Yvon Le Bot
Toledo y los zapatistas: elogio al silencio
Hace ya más de un año que los comandantes zapatistas han regresado a Chiapas, que Marcos y los suyos se han retirado a la selva Lacandona y guardan silencio. Hace ya varios meses que, después de haberse peleado durante años y haber logrado con éxito hacer de Oaxaca el foco de un resplandor cultural, Francisco Toledo, el más indígena y el más universal de los pintores mexicanos vivos, se ha retirado al asfalto selvático, a la selva de concreto de Los Angeles. Para poder pintar.
Recorridos aparentemente opuestos, en realidad simétricos. El paralelismo no es gratuito, y no es indiferente que Toledo haya formado parte de las personas invitadas a acompañar a los zapatistas al Congreso de la Unión durante la histórica sesión del 28 de marzo de 2001.
Desde entonces, la historia ha vuelto a enloquecer. En estos tiempos de divagación, de pérdida de referencias y de palabrerías, mientras que los antiguos "guías" desaparecen o ya no hacen ese papel, Marcos y Toledo dan la imagen de "jóvenes ancianos" (gracias a Elena Poniatowska por haberme sugerido la expresión). No por razones de edad, sino porque son disidentes que rehusan ser llevados por el main stream y se imponen periodos de silencio, condición de toda palabra nueva, de toda creación y de toda sabiduría. Para que las palabras no pierdan su fuerza, para darle peso a las palabras que serán dichas mañana.
Hay un tiempo para las palabras y otro para callar. Un tiempo para escuchar y meditar, otro para producir.
En los periodos de gran confusión, los ermitaños cristianos se retiran al desierto para redescubrir un sentido y preparar así renacimientos. La selva Lacandona se hacía llamar antaño el Desierto de la Soledad, y las montañas de Chiapas están esparcidas de ermitas solitarias y coloridas, conmovedoramente simples.
Marcos, ha dicho el interesado, no existe. No es más que una imagen, una figura que nació el primero de enero 1994 y que una vez que las condiciones de su insurrección desaparezcan aspira a desaparecer con ellas (el año pasado, durante la marcha por la dignidad indígena, pareció vislumbrarse que este momento estaba cerca). No es, dice, más que el marco de una ventana. Hoy esta ventana parece estar cerrada nuevamente, pero Ƒno será que no queremos ver más que el marco o será que la iluminación está fallando?
Marcos es un mediador, un puente, un vocero, como los "santos parlantes" de las antiguas rebeliones mayas.
Durante un viaje a Chiapas en 1938, una época de disturbios también, Graham Greene oyó hablar de uno de estos santos parlantes. Un campesino de un pueblo adentrado en la montaña había guardado una imagen de San Miguelito en una caja. Cuando, después de cuatro años, abrió la caja, el santo se puso a hablar "con una voz fuerte y clara". Hablaba tan bien el alemán, el francés, el inglés, como el español y las lenguas indígenas (en referencia a estas últimas, no estamos seguros de que Marcos tenga el talento lingüístico de San Miguelito, pero, Ƒquién sabe?, Ƒtal vez en cuatro años?). El autor de El poder y la gloria quiso ver y escuchar este "milagro". Después de un agotador viaje a caballo y de laboriosas conversaciones le presentaron una caja de té que contenía, en un marco de madera, una imagen del arcángel San Miguel derribando al dragón y una extraña cabecita de mujer con cabello crespo, quien tendría que haber emitido una voz. Pero ante el escritor inglés se quedó callada. Nada sorprendente, conociendo la visión del escritor de los mexicanos, y especialmente de los indios y de sus "supersticiones", aunado a su sentimiento de superioridad blanca, cristiana y británica (Graham Greene, sin embargo, no era lo peor...).
Como Greene, los zapatistas, al principio, se sentían detentadores de la verdad. Divulgaban un discurso revolucionario, cuadrado y anacrónico. Pero se pusieron a escuchar las voces que pueblan la montaña y la selva. "Cajitas que hablan nos contaron otra historia que viene de ayer y apunta hacia el mañana. Nos contaron historias antiguas que recuerdan nuestros dolores y nuestras rebeldías". Llegaron poco a poco al unísono de estas voces que sólo se dejan escuchar por aquellos que tienen la voluntad de hacerlo suprimiendo el confuso ruido del mundo y abandonando las carcomidas certidumbres.
Entre abril y mayo de 2001 los diputados y senadores mexicanos, después de haberlas escuchado, dieron la espalda a las palabras zapatistas. El 11 de septiembre los atentados de Nueva York y Washington sumergieron al mundo en una nueva fase de ruidos y furores. En los últimos meses la histeria sobre la seguridad que ha permeado al mundo entero ha acentuado, en Europa, el ascenso de los demagogos y de las extremas derechas, nacionales-populistas.
Frente a la lógica de guerra, algunos buscan la confrontación y se enrolan en una rivalidad mimética y suicida. El retorno a una lógica de imperio, con el golpe de Estado que fue la elección de Bush, provoca un nuevo periodo de antimperialismo. Pero Bin Laden y Al-Qaeda hacen palidecer los otros discursos antimperialistas y son sin duda mucho más eficaces si se trata de golpear al monstruo.
Otros, rechazando ceder a los chantajes y al enloquecimiento, buscan deshacerse de las confrontaciones fatales, inscribirse en lo duradero y desarrollar una cultura de resistencia y de disidencia. A semejanza de estos "jóvenes ancianos" que, al tomar distancia, rencuentran los caminos de la creación, y contribuyen a volver a dar sentido a las palabras y perspectivas a la acción.
Traducción: Nathalie Seguin