El primer tercio de los sexenios de cada uno
marcó "el principio del ascenso"
De la Madrid, Salinas y Zedillo sentaron las bases
de su proyecto de gobierno en el segundo informe
La liturgia establecía que el gran día
nadie podía brillar más que el mandatario
RENATO DAVALOS Y MIREYA CUELLAR
El primer tercio fue siempre, cuando menos para los recientes
presidentes del país, el principio del ascenso. De las expectativas
creadas y lo alcanzado dependió después la caída,
pero esa es otra historia. Paliadas las infaltables crisis del cambio de
sexenio, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo
cerraron su segundo año de gobierno con las bases sentadas de lo
que sería su proyecto de país.
A Miguel de la Madrid le obsesionaba la "renovación
moral" que terminara con la imagen de corrupción gubernamental que
sembraron los amigos de José López Portillo; Carlos Salinas
caminaba en el segundo año de su gobierno hacia la legitimidad que
no logró en las urnas: un nuevo código electoral (el Cofipe,
que creó el IFE); una Comisión Nacional de Derechos Humanos
inaugurada por Jorge Carpizo; la renegociación de la deuda externa,
y el reconocimiento del primer gobernador del PAN, Ernesto Ruffo, en Baja
California, abonaban en su favor.
A Ernesto Zedillo sólo le quedaron ojos para la
economía. Quizá porque abrió su sexenio con una de
las peores crisis económicas de la historia reciente (la prensa
extranjera decía en 1995 que a los mexicanos se les veía
deprimidos) y llegó a la presidencia con el mayor número
de votos que haya tenido un mandatario. Ni Vicente Fox alcanzó sus
17 millones. Así marchaban los ex presidentes la víspera
de su segundo informe de gobierno.
En contraste con el pasado priísta, el Presidente
del cambio se debate en un gobierno que no se consolida, que parece
descansar en los soportes del pasado -Elba Esther Gordillo y Roberto Madrazo
por ejemplo- y por momentos da la impresión de sacudirse muy prematuramente
por la pugna sucesoria.
¿Qué cambió en las ceremonias oficiales
ante el Congreso? Cambió el saludo, por ejemplo. El litúrgico
"Honorable Congreso de la Unión" dio paso al: "Paulina, Rodrigo...",
y los informes casi se han convertido en un acto más de un día
cualquiera.
En los tiempos de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas
la ceremonia del Informe era matutina. Comenzaba a las ocho de la mañana
con las posturas de los partidos y a las 11 horas el Presidente hacía
su entrada triunfal al recinto legislativo, donde los diputados y senadores
se ponían de pie para recibirlo y le aplaudían por varios
minutos. El primero de septiembre, con excepción de dos años
en que Salinas lo hizo en un primero de noviembre, era el día
del Presidente. Nadie podía decir, hacer o brillar más que
el mandatario durante esas 24 horas.
"Nadie se mueve"
Ese día los funcionarios se cuidaban de no decir
o hacer algo que pudiera opacar el acto presidencial. No había que
ordenarlo, la vieja liturgia establecía que "nadie se mueve". Ese
día, y al siguiente, los medios no se ocupaban de otra cosa más
que del dicho presidencial. El mandatario en turno se cuidaba de no programar
cualquier otra actividad para el día. De hecho, varios días
antes del encuentro con el Congreso, el Ejecutivo entraba en una especie
de recogimiento. El reporte a la opinión pública era que
estaba preparando su Informe.
Ernesto Zedillo tuvo a bien acabar con buena parte de
la pompa que acompañaba a los informes. Terminó con el besamanos;
aquella salutación que se hacía en Palacio Nacional después
del Informe y que consistía en una muy larga fila de funcionarios,
líderes sindicales, gobernadores y toda clase de políticos
que iban a mostrar su adhesión al mandatario con un apretón
de manos, a veces acompañado de la genuflexión.
