Creyentes decomisaron folletos repartidos por opositores a la canonización
de Juan Diego
El Zócalo fue territorio exclusivo de
católicos
La presencia de Solidaridad Popular Cristiana estuvo a punto de ocasionar
un enfrentamiento
ALONSO URRUTIA
Muy pocos percibieron la presencia de los impostores
en el Zócalo, pero cuando dejaron el lugar, buena parte de los
centenares de jóvenes católicos traían en sus manos
lo que les distribuyeron: La verdadera historia de Juan Diego y de la
imagen de la Virgen de Guadalupe, un folleto con la figuras de Juan
Pablo II y la efigie españolizada del nuevo santo en la portada.
Prestos para la procesión de Juan Pablo II y aún
bajo los acordes de un rock guadalupano, tardaron en darse cuenta del contenido
del folleto: todo un compendio de lo que se ha escrito contra el todavía
a esa hora beato Juan Diego.
Que si fray Juan de Zumárraga, primer arzobispo
de México y quien según la versión oficial fue el
primer testigo de la aparición guadalupana, nunca escribió
sobre el tema; que si el provincial de los franciscanos fray Francisco
de Bustamante arremetió entonces contra la veneración "de
una imagen pintada por un indio"; que si la ilustración de la Virgen
María sólo es una pintura que fue retocada, en fin, un recorrido
por las inconsistencias históricas hasta culminar con la coincidencia
de imágenes entre la del Juan Diego del arzobispado y la del conquistador
Hernán Cortés.
La información no pudo circular mucho. Los primeros
católicos que cayeron en la cuenta del contenido del detallado escrito
organizaron una purga de los folletos que estaban en manos de los
cerca de mil jóvenes feligreses que pernoctaron en la Plaza de la
Constitución.
La cantidad de creyentes reunidos en el Zocalo quedó
muy lejos de la cifra prevista (se vaticinaba la congregación de
100 mil fieles que no dormirían por el fervor de tener por quinta
vez a Juan Pablo II en México).
A la basura fue a dar esa compilación de testimonios
de Bernal Díaz del Castillo -sobre los pintores indígenas
y en especial del indio Marcos-, y las declaraciones escandalosas del ex
abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg, contra
el mito de Juan Diego.
Ya para el amanecer sólo quedaban en el Zócalo
puros convencidos de la existencia y la milagrería del beato Juan
Diego, de sus méritos para hacerlo santo, pero las primeras horas
de la mañana no estuvieron exentas de nuevos incidentes motivados
por las variantes de la fe.
Lentamente fueron llegando más congregaciones.
La afrenta contra Juan Diego en su día provocó el recelo
entre la grey.
Poco después hubo un segundo conflicto; esta vez
entre católicos y un supuesto grupo de cristianos.
La primera en advertir la presencia del grupo de supuestos
cristianos fue una religiosa de la Congregación Franciscana de la
Inmaculada Concepción.
La tensión comenzó cuando integrantes de
la Comisión Pastoral Juvenil y otros grupos católicos comenzaron
a decomisar banderines que a la letra decían: Solidaridad Popular
Cristiana. Juntos por la vida, la justicia y la paz.
Enseguida se les acusó de pertenecer a una de las
llamadas "sectas de cristianos".
Angeles Escandón era la cabeza visible de este
grupo de presuntos misioneros católicos dedicados, según
dijo, al trabajo comunitario en las zonas de extrema pobreza.
-¿Por qué están repartiendo eso?
-le recriminó, eso sí, con el pudor que corresponde a la
ocasión, Miguel Peraza, de la arquidiócesis.
-¿Qué tiene de malo? -respondió
Angeles Escandón.
-¿Dónde están la Virgen y Juan Diego?
-No, pues no están, pero somos católicos.
-¿Aquí dice cristianos?
-Oiga padre... pero somos católicos, apostólicos
y romanos, se lo juro.
-¿Pero, dónde está la Virgen?
-¿Conoce usted la doctrina social? -tercia un hombre.
-Retiren esto, porque se están haciendo publicidad
ustedes solos.
-Oiga, pero somos católicos. Vea mi gafete, responde
un joven de logística y miembro del grupo sospechoso.
La discusión siguió. Y es que el haber omitido
a la Guadalupana y a Juan Diego, y colocar la palabra cristiano, nada más
no cuadraban.
Para entonces, desde el templete, las monjas oraban con
implacable pasión: "Santa María Madre de Dios, ruega por
nosotros ..."
-Pregúntele al padre Pedro Agustín. El sabe
bien que hemos participado en la organización.
-Ya nos la hicieron una vez -advirtió Peraza en
alusión al folleto.
Desde el templete, el rosario continuaba: "Reina de las
almas del purgatorio..."
Abajo, la confusión no se aclaraba y el rumor del
protestantismo presente en un Zócalo exclusivo para los católicos
en el día de San Juan Diego continuó.
Decenas de banderines corrieron la misma suerte hasta
que, por fin, el citado cura Pedro Agustín los exculpó públicamente:
"quienes porten estos banderines pueden seguir haciéndolo, la Solidaridad
Popular Cristiana participa en nuestra organización".
Para cuando el Papa salia de la nunciatura se habían
juntado unos 10 mil católicos en el Zócalo. Fue necesario
utilizar animadores para revitalizar a los cansados creyentes.
Y al grito de: ¡Cristo Rey! Comenzaron a tañir
las campanas de la Catedral y el ánimo se levantó.
La imagen petrificada de Juan Pablo II -transmitida
en una megapantalla- reanimaba a la grey. Algunos lo miraban con conmiseración,
otros no cesaban de gritar y el fervor católico casi llegaba a su
clímax cuando el Papa apareció por la avenida Juárez
y cruzaba frente al Hemiciclo, símbolo del Estado ¿laico?
mexicano, con rumbo a la Plaza de la Constitución.
El paso de Juan Pablo II fue fugaz, aunque suficiente
para desatar la frenética reacción de sus seguidores. Apenas
un movimiento cuando pasó por la Catedral y la campana llegada de
Pachuca para glorificar a San Juan Diego ya estaba bendita.
Y luego una misa peculiar en el Zócalo: cuando
el Papa ora y a los fieles les cala más hondo la fe, la venta de
hot dogs no se detiene.
Las hostias se reparten. Muchos comulgan, otros comen
hamburguesas; algunos oran por el perdón de sus pecados, otros se
confiesan ante las decenas de curas repartidos por todo el Zócalo
y algunos más adquieren souvenirs de -ahora sí oficial-
san Juan Diego.
Es la Plaza de la Constitución multifacética
convertida -quién lo dijera- en improvisado recinto para la fe cristiana.