Alejandro Nadal
Lula: cambiar el modelo neoliberal
El desafío central para la presidencia de Lula será la recuperación de un crecimiento equilibrado y sostenible. Para lograrlo deberá superar varias dificultades. Una inmediata es la del servicio de la deuda externa y sus ramificaciones sobre las finanzas públicas. Más adelante debe resolver el problema de la articulación entre política fiscal y monetaria en una economía abierta.
Por más que el gobierno saliente insista en que el problema de la deuda externa es manejable, los números indican lo contrario. En 1994 la deuda total equivalía a 30 por ciento del PIB y hoy rebasa 56 por ciento. La deuda externa es cuatro veces el total de sus exportaciones (cerca de 58 mil millones de dólares en 2001). Y si se compara el servicio de la deuda con el saldo de la balanza comercial, el panorama se oscurece. El año pasado, por concepto de intereses sobre deuda externa Brasil destinó 17 mil 600 millones de dólares (mdd) a sus acreedores internacionales. Entre 1994 y 2001 pagó 111 mil mdd por intereses, mientras la deuda externa se expandía rápidamente.
Por cierto, la crisis de la deuda no se debe sólo al clásico esquema del dispendio oficial: más de 50 por ciento de la deuda externa total es del sector privado, y cuando sobrevenga la crisis de pagos alguien va a tener que intervenir.
Pero el gobierno puede jactarse de que su deuda externa no sea tan grande porque trasladó su endeudamiento al mercado interno. Lo grave es que una parte significativa de la deuda pública interna se compone de documentos indizados al tipo de cambio (igual a los tesobonos, aunque con plazo de vencimiento más largo). La devaluación del real este año aumenta la presión. Peor aún, los asesores de Lula saben que hay un esqueleto en el armario llamado deuda no reconocida de aproximadamente 800 mil millones de reales.
La ramificación más dañina para el nuevo presidente es la camisa de fuerza que hereda en materia fiscal. Para enfrentar el servicio de la deuda, la austeridad fiscal en Brasil generó un superávit primario equivalente a 3.75 por ciento del PIB. Eso no es resultado de mayor recaudación, sino de un recorte feroz en el gasto programable. Peor, las corredurías sostienen que el superávit primario deberá elevarse un punto porcentual por arriba de esa meta, lo que significa mayor recorte en el gasto. El acuerdo con el FMI confirma esa meta, y si Lula quiere modificarla debe indicar cómo puede restructurar la deuda externa. Por su parte, el FMI debería indicar cómo puede ayudarle. El primer tête-à-tête puede realizarse en noviembre, cuando se haga la primera revisión del acuerdo con el Fondo.
En los últimos 20 años la economía brasileña permaneció estancada. El crecimiento promedio anual del PIB entre 1982-2001 apenas alcanza 2.4 por ciento (el año pasado fue de 1.5 por ciento). A precios constantes, el PIB per cápita en 2002 es comparable al de 1982; es decir, se quedó estancado durante dos décadas. El rezago en bienestar social que esto representa es extraordinario.
Lula debe sentar las bases de una política macroeconómica comprometida con el crecimiento en lugar del dogma de la estabilidad macroeconómica. Eso tiene sus dificultades en un país en el que la hiperinflación hacía estragos todavía hace diez años. Pero un nivel socialmente aceptable de inflación tendrá que remplazar el actual dogma de inflación de primer mundo.
Antiguamente el objetivo central de la política macroeconómica era algo parecido al pleno empleo y, por lo tanto, el crecimiento era clave. Con la liberalización financiera, el objetivo es la estabilidad macroeconómica y, en especial, el control de la inflación.
Por la presión internacional, el banco central bajo el nuevo gobierno probablemente mantendrá una política que privilegia la estabilidad del índice general de precios. Pero aquí hay una fuerte contradicción, típica del modelo neoliberal: la política fiscal "responsable" se aplica para reducir la tasa de interés, pero la política monetaria restrictiva conduce al efecto contrario, presionando la tasa de interés al alza. Eso sí, la doble restricción, fiscal y monetaria, imprime un sello recesivo a toda la economía. El estancamiento a su vez reduce la recaudación e impone nuevas presiones para reducir más el gasto programable. No es la única contradicción del modelo neoliberal, pero ésta amarra en un círculo vicioso la postura recesiva de toda la política macroeconómica.
El principal desafío para Lula es cambiar esta configuración que se relaciona con la arquitectura del modelo neoliberal, particularmente la apertura y desregulación financiera. Esta es la parte más complicada del proyecto, pero la transformación es inevitable si se quiere crecer con desarrollo.