VISITA PAPAL
Ver por los pobres y los marginados, primera petición al indígena
Cierra el Papa la polémica y declara santo a Juan Diego
Actuar con justicia, demanda a ''gobernantes y súbditos''
JOSE ANTONIO ROMAN Y ROSA ELVIRA VARGAS
''šMéxico necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan de México!", dijo el papa Juan Pablo II durante su homilía en la misa de canonización de Juan Diego, con la que puso fin -cuando menos para la Iglesia católica- a la polémica sobre la historicidad del vidente de la Virgen de Guadalupe, en 1531.
Frente al presidente Vicente Fox, integrantes de su gabinete, algunos gobernadores, funcionarios públicos, obispos, sacerdotes, religiosos y seminaristas que abarrotaron toda la parte baja de la Basílica de Guadalupe, el Papa, con voz cansada, pidió que todos, ''gobernantes y súbditos'', actúen siempre según las exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre, para que así se consolide la paz.
Ante una casi imperceptible presencia india en el templo mariano, el pontífice señaló también la necesidad de apoyar a los indígenas en sus legítimas aspiraciones, respetando y defendiendo siempre los auténticos valores de cada grupo étnico. Dijo que la noble tarea de edificar un México mejor, más justo y solidario, requiere la colaboración de todos.
''Difícil situación'' de las etnias
En la celebración religiosa -que se prolongó por casi tres horas- el pontífice recordó las ''difíciles situaciones'' por las que atraviesan los indígenas en México y en toda América Latina. Dirigiéndose a Juan Diego, primer santo indígena del continente, le pidió que mire el ''dolor de los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginación o ignorancia''.
Dijo que al acoger el mensaje cristiano, sin renunciar a su origen indígena, Juan Diego fue protagonista de la ''nueva identidad mexicana'' y que su vida debe seguir impulsando la construcción de la nación, promover la fraternidad entre todos sus hijos y favorecer cada vez más la reconciliación de México con sus orígenes, sus valores y sus tradiciones.
Llamó a Juan Diego Cuauhtlatoatzin ''hombre fiel y verdadero'', y a las 10:57 aprobó la solicitud presentada por el cardenal Eduardo Saraiva, prefecto de la Pontificia Congregación para la Causa de los Santos, de incorporar al indio macehual en el catálogo de los santos de la Iglesia católica, con lo cual se sumó a la selecta lista de mexicanos donde están ya san Felipe de Jesús y los 27 ''mártires cristeros''.
Con su arribo a la basílica, luego de su encuentro fugaz con el jefe del Gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, en la puerta principal del templo, y después de revestirse con los ornamentos religiosos -en un pequeño recinto a la entrada, habilitado como sacristía-, el papa Juan Pablo II dio inicio a la misa con la procesión, la cual caminó sobre la rampa construida desde la entrada y hasta el altar, para evitar que el pontífice subiera escalón alguno. Lo hizo siempre acompañado por el cardenal Norberto Rivera Carrera y su ceremoniero personal, Piero Marini.
En medio de una infinidad de pañuelos con los colores vaticanos -blanco y amarillo-, agitados por los feligreses, el cardenal Rivera Carrera dio la bienvenida al pontífice en la cuarta ocasión que pisa la Basílica de Guadalupe. El cardenal hizo referencia directa a las dificultades físicas que enfrenta el obispo de Roma; dijo que además del sufrimiento que le provoca el odio y la violencia presente en muchos pueblos ''sabemos que está cansado, pero también feliz y contento de estar entre nosotros''.
En una ceremonia que parecía estar ensayada hasta el mínimo detalle, el cardenal Saraiva comenzó el rito de la canonización de Juan Diego con la solicitud expresa al Papa y la lectura de una breve reseña biográfica del indio vidente. Durante la letanía, donde el coro y los asistentes invocaran a los santos, el pontífice, con un gran rictus de dolor, se postró en el reclinatorio delante de la imagen de la Virgen de Guadalupe.
La ceremonia tomó un cariz indígena cuando una docena de danzantes bailaron sobre la rampa tapizada con alfombra roja, precedidos por una pareja de jóvenes que arrojaban pétalos de rosas rojas al paso de la imagen oficial de Juan Diego, que finalmente fue colocada a un costado del altar. Sonaron también cientos de caracoles ''como anuncio gozoso'' de la proximidad del nuevo santo.
El cardenal Saraiva agradeció al Papa la canonización y pidió que fuera publicada la Carta Apostólica. Sentado en un sillón, Juan Pablo II respondió: ''Lo ordenamos'', con lo cual sobrevinieron los aplausos, momentos antes contenidos a través del sonido, debido a que no había concluido la ceremonia.
El coro entonó el Gloria; el Papa rezó la primera oración a Juan Diego, ya como santo. A la primera y segunda lectura se agregó el salmo responsorial y el aleluya, para dar paso a la homilía de Juan Pablo II que, paulatinamente, con el paso de los muchos minutos que duró la misa, se notaba más y más agotado. La claridad de voz se fue perdiendo, hasta llegar, casi al final, a un murmullo.
Para que no quedara duda, cuando menos para la Iglesia católica, el pontífice llamó a Juan Diego ''hombre fiel y verdadero''.
Finalmente vendría la consagración del pan y del vino, ya con la inscripción de Juan Diego en el catálogo, donde lo ubican como el primero y único santo de raza indígena.