Margo Glantz
Libertades civiles y la tortura
Alan Dershowitz es un abogado famoso, muy famoso. Ha defendido causas célebres y logrado liberar a personajes sospechosos (o francamente criminales) gracias a la fuerza de su palabra, una palabra que pretende decir la verdad pero que en realidad juega con la retórica forense a la que nos han acostumbrado tantas y tantas películas de Hollywood, donde los criminales salen indemnes si cuentan con un abogado capaz de manejar de manera adecuada su defensa.
Recientemente se editó un libro suyo, Shouting fire: civil liberties in a turbulent age (Estruendosa conflagración: libertades civiles en una época de turbulencia, podría ser quizá una tosca aproximación literal). Es un volumen de 550 páginas y contiene ensayos que ha publicado a lo largo de varios años, desde 1963. En uno de ellos, en el que se refiere a la legislación israelí, ha agregado algunas páginas, ésas si verdaderamente causa de escándalo, porque Dershowitz, abogado de las libertades civiles, de los derechos humanos, de las causas humanitarias, presenta alegatos en favor de la tortura, o más bien, como dice William F. Schulz en The Nation, una de las pocas revistas críticas que aún circulan en Estados Unidos: ''Habla en favor de crear un nuevo esquema legal al que califica como 'orden de legitimación para la tortura''', proposición que además ha defendido en programas de televisión en los que la convierte -a la tortura, subrayo- en un procedimiento rutinario si se aplica en casos de emergencia, y todos se han convertido en casos de emergencia después de los atentados terroristas del 11 de septiembre.
Transcribo párrafos de ese artículo que son muy importantes, y creo necesario respetar y difundir al pie de la letra su contenido: ''La proposición de Dershowitz exige un cuidadoso escrutinio no sólo porque proviene de una voz autorizada sino porque desde distintas fuentes de la FBI se ha insinuado la posibilidad de que la tortura se convierta en un medio legal si se aplica a prisioneros o detenidos que rehúsen decir lo que saben acerca del terrorismo. Posibilidad que el pasado mes de octubre ganó la aprobación de 45 por ciento de los ciudadanos estadunidenses. Ahora, gracias a Dershowitz y a otros que le han otorgado a la idea la pátina de la respetabilidad -Jonathan Alter en Newsweek, Bruce Hoffmann en The Athlantic-, el número podría ser mayor".
Dershowitz, quien es profesor en la Universidad de Harvard y recientemente dictó allí una conferencia sobre la situación actual en Estados Unidos, anunciada masivamente dentro de ese campus, utiliza como base de su argumento el caso de los portadores de bombas de tiempo, cada vez más numerosos, como lo prueban los recientes acontecimientos en Medio Oriente (producto de los más corruptos líderes musulmanes, entre ellos Arafat, de quien Ariel Sharon y sus partidarios están haciendo un héroe), los oficiales de la FBI tendrán que recurrir, lo quieran o no, subraya nuestro abogado, a la tortura, y lo que es peor, ''la mayoría de nosotros (es decir de los estadunidenses) se los exigirá", por lo que recomienda -y aquí casi no puedo creer lo que leen mis ojos- un singular procedimiento: ''Introducir agujas perfectamente esterilizadas entre la uña y la carne de los prisioneros o de los sospechosos con el objeto de que produzcan una pena tan terrible que se vean obligados a confesar sin que se ponga en peligro su vida".
Es evidente, y de pronto esta aseveración me parece de gran banalidad, que la derecha y el fascismo se han apoderado del mundo, y que como afirma Giorgio Agamben en su extraordinario libro Homo Sacer -tantas veces mencionado en mis artículos-, los campos de concentración organizados por los nazis fueron apenas y solamente el comienzo de una tendencia y un proyecto políticos en ellos implícitos, la noción de que, como ya lo advertía Michel Foucault, la vida humana se ha convertido simplemente en un objeto desechable. Flagrantes pruebas serían de manera global (ahora que está tan de moda este término) cada uno de los acontecimiento producidos durante los años pasados y la obvia y creciente fuerza destructora del neoliberalismo.
Los recientes fracasos del socialismo francés, la amenaza cada vez mayor de la derecha en países como Holanda e Inglaterra, ya asentada en Austria y en España; la destrucción casi total de Africa, la Ƒreversible? y violenta crisis en que se encuentran los países latinoamericanos, Colombia y Argentina, por ejemplo, demuestran que mientras no haya un proyecto de izquierda coherente y realista que no se apoye en categorías totalmente obsoletas, jamás podremos salir del atolladero.