PARAR EL GENOCIDIO
Ayer,
el secretario de Estado estadunidense, Colin Powell, dijo que su gobierno
espera una retirada de las fuerzas militares israelíes de Cisjordania
y Gaza en cuanto culminen su "misión" allí. Ante la masacre
que esas tropas perpetran en los amargos momentos presentes en las reocupadas
tierras palestinas, no debiera quedar el menor resquicio para la duda sobre
el verdadero sentido de esa "misión": matar a la mayor cantidad
posible de palestinos, independientemente de su edad, género, ideología,
antecedentes u ocupación. Los testimonios gráficos, textuales,
televisivos y radiales que logran escapar a la férrea censura, la
desinformación y la mentira sistemática del gobierno de Ariel
Sharon, indican claramente que los objetivos de los soldados de Israel
y de los helicópteros, tanques y aviones de combate facilitados
a ese país por Estados Unidos no son principalmente los terroristas
-individuos u organizaciones- responsables de los recientes y criminales
atentados contra civiles israelíes, sino la población palestina
en su conjunto.
El mundo se encuentra, pues, ante un genocidio en curso,
en el que un pueblo aterrorizado, exasperado y humillado, se enfrenta con
armas de policía, en el mejor de los casos, con piedras y palos
o bien con el cuerpo inerme, a la más sofisticada y mortífera
tecnología bélica, aplicada por uno de los ejércitos
mejor pertrechados del mundo. Si esa circunstancia es similar o no al genocidio
de judíos perpetrado por el régimen nazi, es por ahora un
asunto retórico. En todo caso, los hechos presentes indican que
el Estado de Israel ha emprendido en las tierras palestinas, después
de décadas de ocupación opresiva y criminal y de una limpieza
étnica regular, un operativo militar que en nada se diferencia de
las atrocidades perpetradas por Belgrado en Bosnia, por los turcos en Chipre
y el Kurdistán, por Irak en Kuwait, por Marruecos en el Sáhara
Occidental, por Indonesia en Timor o por el extinto régimen racista
sudafricano en Namibia. El gobierno de Israel se ha hecho responsable de
crímenes de guerra y de lesa humanidad. Si la justicia internacional
fuese mínimamente pareja y equitativa, Sharon tendría que
estar sentado frente a la fiscal Carla del Ponte al lado de Slobodan Milosevic.
Sharon no está solo en la carnicería. Lo
acompaña, en destacadísimo lugar, el gobierno de Estados
Unidos, su protector incondicional, su paraguas diplomático, su
proveedor de bombas para matar civiles, su fabricante de coartadas y argumentos.
Es vergonzoso que Powell y su jefe, el presidente George W. Bush, defiendan
"el derecho de Israel a defenderse de los terroristas", cuando el ejercicio
de ese derecho se traduce en el bombardeo de ambulancias, en el asesinato
de ancianas inocentes dentro de sus viviendas miserables o en la difusión
de mentiras, como la versión de que supuestos combatientes armados
palestinos retenían como rehenes, en la iglesia de la Natividad,
en Belén, a un grupo de civiles y religiosos.
Pero en el genocidio en curso hay muchas otras responsabilidades:
la de la Organización de Naciones Unidas, que en el escenario atroz
de Medio Oriente desempeña una función de mera utilería;
la Unión Europea -el único poder mundial, aparte de Washington,
que podría hacer algo para detener la matanza-; la Liga Arabe, siempre
más ocupada en dirimir sus intrigas y rencillas que en defender
de manera efectiva a los palestinos, y cada persona en el mundo que calla
su desacuerdo, su indignación o su asco ante el genocidio que se
lleva a cabo ante sus ojos.