Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 22 de marzo de 2002
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Editorial
 
BANCARROTA DE UNA POLITICA EXTERIOR

SOLCuando Cuba fue expulsada de la Organización de Estados Americanos por presiones de Washington, a principios de los años sesenta, México se opuso a semejante atropello y fue el único país de América Latina que resistió los embates de Estados Unidos y mantuvo sus relaciones diplomáticas con el gobierno revolucionario de la isla. Cuatro décadas más tarde, el gobierno mexicano operó, según todos los indicios, para forzar a Fidel Castro a abandonar intempestivamente la Conferencia sobre la Financiación para el Desarrollo que se realiza en Monterrey, Nuevo León, a fin de evitarle una presencia incómoda a George W. Bush. De esta manera parece culminar un viraje que deja al descubierto la vergonzosa y trágica bancarrota de la política exterior mexicana en el gobierno de Vicente Fox.

Aunque las autoridades cubanas, empezando por el propio Castro, se han abstenido de formular señalamientos directos --el mandatario cubano se limitó a manifestar que su retiro del encuentro se debía a "una situación especial creada por mi participación en esta cumbre"--, el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de la isla, Ricardo Alarcón, quien permanece en Monterrey en representación del mandatario de su país, dijo que el retorno de éste a La Habana obedece a "una situación que no debería haber ocurrido" y que "para un país soberano que se respete resulta inaceptable". "En última instancia --abundó Alarcón-- sí es un problema con Estados Unidos", aunque matizó que "eso no significa que alguien de Estados Unidos nos haya hablado o pedido algo".

Esta declaración, que borda en los límites de la obligada discreción diplomática, no deja, sin embargo, lugar a dudas sobre el hecho de que, de alguna manera, el gobierno mexicano marginó a Castro de actividades en las que habría podido cruzarse con el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, y ahorrarle a éste un encuentro incómodo. Es significativo que, días antes de la cumbre, Condolezza Rice, consejera de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, enfatizó que Bush y Castro no se encontrarían "en ningún momento" en la conferencia. "Ella sabía por qué lo decía", apuntó ayer Alarcón tras la partida del mandatario cubano.

La ofensa a la nación hermana es inaceptable y alarmante no sólo desde una perspectiva ética, sino también porque pone al descubierto la liquidación de la soberanía nacional, de los más elementales principios de la diplomacia, y hasta del pudor, en aras de complacer los deseos de la Casa Blanca. Debe constatarse que la necesaria independencia en los actos de política exterior, independientemente de ideologías, simpatías o antipatías, ha sido sacrificada en aras de una muy hipotética mejoría en las relaciones bilaterales con Estados Unidos. En otro sentido, el vergonzoso episodio de Monterrey indica que, más allá de las ineptitudes, los desfiguros y las maquinaciones del canciller Jorge G. Castañeda, la completa pérdida de rumbo en la política exterior del país es atribuible al equipo de gobierno en su conjunto y, a fin de cuentas, al titular del Poder Ejecutivo, Vicente Fox.

Se había señalado ya que la cumbre de la capital neoleonesa, por sus contenidos y sus sentidos, era un acto de simulación para presentar el llamado Consenso de Washington en el envoltorio del Consenso de Monterrey. El propio Kofi Annan admitió, en días pasados, la escasa utilidad práctica del encuentro. Además, la partida apresurada de Castro dejó la imagen de un cónclave intolerante y excluyente en el que no sólo se ponen oídos sordos a las protestas de quienes se oponen a la globalización neoliberal, sino que se margina a los jefes de Estado que no están dispuestos a acatar los lineamientos de Estados Unidos, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Para colmo, el incidente del presidente cubano, aunado a los reproches del mandatario nicaragüense por los delitos del ex embajador de México en Managua y a la breve pero significativa escaramuza verbal entre el mandatario mexicano y el presidente venezolano, Hugo Chávez, deja un escenario de desastre diplomático que habría sido difícil de imaginar hasta hace poco.

Más temprano que tarde habrá que iniciar la reconstrucción de la política exterior mexicana, cuya demolición se inició durante el sexenio de Miguel de la Madrid, siguió con Carlos Salinas de Gortarí y con su sucesor Ernesto Zedillo, y se profundiza en lo que va de la presente administración.

Pero más allá de este incidente que finalmente marcó la cumbre de Monterrey, quedó en el ambiente --por su brillantez y justeza-- el discurso sin concesiones pronunciado por el presidente Castro, quien fiel a su estilo alertó sobre las peligrosas consecuencias sociales de la actual política económica global, definida por él como un gran casino. En su dura intervención ante el plenario, el gobernante cubano responsabilizó a las naciones ricas por el ''genocida'' sistema económico que ha condenado a millones de seres humanos a la miseria.

Curiosamente, antes de que hablara Castro, el presidente de la Organización Mundial del Comercio, Michael Moore, había lanzado un dramático llamado para que, con urgencia, se atiendan las necesidades de las naciones en vías de desarrollo, necesidades que, advirtió sin ambages, constituyen ''una bomba de tiempo puesta en el corazón de la libertad''.
 

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