NARCOFUNCIONARIOS: IR A FONDO
El
desmantelamiento de una red de informantes incrustados en las instituciones
federales de seguridad, defensa y procuración de justicia, que operaban
para la delincuencia organizada, es sin duda una noticia alentadora y auspiciosa
en el contexto del profundo deterioro que afecta a las corporaciones encargadas
de resguardar el orden público, la tranquilidad ciudadana, la vigencia
de la legalidad, la integridad territorial y la soberanía nacional.
Pero al mismo tiempo la longevidad, la extensión,
la eficiencia y la operatividad de esta red son indicios alarmantes sobre
la debilidad de las instituciones ante el poder de penetración de
las mafias del crimen organizado en general y del narcotráfico en
particular, así como la consecuente indefensión de la ciudadanía
frente al incremento de la inseguridad y la criminalidad.
Resulta positivo, ciertamente, constatar que las secretarías
de la Defensa Nacional y de Seguridad Pública, así como la
Procuraduría General de la República, son capaces de realizar
operativos de contrainteligencia y, a la larga, localizar, detener y consignar
a sus empleados que pasan información a los cárteles de la
droga. Pero es inevitable y desolador percibir que los 22 funcionarios
públicos detenidos y los tres arraigados representan muy posiblemente
sólo una fracción de los delincuentes infiltrados en tales
dependencias.
Tal suposición no es producto de un mero espíritu
negativo y crítico a toda costa, sino explicación ineludible
de la ineficacia institucional en la procuración e impartición
de justicia ante los delitos en general, en las que prevalece un índice
de impunidad inaceptablemente alto.
Por lo que hace al tráfico de drogas, es oportuno
reiterar que las autoridades nacionales libran en este terreno, desde hace
muchos años, una guerra que no podrá ganarse en tanto no
se adopte una percepción más amplia de los problemas de la
drogadicción y de la producción, trasiego y comercialización
de enervantes.
En efecto, el fenómeno global del narcotráfico
no podrá erradicarse en tanto no se asuma, de una vez por todas,
que no es el consumo de drogas el que lo provoca, sino la prohibición
de consumirlas, y que las adicciones deben resolverse no con la policía
y el Ejército, sino con acciones en los ámbitos de la educación,
la salud, el desarrollo social y la integración familiar.
Al margen de tales consideraciones, es claro que, en la
coyuntura presente, las autoridades deben ir a fondo en la investigación
de esa red de malos funcionarios públicos, detectar todas sus ramificaciones
y llevar a la justicia a todos los implicados, independientemente de su
rango y posición social.