Leonardo García Tsao
Mucha pompa, nada de circunstancia
Hay películas que ostentan su falso prestigio por
todos lados. Juana la Loca es una de ellas. Este melodrama histórico
concursó en el festival de San Sebastián del año pasado,
donde obtuvo el premio a la mejor actuación femenina, y fue la película
escogida para representar a España en la competencia por el Oscar.
Pero sobre todo, fue dirigido por Vicente Aranda, realizador para quien
el adjetivo "académico" parece haber sido inventado.
De
una trayectoria iniciada desde los años 60, Aranda se ha distinguido
por ser un técnico competente y por aprovechar la liberación
posfranquista para explorar temas sexuales con una franqueza lindante a
veces en lo prosaico. En obras recientes, como La pasión turca
(1996) y Libertarias (1999), la mano pesada del veterano incluso
se había inclinado hacia una abierta misoginia. En Juana la Loca,
Aranda vuelve a examinar el tema central de Amantes (1991), uno
de sus mejores logros: qué tanto la pasión desbordada decide
el destino de los individuos.
Situada a fines del siglo XV, la película narra
la desventurada existencia de Juana (Pilar López de Ayala), hija
de los Reyes Católicos, a quien se desposa con Felipe el Hermoso
(Daniele Liotti) por conveniencia política. Lo que sufre la mujer
es una versión monárquica del amour fou: desde el
primer flechazo Juana queda prendada de su marido y exige un cumplimiento
conyugal más allá del llamado del deber. Felipe, por su parte,
prefiere obtener su satisfacción por otro lado, acudiendo a las
cortesanas de su esposa. Los celos de Juana la llevan a actos inapropiados
para una representante de la corona española, que pronto le ganan
el mote de Loca y finalmente el aislamiento para el resto de su vida.
Ciertamente un tratamiento moderno pudo haber aprovechado
el asunto para una meditación sobre los nexos intrínsecos
entre la sexualidad y el poder. Ajeno a recientes ejemplos como La reina
Margot (Chéreau, 1994) o Elizabeth (Kapur, 1998), que
supieron actualizar el drama histórico adoptando una mirada de urgencia
contemporánea sobre sus contradictorias figuras femeninas, Aranda
opta por una narrativa solemne y pomposa, una aburrida lección de
historia que hasta recurre a la voz en off. Como si fuera un programa
del History Channel, el ampuloso locutor nos informa sobre datos históricos
y hace descripciones innecesarias ("Pese a todo, los días y los
meses transcurrían felices en palacio").
Mucho se ha elogiado el desempeño de López
de Ayala. En realidad, su interpretación se mantiene en un registro
poco matizado, entre la pasión expresada con jadeos y los arranques
de histeria (muy útiles para escoger clips a la hora de las ceremonias
de premios). No es necesariamente culpa de la actriz. La concepción
del personaje la reduce a una mujer en permanente estado de furor uterino,
sin ningún otro elemento que represente su locura de amor en términos
más complejos. Para Aranda, Juana posee instintos primarios por
los cuales busca resolver sus conflictos abriéndose de piernas,
aunque se encuentre encinta o recién parida. Su pareja ni siquiera
aspira a esa simplificación. El italiano Liotti transforma a Felipe
en un modelo tipo Fabio, que se pasea por las locaciones como en un reportaje
de la revista GQ sobre modas medievales.
Las intrigas de la corte tampoco dan para mucho. El realizador
reúne a sus actores, ataviados con peluquines y trajes de época,
en incontables procesiones bajo los claroscuros pastosos conseguidos por
el fotógrafo Paco Femenia (cuyo trabajo en Volavérunt,
de Bigas Luna, fue bastante más atractivo). Uno clama, en vano,
por un poco de irreverencia a lo Richard Lester o cuando menos, algo de
vulgaridad a lo Ken Russell. A Juana la Loca le falta precisamente
la locura.
JUANA LA LOCA
D: Vicente Aranda/ G: Vicente Aranda y Antonio Larreta,
basado en un argumento de Manuel Tamayo y Baus/ F. en C: Paco Femenia/
M: José Nieto/ Ed: Teresa Font/ I: Pilar López de Ayala,
Daniele Liotti, Rosana Pastor, Giuliano Gemma, Eloy Azorín/ P: Enrique
Cerezo Producciones, Pedro Costa S.A. España, 2001.