Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 31 de agosto de 2002
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Cultura

José Cueli

Eros y Dionisos

Las reflexiones de Georges Bataille en torno del erotismo y su articulación con la muerte y el nexo de aquél con la religión, la sexualidad, la transgresión y el poder resultan de una profundidad y una vigencia sorprendentes.

Según Bataille no se podría hablar del erotismo sin mencionar uno de sus antecedentes esenciales: las prácticas dionisiacas. Estas tuvieron primero un carácter violentamente religioso y terminaron por convertirse en un movimiento exaltado y extraviado.

El culto a Dionisos tenía un carácter trágico y erótico; y a este elemento se debió su devenir en horror trágico. En palabras de Bataille: ''Lo prohibido confiere un valor propio a lo que es objeto de prohibición. Lo prohibido da a la acción prohibida un sentido del que antes carecía. Lo prohibido incita a la transgresión, sin la cual la acción carecería de esa atracción maligna que seduce... Lo que hechiza, lo que seduce, es la transgresión de lo prohibido. El erotismo compendia los matices más contradictorios; su fondo es religioso, trágico, a veces inconfesable, y su origen, muy cercano a lo divino. Y tal vez el único sendero para aproximarse al erotismo sea el estremecimiento que guarda íntima relación con otro estremecimiento, aquél con que nos sacude la angustia de muerte".

No podemos pensar el erotismo según Bataille, si lo despojamos de lo religioso e invita a pensar en Dionisos, el dios cuya esencia es la locura y la religión básicamente subversiva, imponiendo el exceso, el sacrificio y lo festivo, cuya culminación llevaría al éxtasis. La divinización dionisiaca del mundo es el camino abierto hacia lo que Nietzsche llama ''nuestro nuevo infinito" y así, bajo su seductora sonrisa, Dionisos es cruel e incita a la vida como dispendio y como exceso perpetuo; Dionisos en su desnudez arroja al sujeto al éxtasis, haciéndolo experimentarse como el punto de contacto entre el tiempo y la eternidad, el placer y el dolor, la diferencia y la repetición, al eterno retorno de lo mismo.

El erotismo, al perder su carácter sagrado, fue lamentablemente desplazado al terreno de lo inmundo. Al surgir el cristianismo el goce se tiñó de culpa, el erotismo retardaba la recompensa final. Entonces el cuerpo, la sexualidad y el erotismo se tornan ocasión y escenario para el pecado. Por tanto, el goce corporal debe ser repudiado y expiado. La sexualidad cancelada o restringida para los fines de la procreación y el erotismo, por su parte, termina en estado de descomposición. La recompensa espera en la otra vida, y mientras, lo que se juega detrás de todo ello no es más que el ejercicio del poder, la pulsión de apoderamiento y destrucción del otro.

El sujeto es ahora victimizado de otra manera. En términos de Bataille, ''en la Antigüedad, la víctima del sacrificio restauraba al mundo sagrado aquello que un uso servil había degradado y hecho profano". Lo sagrado permanecía más allá del valor de cambio. Pero en la sociedad actual el valor de cambio se ha hecho casi por completo con el poder. El sacrificio humano persiste, pero en otros términos. Ya no es la extracción de órganos en una piedra sacrificial, lo cual no se justificaba en ningún sentido pero, según Bataille, por lo menos se atenía a cierta lógica.

El ''sacrificio" hoy día no obedece a lógica alguna, se ejerce en aras del poder, de la irracionalidad y del sinsentido. Pero intentar someter a Eros (léase control de la sexualidad, degradación del erotismo, censura de la creatividad) en aras del poder, puede tener consecuencias nefastas, ya que sin Eros, la pulsión de muerte cabalga sin freno por escabrosos senderos que desembocan en corrupción, narcotráfico, abuso del poder, violación de los más elementales derechos humanos, censura y opresión para los que denuncian tales atrocidades, desprecio total por la vida y una sola meta que todo lo enceguece: el poder.

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