Ramón Vera Herrera
Sorpresa, el mundo es campesino
"A diferencia de cualquier otra clase trabajadora y explotada -dice John Berger en Puerca tierra- el campesinado se ha mantenido siempre a sí mismo y esto lo hizo, en alguna medida, una clase aparte. En tanto produjo el excedente necesario, se le integró al sistema económico-histórico-cultural; como se procuró su propio sustento, sobrevivió en la frontera de tal sistema..."
Vivimos una transición de época. Dicen que culminará cuando se haya impuesto en todos los rincones del globo una lógica de fragmentación y confusión. Imposible. Aunque abarque al mundo, geográficamente, no ha logrado invadir todos los tramados de relaciones, todos los corredores de sentido existentes ni sus hilos invisibles. Si así fuera, resistir este proceso no sería imposible sino inimaginable. Ni la resistencia ni la esperanza existirían como idea.
Todavía es incontrovertible que la mayoría del mundo es campesina -y para efectos prácticos alimenta al grueso de la población- pero es cierto que nunca antes el embate contra la vía campesina fue tan frontal. En todo el mundo, no sólo en México, se quiere desaparecer a los campesinos, su tramado de relaciones.
Desaparecerlos, aparte de matarlos, implica convertirlos en frágiles obreros de las maquilas, por ejemplo, esa forma moderna de explotación sin los controles que antes tenían como obligación las empresas. El artículo 123, que defendía a los trabajadores, está muerto (o lo secuestraron) porque con la "flexibilización del mercado laboral", ninguna de las conquistas de 150 años tiene filo.
Los datos hablan por sí mismos: hay 120 millones de trabajadores migrantes en el mundo. La ciudad de México es el espacio indígena más grande de todo el continente. En la ciudad se hablan 48 de las 56 lenguas de nuestro país. El campo se vacía, y cuando no, se reconvierte a barriada de un "medievo maquilero".
Es un mundo donde las decisiones las toma gente ajena, lejos y a destiempo, sin importar qué piensen los afectados. Donde leyes, programas, proyectos, presupuestos y educación son cárcel y exclusión simultánea. Es fuerza, insisten, que estemos solos ante la ley y ante la aplicación sesgada de la justicia. Los cambios son tantos que la gente se pierde, y las personas y los colectivos resienten, al mismo tiempo, que se petrifiquen las condiciones de inequidad. En un mundo así, la comunidad campesina es una de las pocas defensas ante la enormidad, una herramienta de transformación y recreación de sentido. Toda comunidad es una bolsa de resistencia.
No se trata de las comunidades ideales que los etnógrafos creyeron encontrar congeladas. Pese a la violencia y los problemas inherentes a todo conglomerado, estos colectivos reivindican la idea de lo comunitario: siguen creyendo en el ideal de lo social. No se trata de retornar a una era idílica de vida pastoral. Por el contrario, las comunidades campesinas (en nuestro país mayoritariamente indígenas) habrán de darse la oportunidad (porque nadie más lo hará) de transformarse en sus propios términos. Hoy valoran, reviven y reivindican su despreciada historia en sus tiempos y a sus modos.
Para que siga viva la resistencia de los campesinos es indispensable defender el maíz. Las siembras de autoconsumo. Sólo con maíz propio, nativo (no su desfigurada versión transgénica), sembrado para que coma la comunidad dependiendo lo menos posible, se puede defender el agua, el bosque, los recursos naturales, sus saberes agrícolas y medicinales, la justicia, los derechos, el ámbito del nosotros.
El maíz es lo que permite el autogobierno en las comunidades. El maíz no es una cosa: es un tramado de relaciones. El embate contra el maíz es un intento por erosionar el tramado social que ha logrado que los campesinos sobrevivan por derecho y entereza.
La paradoja inesperada es que la globalidad confiere perspectiva, horizonte (la esperanza la siguen poniendo los de siempre).
Hoy el campesinado "indígena" y "mestizo" mira sus propias condiciones como quien se para en una loma alta desde donde todo se divisa. La historia de cada quien no era aislada. Pesan sobre otros las mismas amenazas. Ninguna lucha volverá a ser única, local, insignificante. Todas las luchas están relacionadas. Siempre lo han estado, pero la gente no tenía cómo verlo. El horizonte actual permite rearmar el rompecabezas como nunca antes. Por eso los poderosos tienen tanto miedo de los campesinos, de los indígenas. Intuyen que desde la milpa se ve el mundo entero.