Cuauhtémoc Cárdenas Batel
Reconciliación inconclusa
Es motivo de honda satisfacción encontrarme aquí entre ustedes y tener la oportunidad de dirigirles unas palabras. Quiero agradecer a la Universidad de Alcalá, a todos quienes forman parte de ella y en especial al rector don Manuel Gala, por el homenaje que se hace a Amalia Solórzano y a Lázaro Cárdenas, y por conducto de ellos, al pueblo de México al imponer sus nombres a tan importante y significativa aula en la Facultad de Filosofía, y al colocar una placa conmemorativa que los recuerda a ambos. En su nombre, en el de su familia y amigos, muchas gracias.
Para quienes hemos vivido siguiendo el ejemplo de Amalia Solórzano y Lázaro Cárdenas, para quienes compartimos sus luchas y anhelos, no puede sino llenarnos de orgullo que sus nombres queden ligados a esta ciudad, cuna de Manuel Azaña, y a esta universidad, Patrimonio de la Humanidad, por la cual han pasado grandes, grandísimos nombres de la cultura universal y,
lo que es más importante, seguirán pasando.
Amalia Solórzano y Lázaro Cárdenas estuvieron ligados mucho más allá del amor mutuo; a lo largo de sus vidas las luchas por la paz, la justicia, la emancipación de los pueblos y el amor a la libertad los llevaron a recorrer juntos innumerables caminos. Juntos lo siguen haciendo, juntos están aquí, juntos celebran la proclamación de la segunda República Española cada 14 de abril y juntos abrieron las puertas de México a sus defensores.
En 1937, aun antes de concluida la guerra civil y ante el avance de la rebelión contra su gobierno, el presidente Manuel Azaña deja en manos del gobierno mexicano a un grupo de cerca de 500 niños para ponerlos a salvo de la barbarie. Ahí se inicia el éxodo que aumentaría con la marcha forzada de miles de hombres, mujeres y niños. Lázaro Cárdenas escribió en sus apuntes personales el primero de mayo de ese mismo año: La traída a México de los niños españoles (...) no fue iniciativa del suscrito. A orgullo lo tendría si hubiere partido del Ejecutivo esta noble idea. Fue de un grupo de damas mexicanas que entendieron cómo debe hacerse patria y que consideraron que el esfuerzo que debería hacer México para aliviar la situación de millones de huérfanos no debía detenerse ante las dificultades que se presentan (...) México no pide nada por este acto; únicamente establece lo que debe hacerse con los pueblos hermanos cuando atraviesan por situaciones difíciles como acontece hoy a España.
Entre ese grupo de damas estaba Amalia Solórzano. Desde entonces y hasta hoy, su relación con los defensores de la República Española ha estado marcada por el reconocimiento y el cariño recíprocos.
La voz de México se alzó firme en cuanto conoció de la insurrección contra el gobierno de la República. La ayuda material, aunque modesta, México la ofreció con el único afán de hacer valer el derecho internacional frente al atropello del que era objeto un pueblo hermano. Parecía imposible permanecer inmutable ante las manifestaciones de orgullo de Queipo de Llano cuando sus soldados violaban a las mujeres, o ante la advertencia de Franco de "fusilar a media España" de ser necesario, pero la República se quedó sola. Con la honrosa excepción de México, las llamadas democracias occidentales con Francia, Inglaterra y Estados Unidos a la cabeza, prefirieron desentenderse del problema español.
Ningún gobierno atendió las advertencias que hizo México en la Sociedad de las Naciones, nadie pareció dar validez a los tratados internacionales de cooperación y amistad, y los buenos oficios del gobierno mexicano fueron poco menos que inútiles. El conflicto español se agravó cuando las fuerzas del fascismo decidieron intervenir y las potencias aliadas nada hicieron. España sirvió de laboratorio para gobiernos y ejércitos extranjeros que pretendían desde entonces conquistar nuevas zonas de influencia. Allí se inició una cuenta que se elevó a más de 50 millones de muertos al término de la Segunda Guerra Mundial.