El antecesor de Zedillo también acabó con
la tradición que obligaba a los periodistas a estar en Los Pinos
desde muy temprano el día del Informe, reportando las impresiones
de la familia presidencial. Los hijos de los mandatarios en turno externaban
opiniones y detalles de su vida privada que no tenían lugar en ningún
otro momento (hablaban de su deporte o película favoritos), y la
prensa se ocupaba hasta del detalle del desayuno. Así, es muy frecuente
encontrarse en los diarios de la época con minucias como si los
huevos que desayunaba ese día el Presidente eran con chorizo o con
jamón.
Eran los años del presidencialismo omnímodo
y de la crisis recurrente. Hace dos décadas, Miguel de la Madrid
llegaba al segundo Informe con un país enredado en la constante
devaluación. ¿Y de la inflación?, mejor no acordarse.
Habían asesinado al periodista Manuel Buendía y la opinión
pública no escuchó del Presidente una explicación
cabal.
Entre lo que le heredó López Portillo a
de la Madrid y el legado de Ernesto Zedillo a Fox no hay nada que ver,
cuando menos en materia económica. El primero no consiguió
defender el peso como un perro -rebasó los 50 pesos por dólar-,
y el parco Zedillo entregó un país con casi 6 por ciento
de crecimiento y 53 millones de pobres, según nos enteramos recientemente.
La estabilidad macroeconómica y la paz social se
levantarán hoy en San Lázaro como el timbre del gobierno
del cambio. Frente a dos años marcados políticamente por
el anecdotario ¿Alguien recuerda el pacto político signado
en octubre del año pasado y orquestado por Santiago Creel? ¿Y
el 7 por ciento de crecimiento anual? La proyección este año
es de 1.6 por ciento. Qué decir del 8 por ciento en el gasto educativo,
y los eternos "15 minutos" en que viven los chiapanecos.
A Carlos Salinas su antecesor, Miguel de la Madrid, no
le entregó un país tan descompuesto como el que recibió,
su propia elección generó la crisis política más
profunda de los años recientes. Crisis que culminó en una
alianza con el Partido Acción Nacional que le dio gobernabilidad
al país.
Juntos, Carlos Salinas y el PAN, hicieron las grandes
reformas constitucionales que le cambiaron la fisonomía jurídica
al país: abrieron la petroquímica secundaria a la iniciativa
privada, acabaron con el ejido y dieron a la jerarquía católica
un protagonismo político que no conocía desde la época
prerevolucionaria al darle personalidad jurídica. También
juntos devolvieron la banca a la iniciativa privada.
Vientos favorables
Carlos Salinas y el PAN tuvieron vientos a favor. La alianza
entre los herederos de la Revolución Mexicana y sus enemigos históricos,
se vio arropada por el fin de la guerra fría, la caída
del muro de Berlín y el éxito de las tesis que planteaban
no sólo la muerte de las ideologías, sino el fin de la historia.
El contexto era inmejorable para la alianza con el PAN, que Carlos Castillo
Peraza, último ideólogo de Acción Nacional, asumió
como un triunfo y habló, retomando a Gramsci, de la "victoria cultural
del PAN".
"Romper para estabilizar", decía José López
Portillo. Fue una regla del viejo sistema priísta que no tuvo excepciones.
Miguel de la Madrid fustigó a su antecesor en todos los tonos y
llevó a la cárcel a dos de sus más grandes amigos;
El Negro Durazo y Jorge Díaz Serrano. Carlos Salinas tuvo
en el encarcelamiento de Joaquín Hernández Galicia, La
Quina, y la muerte política de Carlos Jonguitud, una de sus
fuentes de legitimidad.
Ernesto Zedillo operó un rompimiento sin precedente
en la historia del país al encarcelar, ya no al amigo o al compadre,
sino al mismísimo hermano del ex presidente. Cuando el economista
de Yale compareció para rendir su segundo informe, Raúl Salinas
de Gortari ya dormía en Almoloya.
La línea dura se impuso durante su segunda
comparecencia en San Lázaro: "Perseguiremos cada acto terrorista;
el poder se disputa en la democracia y no con el terrorismo; al EPR le
daremos trato de criminales".
El Presidente anda de apagafuegos, tapando hoyos, decía
burlón el entonces gobernador de Guanajuato, Vicente Fox. Quién
le iba a decir que él quemaría el primer tercio de
su mandato en "remendar" y que sus aliados políticos serían
Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo.