Se dice despreocupado por la denuncia de una
organización juvenil en su contra
Rechaza Vladimir Sorokin que El tocino celeste
sea un libro pornográfico
El pornógrafo busca la erección del lector;
en cambio, él pretende que disfrute la lectura
Sólo se podría acusar al editor de no
distribuir la obra en una bolsa cerrada: juristas
JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL
Moscu, 28 de junio. El controvertido escritor Vladimir
Sorokin afirma que no le preocupa la querella judicial que promueve en
su contra una organización juvenil, pero rechaza con vehemencia
ser calificado de pornógrafo.
Define: ''No lo soy. Soy escritor. Entre ambos hay una
gran diferencia. La meta del pornógrafo es lograr que el lector
tenga una erección. En cambio, como escritor sólo pretendo
que el lector disfrute la lectura".
Ubicado de pronto en el epicentro del escándalo
por un libro que publicó hace más de dos años, Sorokin
restó importancia a los actos de protesta que de un tiempo para
acá realiza contra su forma de hacer literatura la agrupación
Vamos juntos, la cual se enorgullece de haber surgido sin más propósito
que echar porras al presidente Vladimir Putin.
El acto más reciente tuvo como céntrico
y capitalino escenario la plazoleta frente al Teatro Bolshoi, donde se
instaló un simbólico escusado de proporciones exageradas
para dar a cualquier lector la oportunidad de tirar los libros de Sorokin.
Como suele suceder en situaciones arregladas como ésta,
sólo acudieron los acarreados de siempre, lo cual no impidió
que la acción de protesta mereciera amplia difusión mediática,
más aún que el fustigado literato acaba de firmar un contrato
para escribir el libreto de una ópera para el Bolshoi.
''Será una ópera llena de groserías
y mentadas de madre", gritaba como si no tuviera micrófono un orador,
al exigir que se prohíba el estreno de un espectáculo musical
que nadie conoce, entre otras razones porque todavía no existe más
allá de las primeras hojas del borrador que el autor del libreto
seguramente ya escribió.
''Estoy tan ocupado en este libreto -asegura Sorokin-
que los actos de protesta de unos jóvenes imbéciles no me
interesan. Antes de la perestroika (las reformas de Mijaíl
Gorbachov) éramos un país de imbéciles curados de
espanto, ahora los imbéciles se asustan por cualquier cosa".
El origen de la bronca
Todo
empezó cuando un ávido lector en el Metro, un ciudadano como
muchos, economista tal vez pero que a sus 49 años ni sueña
con llegar algún día a manejar las finanzas en el gobierno
de Rusia, encontró evidencias de pornografía en una de las
novelas de Sorokin.
Indignado, tomó la obra de marras, cuyo título
anticipa todo un catálogo de alucinaciones, El tocino celeste,
tan extraño como el texto propiamente, y se apersonó en la
delegación de policía más cercana a su casa para denunciar
lo que estimó grave hallazgo y solicitar a las autoridades que ejerzan
acción penal contra el pornógrafo disfrazado de literato.
Rumbo a la delegación, el escandalizado ciudadano
decidió que tendría más contundencia decir que Sorokin
es el prototipo de escritor con vocación de depravado. Así
lo puso en su denuncia y pidió al inspector de guardia que leyera
con especial atención las páginas 256 a 260 de la novela.
Es de suponer que el infortunado inspector en su vida
había leído, antes y en tan poco espacio, apenas cuatro páginas,
tal concentración de penetraciones, gemidos y demás atributos
del género, descritos con fisiológica precisión literaria.
El atolondrado policía, dando la razón al
denunciante, turnó el asunto a la procuraduría para que decida
si procede o no iniciar la correspondiente averiguación previa.
En la procuraduría no supieron qué hacer,
pues se trata de la primera denuncia de este tipo y, al mismo tiempo, formalmente
el cuestionado libro no viola ninguna ley rusa. Llevado al extremo, coinciden
los juristas, de lo único que podría acusarse al editor es
de no distribuir la obra dentro de una bolsa de plástico cerrada
y con la leyenda de prohibida su venta a menores.
El problema es que El tocino celeste, por más
detallada que llega a ser la descripción de las carnales fusiones
de sus protagonistas, no se fija el propósito de excitar a los lectores,
lo cual pone en entredicho el estereotipo local de lo que es la pornografía.
Al mismo tiempo, la obra a nadie deja indiferente y las
reacciones de los lectores son muy distintas ?en unos, asco; en otros,
risa? porque sólo así, desde uno de estos dos extremos, cada
quien, de acuerdo con su propio criterio, pueden digerirse algunos de los
inverosímiles pasajes originados en la imaginación de Sorokin.
Por ejemplo, que Iosif Stalin, con toda su familia, vaya
a cenar a casa de Adolfo Hitler y que éste, en presencia de Eva
Braun, acabe acostándose con la hija adolescente de aquél;
o que la esposa de Stalin le haga una felación a uno de sus hijos;
o que Nikita Jruschov consiga estremecer el cuerpo de Stalin con sus caricias
de amante experto y deseado. Y todo esto descrito con lujo de pornográficos
detalles, que aquí se omiten.
Nueva acusación
Tras concluir que iba a ser muy complicado demostrar que
Sorokin incurrió en el delito de difusión no reglamentada
de pornografía (este negocio no está prohibido en Rusia),
imputable más bien al editor que habría incumplido la normatividad
de la bolsa de plástico, Vamos juntos optó por reformular
la denuncia contra Sorokin.
Ahora piden a la procuraduría determinar si el
escritor o su editor cometen agravios tipificados en los artículos
129 (calumnia) y 130 (insulto) del Código Penal ruso, toda vez que,
dicen los denunciantes, ''es ampliamente conocido que Stalin y Jruschov
nunca fueron amantes".
Mientras la procuraduría decide qué curso
dar a esta denuncia, Vamos juntos sigue protestando y sus críticas
ya alcanzaron al ministro de Cultura, Mijail Shvidkoi, quien asumió
una actitud neutral.
''La verdad, no me gustan los textos de Sorokin que he
leído, ese tipo de prosa no es de mi predilección y, por
ejemplo, la cantidad de groserías en boca de sus personajes distorsiona
cualquier noción de la literatura rusa. Pero sigo creyendo que,
como en el país no hay censura y toda la responsabilidad recae en
el editor, sólo una corte puede determinar cuándo se infringe
la ley", sostiene el ministro.
Para Shvidkoi, con tanto escándalo, la organización
juvenil sólo busca hacerse publicidad gratis.