Ante la inminencia de la derrota de la República, el gobierno mexicano no hizo más que lo que debían haber hecho todos: recibir a todo el que quisiera irse. Las puertas de México se abrieron a todas la conciencias que buscaron un lugar donde seguir siendo libres. Nunca el gobierno de Lázaro Cárdenas condicionó el otorgamiento de asilo a nadie, incluso sabiendo que en numerosos casos podría afectar las relaciones con los gobiernos de otras naciones; nunca se exigió a nadie renegar de su ideología o de su patria de origen, a nadie se le pidió renunciar a sus luchas y objetivos, porque para Lázaro Cárdenas el derecho de asilo venía acompañado de la continuidad en la lucha y fue siempre sinónimo del derecho a la vida en libertad.
Somos muchos los que hemos crecido con el ejemplo de los defensores de la República Española, ejemplo de congruencia, de entrega y lealtad a los principios. De ellos aprendimos que la patria no está donde marcan las fronteras; la patria se lleva con uno, por difícil que sea el peregrinar; la patria está en la justicia, en la libertad y en la dignidad. México, al abrir sus puertas hizo posible que la legitimidad democrática y la razón histórica sobrevivieran y fueran intocables para la brutalidad de la fuerza, y permitió a los perseguidos que la España de la libertad siguiera siendo su patria.
El pueblo mexicano y su presidente Lázaro Cárdenas ofrecieron además una nueva patria a todos aquellos a los que les fue posible llegar a ella y así México, es sabido por todos, recibió a muchos hombres y mujeres de conocida trayectoria en diversas disciplinas, pero recibió sobre todo a miles de hombres y mujeres que, desde el anonimato de una ocupación común, le han dado su mejor esfuerzo y han luchado siempre por las mejores causas de su pueblo.
La riqueza humana que en ese entonces se perdía en España por la guerra, la ganábamos del otro lado del Atlántico para México, pero más que eso, la ganábamos para la preservación de una España libre y su futuro. Con instituciones como la Universidad de Alcalá, que hoy nos recibe, España ha comenzado a recoger y a hacer suyo el enorme legado de conocimiento y creación que la comunidad republicana desde México ha dado y que para nuestra fortuna, sigue dando al mundo.
Con su dedicación al trabajo, los republicanos españoles fundaron en México centros de enseñanza de todos los niveles, empresas, centros de investigación, hospitales, industrias agrícolas, centros culturales, bancos, comercios, talleres de un sinfín de oficios, revistas, editoriales, y en ellos florecieron poetas y escritores, obreros, pintores, escultores, médicos, campesinos, arquitectos, científicos, mineros, ingenieros, abogados, maestros, economistas, cineastas y actores, editores, padres, madres, hijos, nietos, en fin, mujeres y hombres que conforme se fueron haciendo mexicanos nos han enseñado a todos a ser también republicanos españoles.
Y al llegar ustedes a esta tierra nuestra -dijo Lázaro Cárdenas en alguna ocasión- entregaron su talento y sus energías a intensificar el cultivo de los campos, a aumentar la productividad de las fábricas, a avivar la claridad de las aulas, a edificar y honrar sus hogares y a hacer, junto con nosotros, más grande a la nación mexicana (...) Aunque no quedara ninguno de los veteranos de la República, su ejemplo de lealtad y su fe en la reivindicación de los derechos violados será mandato para la actual juventud y las futuras generaciones, y continuará como bandera invicta de los precursores del triunfo de la democracia.
Sería imposible enumerar a todos los hombres y mujeres que han contribuido a preservar a esa España de la libertad -conocidos los nombres de muchos, casi anónimos los más-, pero a más de 20 años de la Constitución que hoy rige a España, hay todavía una parte de la patria española que reclama ver la luz en su propia tierra. La democracia se enriquecerá enormemente cuando esta nación reivindique a la segunda República Española como un periodo luminoso de su historia.
Hoy pensando en tantos hombres y mujeres que, obligados por la fuerza bruta, tuvieron que dejar esta tierra, y en los que aquí sufrieron el oscurantismo y la violencia de la tiranía, solamente me resta decirles que, por la memoria de los que ya no están, por derecho y por lealtad, en nuestros corazones vive y vivirá por siempre la bandera bicolor de España.
Palabras pronunciadas el 30 de octubre al imponerse el nombre de Amalia Solórzano y Lázaro Cárdenas al Aula Magna de la Universidad de Alcalá de Henares.