Hamlet, dirigida por Nicolas Stemann;
Boris Godunov, montaje de Declan Donellan
Dos clásicos en versión contemporánea,
en Bogotá
Pese a problemas de traducción, ambas puestas
transmitieron al público sus visiones
ARTURO JIMENEZ ENVIADO
Santafe
de Bogota, 31 de marzo. Dos obras clásicas con versiones contemporáneas
salieron adelante la recta final del octavo Festival Iberoamericano de
Teatro de Bogotá: Hamlet, de William Shakespeare, dirigida
por el alemán Nicolas Stemann, y Boris Godunov, de Alexander
Pushkin, puesta por el inglés Declan Donellan con 18 reconocidos
actores rusos.
Pese a los problemas con las traducciones (escuchadas
o leídas), ambas obras pudieron transmitir al público sus
respectivas visiones. En el caso de la puesta de Stemann aparece un príncipe
Hamlet que escandaliza a todos, se separa de su amada Ofelia, aparenta
locura y hasta monta con su amigo una obra de teatro con la que busca desenmascarar
los hechos: La trampa del ratón.
La totalidad de la historia, que recurre a imágenes
de video en pequeños monitores, a una rampa al fondo del escenario
y a la interacción con el público y hasta con los encargados
de la consola de audio, es caracterizada por un tono sarcástico,
irreverente y con diversos aciertos de humor. Por ejemplo, la lectura dramatizada
de fragmentos de la misma obra clásica logra una interesante yuxtaposición
de personajes.
Para el caso de la puesta de Donellan, que de manera ingeniosa
se desarrolla en una especie de pasarela, en medio del público,
se comparte la percepción del escenógrafo mexicano David
Antón, quien tiene una importante presencia en Colombia, ha participado
en varias obras aquí y en 16 años no ha fallado a ninguno
de los ocho festivales. "Boris Gudonov -dice mientras comparte el desayuno-
es una lección de buen teatro. Quizá sea lo más importante
que se haya visto del teatro como teatro. Es notable la actuación
y la dirección, y eso que prácticamente no hay escenografía
alguna".
Metarrealidades de danzas y acciones
Dentro
del maratón cotidiano de artes escénicas del festival, en
esta recta final destacan dos coreografías. Una es El gato de
Cheshire, visión muy singular y algo reiterativa de la alemana
Helena Waldman a partir del gato de Alicia en el país de las
maravillas, de Lewis Carrol.
Es un espectáculo con música de dj, canto,
pantalla de video, voces en el, espejos y vitrinas que Waldman considera
"contestatario" por evitar "editorializar" la realidad y sus problemas
sociales y políticos, como sí lo hacen, considera, Pina Baush,
Johan Kresnik y Susanne Link.
La otra es en realidad dos coreografías: Esther
y Lo que los peces disfrutan, de Noa Wertheim y Rami Levi, y traída
a Bogotá por la compañía israelí Vertigo Dance
Company. Uno de los varios aciertos de ambas: la capacidad para sustraerse
de los graves problemas de la realidad y construir un metauniverso de bella,
fuerza y sensualidad, lo cual, por otro lado, es imposible.
Cabe rescatar también una carta coreografía
y una obra de teatro. Una es Dime que soy bella, traída por
la compañía italiana Corte Sconta, puesta por Laura Balis
y Cinzia Romiti, con dramaturgia de ambas y Kiko Stella.
Es una danza que se distingue más por la belleza
neutral de los movimientos de los bailarines en un mundo onírico,
que por su intento de contar la historia de una niña que, "alejada
de los conflictos y protegida por los muros de una casa rica y noble",
realiza un viaje al futuro en el que "tiene experiencias de mujer" y "atrae
y rechaza a su antojo figuras de hombre con las que se encuentra".
La obra de teatro es Cuchillos en las gallinas, del
británico David Harrower, considerado uno de los dramaturgos jóvenes
más importantes de su país, y dirigida por Ana María
Vallejo. Es una acertada puesta de una problemática campirana inglesa
con un tono del medio rural colombiano. Sin embargo, como en las anteriores
coreografías, en esta puesta teatral la realidad es lo que menos
importa.
Pese a percibirse cierta sobreactuación en la protagonista,
se logra llevar al espectador por un mundo de candor, lirismo y rudeza
humana, mediante personajes encantadoramente esquizoides. Un mundo en el
que los personajes pasan del encanto al desencanto.