Rolando Cordera Campos
Cuento de Navidad, para la reforma y el Informe
Los jefes de los partidos se aconsejan y se van , mientras
aprenden a acordar sin que les caiga el mundo encima. Por su parte, el
presidente Fox hace un homenaje sentido al pueblo mexicano al aludir la
gran virtud nacional de sobrevivir la adversidad.
Ante la comunidad judía de México, acosada
como pocas por el más criminal de los crímenes organizados
como es el secuestro, Fox dijo: "No es por presumir, pero México
está en marcha" (La Jornada, 30/08/02, p. 22). Si de eso
se tratase, el único autorizado para hacerlo sería el pueblo,
tan golpeado y tan poco visitado por los discursos del poder salvo por
los del jefe de gobierno, quien sin saber qué decir lo usa de ariete
contra "las cúpulas".
El Presidente descubrió que el gobierno hace cosas
y que sus trabajos y sus días son de verdad. Pueden dejar poco satisfechos
o irritar a muchos, pero son indispensables. Esta obviedad, en la que por
lo visto no creían hasta hace poco en el gobierno del cambio, es
la que sustenta la absurda campaña de publicidad sobre la realización
estatal con que se nos bombardea desde hace semanas y seguramente será
la espina vertebral del Informe. ¡Caray! ¡México marcha
y nosotros con él!
Habría que imaginar otro formato y contenido para
la ceremonia republicana del domingo, que se realiza en todos lados y que,
como ocurre en Estados Unidos, sirve para desplegar entusiastas actos de
fe presidencialistas, sólo que allá en inglés. Digamos
que un cuento de Navidad para la República.
Por ejemplo, que en vez de informarnos que estamos vivos
y tenemos aulas o quirófanos, o enseñamos a leer a los adultos
o a los indios, se nos propusiera una agenda de reflexión sobre
la carga inclemente que llevamos y que requerirá para tan sólo
soportarla de algo más, mucho más, que de reuniones en Los
Pinos o en la Casa de Morelos.
Y admitir, que con recuperación y sin ella, la
economía no da para tanta carencia e inseguridad, que sin cooperación
social duradera no habrá solidaridad que aguante, mucho menos caridad
que sirva.
Item más: que los dirigentes y las dirigentas de
los partidos se redujesen a hablar, llegar a acuerdos y firmarlos de ser
ese el caso, y se abstuviesen de hacerla de hermeneutas al gusto de sus
volubles galerías. El caso de la reunión de Morelia es emblemático.
Por más que se lea y busquen las entrelíneas favoritas, el
Acuerdo Político por México no compromete a ningún
firmante a oponerse a reformar la Constitución en ninguna materia,
ni en la eléctrica. Sí compromete a los partidos (PRI, PRD,
PVEM, PT) a hacer lo que poco han hecho, que es pensar la política
como decisiones y encomiendas que tienen, sin excepción, implicaciones
públicas, que van más allá de sus respectivos palenques.
Otro deseo: que la defensa de soberanía y patrimonio
nacionales no se confundiese con la defensa de prebendas gremiales inadmisibles
o la exaltación festiva de virtudes inexistentes en nuestros organismos
públicos más eficaces y necesarios. Si de defender la empresa
pública se trata, defendámosla también de sus servidores
y funcionarios, así como de los abusos y terrorismos fiscales bizarros
a que se las ha sometido. Mediante la ley y sus reformas, incluida la Constitución,
de ser preciso, pero también por conducto de la contraloría
popular instalada en el Congreso.
Por cierto: confundir contraloría con persecución
de corruptos por docena es el peor servicio que se puede hacer a la transparencia
que reclama la sociedad y promete el gobierno. Entre promesa y compromiso
hay más de un paso y habría que reconocer que no se han dado;
traspiés sí, y muchos.
La cúpula empresarial tiene que poner de su parte
para el relato. Para empezar, tiene que demostrar que es órgano
de articulación de intereses y no consejo de administración
"sombra" de unos cuantos. Y aquí la energía vuelve a ser
emblemática. No ha habido nada serio que ilustre al mexicano de
a pie sobre la imposibilidad de contar con electricidad segura y buena
en el futuro sin el concurso de la inversión privada, nacional y
extranjera, como reiteró en el Senado el presidente en turno del
Consejo Coordinador Empresarial.
No sabemos todavía porqué esa inversión
será diferente y pondrá por delante el interés nacional
y por encima de sus planes de utilidades el consumo y las necesidades de
la gente. Tampoco hay un cálculo de lo que costará la ansiada
inversión en posteriores remisiones de ganancias al exterior; mucho
menos lo que implica para el empleo doméstico o el fomento a la
industria instalada dentro del país.
Lo único que hay es la obsesión cupular
con la reforma, así como el miedo a lo que dirán de nosotros
"los mercados" y, desde luego, al populismo y el nacionalismo trasnochados,
que vaya usted a saber adónde nos quiere llevar. Pero de la calidad
y los números de la reforma poco o nada.
La luz no se va a apagar, como han dicho los que saben.
Pero también que se necesita adelantarse al futuro y que eso sólo
se puede hacer con inversiones que están por encima de lo normal.
Y ahí termina por ahora la sabiduría compartida, y empieza
la nebulosa que se quiere desvanecer con cifras estratosféricas
o llamados a una unidad nacional apresurada en torno a una causa lejana
que a muchos parece esotérica.
Se necesita de discurso de aliento, pero también
de números creíbles y de opiniones expertas que se atrevan
a hablar con sencillez. Este debería ser el sustento de una decisión
nacional como la que reclamará de nuevo el presidente Fox este domingo.
El Congreso debería poner manos a la obra, presentar a la sociedad
las evaluaciones de sus órganos de análisis y auditoría
y llamar a los ingenieros que saben de esto a sesiones públicas
y televisadas, de preguntas concretas y respuestas destinadas a ilustrar
al respetable.
Y luego que se legisle y, si se decide, que se abra la
venta del año. No antes. De empeñarse en dividir al país
en traidores y retrógrados, lo único que sobrevivirá
será la sospecha de que al final del juego todo era negocio de unos
u otros. Pero no hay de qué presumir, se trataba de un cuento de
Navidad y diciembre queda lejos.