Rescate del panteón de San Fernando
Restauran artesanos el lugar donde reposaban entre basura
y rapiña los restos de Juárez
ROSA ELVIRA VARGAS
Dinero y boato, luces y afeites no se escatimaron hace
unos días para recibir al jefe de la Iglesia católica, Juan
Pablo II, y esto fue aprovechado por algunos políticos, sobre todo
del partido en el poder, para despojarse de prejuicios y lucir su religiosidad,
eso sí, alegres o contritos, según la ceremonia. Mientras
tanto, en el centro de la ciudad de México, Benito Juárez,
aquel presidente indígena que desafió los fueros clericales
y dio el perfil laico que pese a todo caracteriza aún al Estado
mexicano, languidece en el recuerdo, y su mausoleo, como todas las tumbas
y nichos del panteón de San Fernando, son habitados por gatos callejeros.
Quién lo diría.
Ese rincón de la colonia Guerrero, que guarda los
restos de buena parte de la generación de la Reforma y de familias
aristocráticas de la época, se defiende como puede del aniquilamiento
a que parecen tenerlo condenado el olvido, la distorsión histórica
y el inexorable paso del tiempo.
Juárez fue, por decirlo así, de los últimos
privilegiados en ocupar un espacio en el cementerio de San Fernando, en
1872. Y pudo hacerse porque ahí reposaban ya los restos de su esposa,
Margarita Maza, y de cinco de sus hijos, que murieron siendo muy pequeños.
Las reseñas de la época señalan que
se consideró la posibilidad de sepultar también en ese lugar
al emperador Maximiliano e incluso se inició la construcción
de su mausoleo, aunque al final se resolvió embalsamarlo y trasladarlo
a su patria, Austria. En cambio sí fueron llevados a San Fernando
los féretros de sus dos aliados mexicanos, los generales Miguel
Miramón y Tomás Mejía, fusilados con él en
1867, en el Cerro de las Campanas.
Se
dice que años más tarde, a la muerte de Juárez (18
de julio de 1872), la familia de su archienemigo, el conservador Miramón,
de inmediato realizó gestiones para trasladarlo a Puebla, argumentando
que su pariente no podía permanecer en el mismo cementerio donde
estaba ''su asesino''.
El mausoleo de Juárez fue inaugurado en 1880. Se
trata de una construcción de 16 columnas y un techo inclinado que
rematan signos masónicos. Tiene en el centro una gran escultura,
obra de Juan I. Manuel Islas, en la que el Benemérito de las Américas
yace en el regazo de una figura femenina que representa a la Patria.
Los artífices de la escultura cincelaron un bloque
de mármol completo traído desde Carrara. La sepultura está
protegida por una sencilla reja y en su cornisa se lee: ''El respeto al
derecho ajeno es la paz''.
Por estos días, desde muy temprano, con destreza
y paciencia, artesanos de cantera contratados en El Seco, Puebla, restauran
ese sepulcro. Tratan de ponerlo a salvo, como a todo el camposanto, no
sólo de la tiranía de Cronos, sino también de los
peores signos vandálicos, de la basura, de la rapiña... 130
años después.
Otras criptas de destacados huéspedes de San Fernando
fueron las de Ignacio Zaragoza y Vicente Guerrero. El primero fue trasladado
a Puebla en 1976, mientras que quien fuera el segundo presidente de México
reposa con los luchadores de su causa en la columna de la Independencia.
Tampoco están ya Santiago Xicoténcatl ni Martín Carrera,
combatientes contra la invasión estadunidense de 1847.
Los ex presidentes Ignacio Comonfort y José Joaquín
Herrera; los generales Leandro Valle y Anastasio Parrodi; el periodista
y diputado constituyente Francisco Zarco; el autor de la letra del Himno
Nacional, Francisco González Bocanegra; otros protagonistas de la
guerra de Reforma, como Miguel Lerdo de Tejada, Melchor Ocampo y José
María Lafragua, así como el introductor del telégrafo
en México, Juan de la Granja, también forman parte del directorio
de este antiguo camposanto.
