BANCARROTA DE UNA POLITICA EXTERIOR
Cuando
Cuba fue expulsada de la Organización de Estados Americanos por
presiones de Washington, a principios de los años sesenta, México
se opuso a semejante atropello y fue el único país de América
Latina que resistió los embates de Estados Unidos y mantuvo sus
relaciones diplomáticas con el gobierno revolucionario de la isla.
Cuatro décadas más tarde, el gobierno mexicano operó,
según todos los indicios, para forzar a Fidel Castro a abandonar
intempestivamente la Conferencia sobre la Financiación para el Desarrollo
que se realiza en Monterrey, Nuevo León, a fin de evitarle una presencia
incómoda a George W. Bush. De esta manera parece culminar un viraje
que deja al descubierto la vergonzosa y trágica bancarrota de la
política exterior mexicana en el gobierno de Vicente Fox.
Aunque las autoridades cubanas, empezando por el propio
Castro, se han abstenido de formular señalamientos directos --el
mandatario cubano se limitó a manifestar que su retiro del encuentro
se debía a "una situación especial creada por mi participación
en esta cumbre"--, el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular
de la isla, Ricardo Alarcón, quien permanece en Monterrey en representación
del mandatario de su país, dijo que el retorno de éste a
La Habana obedece a "una situación que no debería haber ocurrido"
y que "para un país soberano que se respete resulta inaceptable".
"En última instancia --abundó Alarcón-- sí
es un problema con Estados Unidos", aunque matizó que "eso no significa
que alguien de Estados Unidos nos haya hablado o pedido algo".
Esta declaración, que borda en los límites
de la obligada discreción diplomática, no deja, sin embargo,
lugar a dudas sobre el hecho de que, de alguna manera, el gobierno mexicano
marginó a Castro de actividades en las que habría podido
cruzarse con el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, y ahorrarle
a éste un encuentro incómodo. Es significativo que, días
antes de la cumbre, Condolezza Rice, consejera de Seguridad Nacional de
la Casa Blanca, enfatizó que Bush y Castro no se encontrarían
"en ningún momento" en la conferencia. "Ella sabía por qué
lo decía", apuntó ayer Alarcón tras la partida del
mandatario cubano.
La ofensa a la nación hermana es inaceptable y
alarmante no sólo desde una perspectiva ética, sino también
porque pone al descubierto la liquidación de la soberanía
nacional, de los más elementales principios de la diplomacia, y
hasta del pudor, en aras de complacer los deseos de la Casa Blanca. Debe
constatarse que la necesaria independencia en los actos de política
exterior, independientemente de ideologías, simpatías o antipatías,
ha sido sacrificada en aras de una muy hipotética mejoría
en las relaciones bilaterales con Estados Unidos. En otro sentido, el vergonzoso
episodio de Monterrey indica que, más allá de las ineptitudes,
los desfiguros y las maquinaciones del canciller Jorge G. Castañeda,
la completa pérdida de rumbo en la política exterior del
país es atribuible al equipo de gobierno en su conjunto y, a fin
de cuentas, al titular del Poder Ejecutivo, Vicente Fox.
Se había señalado ya que la cumbre de la
capital neoleonesa, por sus contenidos y sus sentidos, era un acto de simulación
para presentar el llamado Consenso de Washington en el envoltorio del Consenso
de Monterrey. El propio Kofi Annan admitió, en días pasados,
la escasa utilidad práctica del encuentro. Además, la partida
apresurada de Castro dejó la imagen de un cónclave intolerante
y excluyente en el que no sólo se ponen oídos sordos a las
protestas de quienes se oponen a la globalización neoliberal, sino
que se margina a los jefes de Estado que no están dispuestos a acatar
los lineamientos de Estados Unidos, el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional. Para colmo, el incidente del presidente cubano, aunado a
los reproches del mandatario nicaragüense por los delitos del ex embajador
de México en Managua y a la breve pero significativa escaramuza
verbal entre el mandatario mexicano y el presidente venezolano, Hugo Chávez,
deja un escenario de desastre diplomático que habría sido
difícil de imaginar hasta hace poco.
Más temprano que tarde habrá que iniciar
la reconstrucción de la política exterior mexicana, cuya
demolición se inició durante el sexenio de Miguel de la Madrid,
siguió con Carlos Salinas de Gortarí y con su sucesor Ernesto
Zedillo, y se profundiza en lo que va de la presente administración.
Pero más allá de este incidente que finalmente
marcó la cumbre de Monterrey, quedó en el ambiente --por
su brillantez y justeza-- el discurso sin concesiones pronunciado por el
presidente Castro, quien fiel a su estilo alertó sobre las peligrosas
consecuencias sociales de la actual política económica global,
definida por él como un gran casino. En su dura intervención
ante el plenario, el gobernante cubano responsabilizó a las naciones
ricas por el ''genocida'' sistema económico que ha condenado a millones
de seres humanos a la miseria.
Curiosamente, antes de que hablara Castro, el presidente
de la Organización Mundial del Comercio, Michael Moore, había
lanzado un dramático llamado para que, con urgencia, se atiendan
las necesidades de las naciones en vías de desarrollo, necesidades
que, advirtió sin ambages, constituyen ''una bomba de tiempo puesta
en el corazón de la libertad''.