Javier Aranda Luna
La verdadera vida de García Márquez
Las grandes obras no pertenecen, en realidad, a ningún género. Su estructura es importante y de ella depende en gran medida su eficacia. Pero no podemos reducir la grandeza de una obra a su mero andamiaje. Si así fuera tendríamos legiones de excelentes escritores. Además, Ƒpor qué llamamos a un dramaturgo como Shakespeare, poeta? ƑPor qué a La Comedia la consideran no pocos lectores una novela?
Desde hace tiempo, quizá desde Cien años de soledad, publicada en 1967, Gabriel García Márquez pertenece a esa estirpe de escritores a quienes el género no los ata y para los que no existen temas menores. Muchos de sus personajes que la crítica ha visto como producto del realismo mágico son comunes en América Latina. Forman parte de nuestra vida menuda.
La niña que come tierra en Cien años de soledad dispara la imaginación del lector tanto como los viejos que a puños se comen las paredes de adobe de la iglesia, donde supuestamente adoró Juan Diego a la virgen. No sólo eso: Ƒno es verdad que en El otoño del patriarca la poesía está presente? Tan es así que esa novela rinde homenaje a uno de los poetas que han acompañado a García Márquez desde su juventud: me refiero a Rubén Darío. Como se ve, ni géneros lo constriñen ni lo limitan temas.
Vivir para contarla es, será, la odisea de su vida. Mejor aún: la odisea de los días que le tocaron vivir. Más allá de la autobiografía que se ciñe a lo estrictamente personal, las memorias tendrán una resonancia mayor, si nos atenemos a los dos adelantos que García Márquez publicó en estas páginas. No sólo consigna hechos; desmenuza literariamente ''momentos" más que días y años, porque sólo los momentos son dignos de recordar. Los días pasan, nos enseñó Cesare Pavese, sólo recordamos los momentos. Sus memorias serán, en buena parte, sin duda, recuerdos en el sentido fuerte del término: los antiguos recordaban con el corazón, no con la mente. Recordar: traer de nuevo algo al corazón.
Según García Márquez debe su esencia a las mujeres. Ellas hacen posible el mundo que los hombres al tratar de gobernarlo deshacen. No debe extrañarnos esta afirmación. El fue criado en su infancia por su abuela, varias tías y un enjambre de mujeres que ayudaron en las labores domésticas de la casa de sus abuelos a lo largo de los años. Su abuela, lo ha dicho García Márquez, cultivó su imaginación cuando apenas era un niño. Le contaba historias parecidas a las de Kafka.
Si el inicio de Vivir para contarla son sus novelas encontraremos muchos guiños en sus memorias para conocer, en parte, la vida secreta de su literatura. Confirmaremos, quizá, que el niño que descubre el hielo de Cien años... no es otro que el propio García Márquez llevado de la mano de su abuelo, que una de sus hermanas es la niña que come tierra, que sus sueños forman parte de los nuestros. Infancia y juventud encierra el primer tomo de sus memorias, la novela que siempre quiso hacer, la que habla de la vida que no es la que uno vive sino la que uno recuerda ''y cómo la recuerda para contarla".