SAFIYA: TRIUNFO DE LA JUSTICIA
La
semana pasada se informó en estas páginas de la dramática
situación de Safiya Hussaini Tungar-Tudu, una nigeriana de 35 años,
madre de cinco hijos, que fue condenada a muerte por un tribunal islámico
de su país debido a que se embarazó a pesar de estar separada
de su esposo y fue considerada, por tanto, adúltera. De acuerdo
con la ley islámica, o sharia, tal situación configura un
delito grave que debe ser castigado con la lapidación. Ayer, una
corte de apelaciones de Nigeria, bajo la presión de un clamor internacional
sin precedente, absolvió a Safiya. De esta forma se consiguió
una importante victoria de la opinión pública mundial, encabezada
por organismos defensores de los derechos humanos y grupos de mujeres,
los cuales lograron que incluso la Unión Europea enviara una firme
protesta a las autoridades de Abuja.
La historia de Safiya es emblemática de las exasperantes
circunstancias que aún deben enfrentar millones de mujeres en las
sociedades islámicas. A la puesta en vigor de legislaciones bárbaras,
en las cuales la diferencia de género implica una discriminación
automática para las mujeres, debe agregarse que tales leyes son
aplicadas por hombres en forma por demás arbitraria. La pena de
muerte es en sí misma un agravio intolerable a los derechos humanos;
que se pretenda aplicarla en casos de adulterio constituye una cuota adicional
de salvajismo; que la forma de ejecución sea la lapidación
pública resulta degradante, y que la disposición valga sólo
para las adúlteras, mas no para los adúlteros, habla de una
indignante discriminación de género. Pero hay un dato adicional
que convierte todo el proceso contra Safiya en un hoyo negro de horror:
incluso juzgada bajo esas leyes aberrantes, la mujer era inocente y, además,
víctima, toda vez que su embarazo fue producto de una violación
de su ex marido.
La salvación de Safiya es una victoria de la razón,
de la legalidad y de la ética, pero, por desgracia, siguen siendo
millones las mujeres que se encuentran en circunstancias similares de desprotección
legal, institucional y humana, particularmente en las sociedades islámicas
-ayer se supo de la condena a la misma pena a otra nigeriana, por igual
motivo-, pero también en países como el nuestro, donde, en
fecha reciente, una menor de edad que resultó embarazada por su
violador fue impedida de abortar por funcionarios municipales y estatales
panistas adeptos a una suerte de trasnochado y totalitario puritanismo
católico.
Cabe hacer votos por que el triunfo de Safiya y sus defensores
aporte nuevas pautas para combatir y erradicar las lacerantes injusticias
que aún se ciernen, en numerosas naciones, contra las mujeres, y
que su historia se convierta en un símbolo mundial de justicia,
igualdad y humanidad.