Sergio Valls Hernández
La justicia en la democracia
En la segunda posguerra, el asociacionismo italiano otorgaba
un alto rango a la justicia de aquel tiempo, cuando afirmaba que ésta
decidía el destino de la libertad y de la democracia. Probablemente
semejante aserto pueda parecer excesivo. En mi opinión, se acerca
mucho a la realidad, pues la aplicación de la ley constituye el
contrapeso de los actos inicuos que en nombre del Estado se cometen. La
observancia de la norma, sea espontánea o coercitiva, propicia armonía
entre los pueblos.
Así, se tiene que existen verdades temporales puesto
que cuando las condiciones que dieron lugar a su origen se modifican, sencillamente
dejan de serlo y esto resulta lógico, ya que las nuevas condiciones
darán lugar a nuevas certidumbres; de igual modo, es incuestionable
que las nuevas generaciones traen consigo primicias inéditas que
propician el abandono de paradigmas que se creían inalterables,
pero también es cierto que hay valores que, no obstante la oscilación
natural de las concepciones, subsisten. Al menos tal es el caso de los
elementos esenciales de la "democracia", que si bien han ido complementándose
y adaptándose a las circunstancias actuales, su identidad primigenia
se preserva. Recordemos que el ateniense Pericles estimaba como fines consustanciales
de esta forma de gobierno asegurar al ciudadano integrante de la polis
la libertad, la justicia y el desarrollo integral de su personalidad, además
de que se consideraba que la soberanía correspondía a los
ciudadanos colectivamente, pero que dicha potestad o señorío
estaba subordinada a la ley, e igualmente, desde esa época se reconocía
que la ley hace libres e iguales a los ciudadanos.
De manera que la doctrina política universal reconoce
en la forma de gobierno denominada "democracia" elementos persistentes
e inmutables, -elección popular, separación de las funciones
legislativa, ejecutiva y judicial, posibilidad de pluralismo ideológico-,
que, no obstante el paso del tiempo, se mantienen constantes. Entonces,
la historia misma nos enseña que la justicia y la ley han ocupado
y deben continuar ocupando un lugar destacado en la vida de las naciones;
igualmente nos instruye percibir a la justicia ya no más como una
virtud subjetiva del aparato gubernamental; ahora la justicia debe ser
vista desde el ángulo de su legitimidad, de sus alcances y efectos,
tanto individuales como públicos; de la forma en que incide en la
consolidación de las instituciones del país; en fin, la justicia
no debe ser más un mero "servicio" ni simple "administración",
sino auténtica función superior del Estado.
Aprendamos de la Grecia maestra. Situémonos en
la Italia de la posguerra; la justicia no debe eludirse, más bien
debe ocupar un lugar privilegiado en el escenario del país. Es tiempo
de obedecer invariablemente las leyes; el ciclo que hoy iniciemos, si nos
lo proponemos, podrá concluir con una mejor democracia, con una
democracia plena. Sólo es cuestión de decidirlo.