Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 9 de mayo de 2002
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Cultura

Olga Harmony

La gaviota

Es muy conocido el anecdotario que rodea a La gaviota, de Anton Chéjov. Su fracaso en el estreno (1896) en el teatro Alexandrinsky de San Petersburgo, que obligó al exasperado autor -tuberculoso y enfermo del corazón- a salir sin abrigo bajo la nieve, lo que exacerbó su estado de salud; Chéjov mismo había pedido la suspensión del estreno, porque los actores, a la moda de la época, ''representaban demasiado". El dramaturgo ya intuía un nuevo teatro y por ende su encuentro con el Teatro de Arte de Moscú, dirigido por Constantin Stanislavski y Vladimir Nemirovich Danchenko (amigo de Chéjov, dramaturgo también y quien había tenido el increíble gesto de renunciar a un premio porque adujo que la La gaviota era la obra que lo merecía), algunas de cuyas escenificaciones había presenciado, no fue fortuito. El éxito de la obra en manos del Teatro de Arte fue tan clamoroso que fincó las bases de una fructífera relación. Es más, una gaviota se convirtió en el emblema del teatro stanislavskiano. Es, pues, un texto mayor en el repertorio internacional.

Stanislavski dice del teatro de Chéjov en Mi vida en el arte: ''Su delicia consiste en que no se transmite mediante palabras, sino lo que está oculto detrás de las mismas, en las pausas, en las miradas, en la irradiación de sus sentimientos interiores". El mismo director encuentra en La gaviota rastros de simbolismo, impresionismo, realismo e incluso naturalismo. Es su análisis, aunque en ningún momento habla de que sea comedia, como el mismo autor la califica cuando es editada. Iona Weissberg juega en su montaje con esta doble calidad, la de comedia y la de destacar los sentimientos recónditos de los personajes. Para ello corre el riesgo de que los apartes sean dados hacia el público; acentúa los momentos cómicos, como las absurdas peroratas de Shamraiev acerca del bajo Silva, la misma actuación de Nina en la obra de Kostia (con lo que además de ridiculizar al simbolismo nos da la pista de los fracasos posteriores de ambos, uno como autor y la otra como actriz), o la escena en la que Irina Arkadina ruega por el amor de Trigorin, con apostillas hacia los espectadores.

El público ha de estar consciente de que asiste a una representación, lo que se acentúa por una escenografía muy poco realista de Saúl Villa, cambiada para las diferentes escenas por los dos mujiks en que se ha desdoblado al sirviente Yaakov. Esta arriesgada apuesta puede ser muy interesante porque contrasta con esas pausas, silencios y miradas que advierten de los ocultos sentimientos de los personajes, muy bien sostenidos por casi todos los actores en un excelente trazo de la directora. Y habrían sido mucho más contrastantes de no ser por un vestuario muy fuera de época -a excepción del de Irina Arkadina, Polina Andreyevna y en algún momento el de Nina- que a lo mejor quiere ser reflejo del ser interior de los personajes, muy especialmente el de Masha, pero que riñe con el cuidado con que la directora ha manejado sus planteamientos. Para decirlo de una vez, el vestuario de Josefina Echeverría es muy poco feliz y su intencionalidad queda más que difusa.

Los sonidos, tan imprescindibles en el mundo de Chéjov, se mantienen con ese borbotear del agua y con la música de Isaac Bañuelos que dan un fondo de melancolía a los momentos en que ella es necesaria. Weissberg cambia o agrega alguna palabra del texto original (''mandilón", "efectos especiales") y da los tonos justos a cada momento, acentuando por ejemplo la escena, muy breve en el texto, de las reacciones burlonas ante la obra de Kostia, que la directora subraya a base de reacciones actorales.

Por desgracia no todos los actores tienen el mismo desempeño. Blanca Guerra, excelente en los sobreactuados ademanes de Irina. Miguel Angel Ferriz, Mónica Dionne -intencionados en cada matiz-; José Carlos Rodríguez, José Sefami, Alvaro Carcaño y Norma Angélica tienen una inteligente comprensión de sus personajes y realizan verdaderas interpretaciones, al igual que Juan Carlos Vives en un papel diferente a los que ha hecho últimamente. Pero Irene Azuela (quien interpreta a Nina alternando con Alejandra Marín) tiene todo el encanto ingenuo de su joven personaje, aunque su escena final carece de auténtica expresividad. Oscar Uriel, quien entiendo que debuta en teatro, no logra transmitir los matices de su dolido Kostia y da la impresión de que no está en condiciones de ''hacer" un Chéjov y que hubiera sido mejor que se iniciara con papeles de menor complejidad.

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