LEGISLADORES LITIGANTES: INMORALIDAD
El
fallo del Poder Judicial de la Federación que obliga a la Secretaría
de la Reforma Agraria (SRA) a pagar a unos terratenientes urbanos, cuyos
predios fueron expropiados en 1984, una indemnización de mil 214
millones de pesos -cifra que rebasa el presupuesto total de la dependencia-,
ha derivado en un escándalo que ilustra las graves distorsiones
y lagunas de la legalidad en nuestro país y que coloca bajo los
reflectores de la opinión pública, una vez más, a
los legisladores que, en el ejercicio privado de la abogacía, aprovechan
con fines particulares los resquicios y huecos de las leyes que ellos mismos
aprueban para supuesto beneficio de la nación: Diego Fernández
de Cevallos, Fauzi Hamdan, Salvador Rocha Díaz y otros de la misma
calaña.
En su condición de representantes populares, estos
sujetos tendrían que defender al Estado y sus instituciones. Pero
una vez que se levantan de sus curules y se trasladan a sus despachos privados,
se llevan todo el conocimiento de los intríngulis legales, por no
hablar de la influencia y el poder de sus cargos, para ejercer, en condiciones
ventajosas, el lucrativo oficio de litigantes. Como lo señaló
el constitucionalista Elisur Arteaga, "cuando un legislador lleva un caso
ante los tribunales, la otra parte -acusado o acusador- está en
gran desventaja, porque no cuenta ni con las influencias ni con los contactos
personales de su 'oponente'".
La permisividad en materia de negocios privados
de los parlamentarios hace posibles acciones más graves que las
señaladas: permite que el trabajo legislativo de los abogados en
activo se distorsione en función de los intereses de sus respectivos
despachos, y que individuos como Rocha Díaz, Fernández de
Cevallos, Hamdan y demás, elaboren leyes a la medida de su conveniencia
y de la de sus clientes. Cabe preguntarse, por ejemplo, hasta qué
punto gravitaron tales intereses en el gigantesco desfalco al país
que significó la legalización parlamentaria del rescate bancario
zedillista, y en la que participaron buen número de priístas
y panistas que ejercían, además, como litigantes particulares.
Podría decirse, en paráfrasis del refrán
popular, que un abogado de éstos nunca pierde un caso, y que cuando
pierde, legisla. Y si quedan sospechas, insulta, como Fernández
de Cevallos, quien no tiene empacho en atribuir la indignación social
que suscitan sus andanzas a una mera reacción de "coyotes", "mediocres",
"burros" y "estúpidos". Finísima persona, el senador.
Podría resultar gracioso que, en materia de expresión
verbal, algunos panistas se comporten, hoy, como los caciques priístas
chicharroneros -para retomar la expresión lopezportillista-, pero
es trágico, inadmisible, inmoral y profundamente oneroso para el
interés público que en el Congreso de la Unión tengan
asiento individuos que cobran sus dietas del dinero de los contribuyentes
y que, como litigantes privados, y con todas las ventajas que les confiere
su investidura, sangran al Estado para favorecer a sus clientes. Es urgente,
por ello, que los propios integrantes del Legislativo se obliguen a renunciar
a las actividades remuneradas privadas -sean cuales sean- en el curso de
su estadía en el Congreso de la Unión, como ocurre actualmente
con los funcionarios del Poder Judicial y con los consejeros electorales
federales.