El laborioso y difícil proceso de restauración
emprendido por la delegación Cuauhtémoc en San Fernando llevará,
por lo menos, este año. Se pretende que pintura, vigas, baldosas
y demás elementos de su arquitectura que deban reponerse utilicen
los mismos materiales y aplicados del siglo XVII, cuando se abrió
exclusivamente para sepultar a frailes del colindante convento de San Fernando
Rey.
Víctor Manuel Alonso Valdivia, jefe de la oficina
de Conservación de Monumentos de la demarcación, es quizá
quien más conoce este cementerio, a cuyo legado histórico
guarda un especial respeto. Sabe y narra sin afectaciones, con voz bajita,
muchas de las historias que sus protagonistas se llevaron a la sepultura,
así como anécdotas y tragedias individuales y colectivas
que encierran estas lápidas.
De ese modo, traspasar los límites de este cementerio
es tomar una lección de historia y del estilo de vida de una época
en la que México vivió largas luchas intestinas para trazar
su perfil como nación.
Y las figuras se pueden ubicar estilizadas, elegantes,
con la pátina que deja la humedad, pero también el deterioro
del vandalismo, desde las tumbas o nichos de las víctimas del mito
(¿realmente alguien cree que ahí reposan los restos de Isadora
Duncan, muerta en forma trágica en 1928, cuando en ese lugar las
inhumaciones se suspendieron desde el siglo XIX, en la década de
los 70?), hasta las de aquellos angelitos que a causa de las recurrentes
epidemias o enfermedades más tarde curables morían a los
primeros días de nacidos: ''aquí duerme Miguel Badillo Bernardi,
mi querido hijo. Hablad bajo, no lo despertéis. Marzo 19, 1866''.
O también, las de aquellos para quienes se eligieron
curiosas formas de evocación: ''Leonarda Tolsá, viuda de
los generales Stávoli y Jarero''.
Pero está igualmente aquella cuyo epitafio sintetiza,
por así decirlo, la educación sentimental del siglo XIX:
''Dolores Escalante murió el 24/6/1850. Llegaba ya al altar feliz
esposa. Allí la hirió la muerte, aquí reposa''. Enseguida,
el nombre de aquel que quedó viudo el día de la boda y nunca
más buscó compañera, y a su muerte, el 15 de noviembre
de 1875, pidió ser enterrado junto a ella. Se trata de nada menos
que José María Lafragua, diplomático, escritor y magistrado
de la Reforma.
Y entre la yerba crecida y la basura que por el enrejado
lanza furtiva la gente que vive en la colonia Guerrero, Víctor Manuel
Alonso y Miguel Pablo Pascual, subdirector de Imagen Urbana de la delegación,
hacen esfuerzos denodados por ponerle freno al ultraje.
Es tan poco el aprecio o la nula conciencia del valor
histórico de San Fernando que mientras se realizaba este recorrido
por mausoleos, tumbas, nichos, criptas y demás, una mujer llegó
a hurtadillas y vació un costal con cuatro gatos recién nacidos,
pero también se han documentado casos de violación o de furtivos
amores de parejas que no sienten ningún temor por muertos tan antiguos.
En el lado norte del panteón se encuentra todavía
el templo de San Fernando, que era parte del convento que albergaba a frailes
franciscanos y que durante el virreinato marcaba uno de los límites
de la ciudad. Ahí se venera a la Inmaculada Concepción de
María.
En la página web de la Secretaría de Cultura
del Gobierno del Distrito Federal, Tannya Espinosa Hernández escribió
que en los altares de esa parroquia, antes churriguerescos y ahora del
neoclásico, ya no están las sillas del coro, que fueron a
dar a la Basílica de Guadalupe, ''porque con eso de la exclaustración
promovida por Juárez los padres franciscanos desalojaron el templo...''
Entonces, y sin haber sido un proyecto político
deliberado, conviven desde hace muchos años, como vecinos, aquellos
autodeclarados civiles y laicos, y otros miembros y fieles de la Iglesia
católica. Y que se sepa, ninguno de ellos se ha quejado.