Teresa del Conde
Manrique: lejos del dogmatismo
Mañana 24 de abril los cinco volúmenes de Jorge Alberto Manrique, publicados por la UNAM, serán presentados en la Casa del Libro (Puebla y Orizaba, colonia Roma), justo enfrente de la Iglesia neorrománica de la Sagrada Familia, que según mi leal saber y entender fue construida en 1906.
Mi artículo anterior dio cuenta de algunos aspectos de esa recopilación a la que puede atribuírsele la categoría de ''Obras escogidas", pues no todo lo que ha escrito el autor (como los artículos de periódico) está incluido, algo que me parece pertinente porque da lugar a que en una etapa ulterior se reúna una antología de los ensayos cortos para armar otro libro del estilo del que publicó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes bajo la dirección editorial de Miguel Angel Etchegaray.
Respecto de los cinco volúmenes objeto de estos comentarios no puede hablarse de una selección, porque allí están todos los escritos importantes sobre historia e historia del arte y esto habla del magnífico trabajo realizado por quienes se encargaron de armarlos. El proyecto de publicación fue auspiciado desde el principio por Rita Eder durante su gestión como directora del Instituto de Investigaciones Estéticas.
Por razones de espacio algo que me faltó añadir en mi pasada entrega es que -además de convencerme- lo que me agrada sobremanera de los ensayos de Manrique es que tienen calidad literaria. Son escritos de un narrador sumamente competente que entra en el tema con sencillez y decisión, pero sin asomo de dogmatismo en cuanto a opiniones particularizadas.
Tengo para mí que Manrique es uno de los mejores historiadores de la arquitectura mexicana y eso es lo que intento poner de relieve. El tomo V recoge parte de sus escritos sobre el tema en la tercera sección del rubro denominado ''La construcción de procesos artísticos". Una de las primeras verdades que allí se esgrimen despunta así: ''La cantidad de insultos que se han vertido sobre la llamada 'arquitectura porfiriana' en México no tienen, a nivel local, parangón ni aun con los que a su tiempo se lanzaron contra la arquitectura gótica y al suyo contra la barroca..."
La consecuencia de ese olímpico desprecio hacia la arquitectura de finales del siglo XIX y las tres primeras décadas del XX es que barrios completos de la ciudad de México han perdido su contexto. Debido a que una parte de mi infancia transcurrió en ese tipo de barrios es que puedo recordar las fachadas a veces historiadas y la distribución de espacios que privaban precisamente en las casas vecinas (casas típicas de clase media) al sitio donde se verifica la presentación del libro. En la calle de Puebla hubo una serie de inmuebles formados en hilera, casas ''cuatas" (algunas sobreviven) que en conjunto hacían un ambiente decoroso, agradable, urbano, cerca de la Plaza Río de Janeiro que era también un sitio muy propicio para deambular. Ese estilo de construcción no finiquitó con el porfirismo y es lo que interesa analizar a través de los escritos de Manrique, pues la modalidad ''no desaparece hasta cerca de 1930. Se trataba, de hecho, de una arquitectura que cumplía lo que de ella se esperaba: mostraba edificios con dignidad, con un toque romántico de exotismo y amparados en el prestigio de los grandes estilos del pasado..."
Otro capítulo entrañable es el referido a ''Señales urbanas en la ciudad de México" que son ''objetos materiales de diverso carácter, que complementan y definen esos espacios.... El habitante -y por asimilación el visitante- recorre su ciudad en la amplitud de sus rumbos, en la complicada trama de sus barrios, en las peculiaridades de cada sitio a través de esas señales, algunas cargadas de siglos..."
La introducción al tema va sucedida por una especie de glosario, que de ampliarse podría dar lugar a uno de los llamados ''diccionarios de autor" (como los que publica Planeta). Así, ''cabeza de serpiente" (me recuerda a Pie de mármol en Roma, cerca de Piazza di Pietra y del Palacio Doria) es un monolito de la última época azteca, empotrada en la esquina del palacio de los condes de Santiago de Calimaya , el actual Museo de la Ciudad. Los ''indios verdes": Izcóatl y Ahuízotl han sido removidos en varias ocasiones y ahora están en la salida a Pachuca; la Espiga, de Fernando González Gortázar (ahora felizmente bien repintada), es una estructura geométrica compuesta por paralelepípedos regulares y está en el cruce de Tlalpan y Taxqueña.
Este y otros capítulos sobre arquitectura hablan del amor que el autor le tiene a su ciudad natal, pues según su propio decir él no sólo es ''chilango", sino "chintololo".