¿CERO TOLERANCIA EN EL DF?
El
anuncio oficial de que el Gobierno del Distrito Federal y la Secretaría
de Seguridad Pública capitalina contrataron la asesoría del
ex alcalde neoyorquino Rudolph Giuliani para abatir los niveles de delincuencia
de nuestra ciudad resulta inquietante y deplorable por diversas razones.
La primera de ellas es que se trata de una operación
poco transparente: los honorarios del despacho de Giuliani serán
pagados por "instituciones privadas que se han puesto en contacto con las
autoridades de la ciudad de
México", a decir del estadunidense, y por miembros
de la iniciativa privada que integraron un fideicomiso, según el
jefe de Gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador,
pero ni uno ni otro aclaran quiénes van a dar los fondos ni a cuánto
ascienden. Giuliani tiene todo el derecho de mantener en reserva el origen
y los montos de sus contratos, pero es lamentable que a estas alturas el
Gobierno del DF pretenda escamotear a la opinión pública
información crucial sobre una medida que ha suscitado, ya, inconformidades
e incluso alarma en diversos sectores.
No es para menos, si se toma en cuenta que la estrategia
anticrimen aplicada por Giuliani, estrategia basada en el despliegue de
brutalidad policíaca, en la llamada Urbe de Hierro en la década
pasada se tradujo en numerosas violaciones a los derechos humanos, en una
penalización de la pobreza y la marginalidad, en la eliminación
de las diferencias entre delitos y faltas administrativas y en la represión
y persecución de los infractores al mismo nivel que los delincuentes.
De esa forma se pasó a perseguir, como si fueran violadores o asesinos
peligrosos, a los jóvenes que orinan en la calle, que pintan un
grafiti en un muro o que rompen el vidrio de una ventana.
La política conocida como Tolerancia cero tuvo,
en efecto, buenos resultados estadísticos, pero los números
no sólo registraron un importante descenso de los delitos cometidos,
sino también un incremento de los casos de brutalidad policiaca
y de violaciones de las garantías individuales.
Pero, además, la guerra sin cuartel de los hombres
de Giuliani no limpió la ciudad de delincuentes sino que los echó
a la periferia, cumpliendo así con la muy comprensible exigencia
de las clases medias y adineradas.
Un ejemplo: sólo por la violación de los
derechos civiles que significa desnudar injustificadamente a ciudadanos
inocentes, para efectos de cateo, la policía neoyorquina hubo de
pagar unos 50 millones de dólares en indemnizaciones a los afectados.
Y no deben olvidarse las atrocidades perpetradas por los guardianes del
orden de la gran manzana contra los sospechosos favoritos, es decir, los
negros, los hispanos y los pobres de todos los colores. Durante los últimos
años organizaciones pro defensa de los derechos humanos y de los
derechos civiles, como Amnistía Internacional y Human Rights Watch,
no han cesado de denunciar el aumento imparable de los abusos y actos de
brutalidad de la policía de Nueva York.
Giuliani perdió todos los casos que la Unión
de Libertades Civiles de Nueva York presentó contra él por
la brutalidad que su modelo policiaco generó en la gran urbe. Baste
como ejemplo recordar el famoso caso del joven africano Amadou Diallo,
muerto por una lluvia de 41 balas disparadas por una unidad de elite de
la ejemplar policía neoyorquina.
Además de mostrar desprecio por los especialistas
nacionales, que los hay, López Obrador parece ignorar asuntos tan
elementales como que, por ejemplo, mientras un policía de Nueva
York gana 30 mil pesos al mes, el capitalino devenga 3 mil pesos. No era
necesario ir a esa ciudad para contratar a semejante personaje. En México
hay de sobra esa clase de ralea humana que, con gusto, reditaría
viejos tiempos de impunidad y represión.
Al confirmar su contratación por los misteriosos
benefactores del GDF, Giuliani dijo que pensaba recomendar a las autoridades
de la capital mexicana atacar la corrupción en la propia policía,
y expresó la asombrosa obviedad de que "la rendición de cuentas
en las autoridades policiales es clave para abatir la corrupción
en el Departamento de Policía mismo".
¿Cuánto se va a gastar, y qué compromisos
va a contraer, el gobierno de López Obrador para enterarse de algo
que podría escuchar de labios de cualquier peatón o automovilista
capitalino? ¿Cuál es el propósito de las autoridades
de empañar su propia imagen de honestidad, sensibilidad y transparencia
con la firma de convenios oscuros? ¿Qué sentido tiene esta
alianza con un proverbial represor de pobres y marginados que, para colmo,
se ha erigido en vocero de la inmoral y delirante "guerra contra el terrorismo"
que libra el gobierno del país vecino?