilógicas e incumplibles, sin embargo, el gobierno ruso tampoco estaba dispuesto a pactar nada que no fuera la rendición incondicional de los asaltantes, como se puede juzgar por las arrogantes declaraciones a posteriori de Putin, muy a la Bush, equiparando la cuestión chechena en general con la noción de "terrorismo internacional", elaborada por el gobierno estadunidense para justificar una guerra de proporciones universales no sujetas al control de nadie. Se dirá que uno aplicaba la fuerza legítima del Estado y los otros no pasaban de ser unos terroristas, por añadidura islamitas, pero ésa es sólo una parte del problema, no el principio de solución.
En casos anteriores, como en la toma de la embajada de Japón en Lima, un acucioso trabajo de inteligencia y planeación permitió a las fuerzas especiales liberar vivos a los rehenes y, simultáneamente, liquidar a los miembros del MRTA que los habían capturado. A veces el gobierno cede y los secuestradores obtienen ventajas a cambio de la vida de sus víctimas. Los riesgos siempre son enormes, por eso las acciones de rescate se preparan con sumo cuidado, echando mano de los recursos más sofisticados disponibles para estos efectos, pero lo fundamental es la prioridad establecida por los responsables de enfrentar la crisis.
Naturalmente, a la pregunta de qué es prioritario para los estados, salvar vidas o reprimir a los culpables, sobre todo si éstos son terroristas, las fuerzas de seguridad dirán siempre que su objetivo es evitar el asesinato de víctimas inocentes, aunque en el teatro de operaciones ocurra exactamente lo contrario. La verdad es que ante la disyuntiva de ceder en algo a las exigencias de los terroristas o aplicar una medida ejemplar, aun a costa de la vida de víctimas inocentes, algunos gobiernos, entre ellos Estados Unidos y Rusia, prefieren aplicar el principio de no "ceder al chantaje" para descargar toda la responsabilidad en los autores de la violencia terrorista y así desalentar futuras acciones. Justamente es esa visión la que explica el fondo de la catástrofe moscovita.
La brutalidad de los métodos empleados por las fuerzas especiales rusas debería ser motivo de preocupación de la comunidad internacional, no objeto de caravanas diplomáticas de aquiescencia, al menos por tres razones bastante obvias: a) El empleo de armas químicas bajo el paraguas de la lucha contra el terrorismo resulta, además de ilegal, si se comprueba la naturaleza del gas, incompatible con la defensa de los derechos humanos que, justamente, se quiere proteger. El gas venenoso empleado por las fuerzas especiales rusas causó la muerte a más de 100 rehenes y muchos más sufrieron lesiones de diverso grado que hicieron indispensable su hospitalización. b) Ni siquiera en las peores guerras el derecho internacional permite "rematar" al enemigo cuando éste se halla inerme, en este caso por el efecto del gas tóxico. c) La caótica situación del Estado ruso, la corrupción de sus componentes, no garantizan en lo absoluto que las armas secretas, incluyendo el misterioso gas, estén a buen resguardo, como ya se probó, en marzo de 1995, cuando un grupo seudorreligioso japonés atacó el Metro de Tokio con gas sarín, probablemente contrabandeado de Rusia.
Bien que los gobiernos condenen el terrorismo "en cualquier parte del mundo", pero si no queremos hundirnos en la barbarie es preciso imponer algún límite a la acción de los estados. Rusia, ciertamente, ha padecido actos terroristas terribles como la explosión de varias bombas colocadas en edificios de Moscú con un saldo de 210 muertos, ejecutado no por los chechenos, sino por el Ejército de Liberación del Daghestán, siguiendo un modus operandi muy semejante a los suicidas de Al Qaeda, cuya influencia sobre algunos sectores musulmanes es más que probable. Sin embargo, es difícil atribuir la dimensión del terrorismo en la federación rusa sólo a la actividad de fuerzas internacionales, sin tomar en cuenta los graves e irresueltos problemas planteados por algunas pequeñas naciones que, como Chechenia, tras varias guerras viven en la desesperación, caldo de cultivo para el terrorismo.
Equiparar las reivindicaciones políticas de los chechenos con la acción de los grupos terroristas no es buena señal, sobre todo si se omite denunciar la conocida brutalidad del ejército ruso para pacificar la región y se eluden las salidas políticas en una situación que ya es desastrosa.