UNA GUERRA EN BUSCA DE PRETEXTOS
A
las multitudes que el sábado marcharon en contra de la guerra por
el parque Hyde y Whitehall, en Londres, se unieron otras ayer en la Embassy
Row, Washington, y en la Puerta del Sol, Madrid, para repudiar los planes
militares de Estados Unidos y Gran Bretaña contra Irak.
A estas alturas, es claro que si el presidente George
W. Bush y el primer ministro británico, Tony Blair, insisten en
llevar al mundo a un nuevo conflicto bélico no sólo deberán
sortear la renuencia de los otros tres gobiernos que cuentan con lugares
permanentes en el Consejo de Seguridad de la ONU -Francia, China y Rusia-,
sino también tendrán que pasar por encima de la oposición
de buena parte de sus respectivas sociedades. Ello abre la posibilidad
de que a los desacuerdos entre las máximas potencias planetarias
en torno a si es conveniente o no arrasar Irak por segunda vez en una década
se agreguen considerables fracturas ciudadanas en Estados Unidos e Inglaterra.
En el ámbito internacional, las expresiones gubernamentales
de deslinde de la incursión que pretenden realizar Washington y
Londres en el referido país árabe se enriquecieron ayer,
inesperadamente, con las de un importante protagonista regional: Irán.
Las autoridades de Teherán parecen haber superado
la animosidad que caracterizaba sus relaciones con Bagdad -no debe olvidarse
que ambas naciones sostuvieron una guerra tan cruenta como estéril
entre 1980 y 1988- y ahora se muestran menos preocupadas por la presencia
y la vecindad de Saddam Hussein que por la inclusión de Irán
en el "eje del mal" definido por Bush para caracterizar a los estados que
supuestamente respaldan el terrorismo.
En este contexto, la ventana para la guerra habrá
de definirse en el Consejo de Seguridad de la ONU, el cual recibió
de Washington un borrador de propuesta que no parece orientado a permitir
el retorno de los inspectores internacionales de armas a Bagdad sino, más
bien, a obstaculizarlo.
En efecto, el documento estadunidense se asemeja a un
proyecto de rendición incondicional de la soberanía iraquí.
Aun en el supuesto de que ese gobierno árabe estuviera dispuesto
a cumplir tales términos -que no lo está-, es harto probable
que por meras razones prácticas y de tiempo se viera imposibilitado
de hacerlo, con lo cual Bush y Blair conseguirían el pretexto que
necesitan desesperadamente para iniciar una guerra que no es por las supuestas
armas iraquíes de destrucción masiva ni por el pretendido
apoyo de Bagdad a la red Al Qaeda, sino por los intereses estratégicos,
económicos y geopolíticos de los gobernantes estadunidenses
y británicos.
Cabe esperar que Rusia, China y Francia se erijan en defensores
de la paz, la sensatez, el sentido común y la compasión,
y nieguen su respaldo a esos ominosos designios belicistas.