¿LA FIESTA EN PAZ?
Leonardo Páez
Sentir al toro y al baile
SENTIR ES UN verbo particularmente rico en la plaza
de la vida y en los escenarios del mundo. Además de experimentar
sensaciones, percibir con los sentidos, reflejar estado de ánimo,
juicio u opinión, en tauromaquia y en baile sentir es expresar sentimientos,
soltarse y entregarse, sin pensar en el riesgo o en el efecto, sino en
el duende, ese encanto misterioso capaz de reflejar lo indecible.
PERO
SENTIR AL toro no es sólo percibir sus cualidades y defectos
durante la faena sino, además, aprovecharlos oportunamente, sin
dudar ni pensar en la siguiente tanda de muletazos, ni menos en la próxima
corrida, sino en ese preciso momento en que el toro va a embestir, asumiendo
cabalmente el torero la "magia negra de la lidia".
LA SERIA Y BRAVA novillada de El Batán,
desaprovechada el domingo en la Plaza México, evidenció que
el ganadero Gabino Aguilar, matador de toros en retiro y uno de los diestros
mexicanos más internacionales que ha habido, se mantiene lejos de
la falacia del "toro artista", dócil, de entra y sal, idóneo
para toreritos tres eme: muleteros, monótonos, modernos.
DECISION Y ENTREGA como condición para sentir,
en la vida, en la arena y el tablao. Son ya varios los encierros
desperdiciados en el peor serial novilleril que se recuerde en la México,
precisamente porque los jóvenes que la empresa anuncia ni pueden
con el toro bravo ni se entregan al placer inefable de torear, sino que
tiesos y engreídos le restan importancia al toro y a sí mismos.
LA REVISTA PROCESO de
esta semana trae un ubicador reportaje sobre el nuevo empresario de futbol
Rafael Herrerías, que con el mismo rigor de resultados con que ha
invertido "su dinero" en el negocio taurino, ahora se dispone a hacerlo
en el igualmente retorcido mundo del balompié, a costa de los de
por sí trastabilleantes Tiburones Rojos de Veracruz, no sin antes
ostentarse como audaz inversionista independiente y no como operador de
los Alemán.
JOAQUIN CORTES O el síndrome de Enrique
Ponce. Es decir, el efectismo llevado a sus últimas consecuencias.
O en todo caso la entrega de calorías más que de alma y la
técnica exhibicionista sin interioridad. Cortés o la globalización
del flamenco, edulcorado, ajuangabrielado y descamisado, con esencia de
marketing.
LUEGO DE CASI 18 años de bailarín
profesional, Cortés (Córdoba, 1969) bien pudo ponerle a su
pretencioso pero monótono show, en vez de New live,
Narciso se va de farra, pues con el pretexto de las fusiones y el
mestizaje se pasa casi dos horas taconeando y mal brazeando, él
solo, a lo largo y ancho del escenario, "volando como avioncito" al decir
de una de sus admiradoras, haciendo ruido aunque emocionando apenas.
SALVO POR LOS 18 músicos, entre instrumentistas
y cantaores, que lo apoyan, la propuesta más reciente de
Cortés, con todo y ropita de Armani, no pasa de ser una pachanga
cara pero sin sustancia, estridente pero industrial, todo en aras del negocio
y de una evolución cursilona del flamenco.