Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 20 de marzo de 2002
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Editorial
 
MONTERREY: ENCUENTRO PARA NADA

SOLAl admitir ayer que en la Conferencia sobre la Financiación para el Desarrollo que se realiza en Monterrey no se lograrán los objetivos trazados por el propio organismo internacional hace 30 años --lograr que los países ricos transfieran a los pobres el 0.7 por ciento de su PIB-- ni se conseguirán acuerdos para aliviar la carga de la deuda externa de las naciones en desarrollo, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, dejó al descubierto la monumental inutilidad de ese encuentro, al que tienen previsto asistir cerca de 50 jefes de Estado y de gobierno, entre ellos los presidentes de Cuba, Estados Unidos, Francia, Argentina e Italia y los primeros ministros de Italia y España, además, por supuesto, del mandatario anfitrión, Vicente Fox.

Dejando de lado esta asombrosa confesión de ineptitud personal e institucional por parte del más alto funcionario de Naciones Unidas, los hechos le dan la razón a Annan: la declaración de la conferencia, el llamado Consenso de Monterrey, que aún se encuentra en etapa de borrador, es papel mojado y ejercicio de simulación, en la medida en que elude cualquier compromiso específico por parte de Estados Unidos, Europa y Japón hacia las naciones pobres de Africa, América Latina y Asia.

Por si hicieran falta elementos para ponderar la exasperante mascarada que se lleva a cabo en la ca- pital neoleonesa, bastaría con comparar el lineamiento adoptado por la ONU en los años setenta --los países industrializados deben destinar el 0.7 por ciento de su PIB para propiciar el desarrollo de las naciones pobres-- con el 0.1 por ciento que Estados Unidos canalizará a ese fin y con el 0.39 por ciento que ha estipulado la Unión Europea. Ambas determinaciones, la estadunidense y la europea, fueron dadas a conocer la semana pasada, en vísperas de la Cumbre de Monterrey, y puede descartarse que en el curso de las reuniones modifiquen su posición. La Cumbre de Monterrey es, pues, un ejercicio inútil, frívolo y vacío.

Desde esa perspectiva, el encuentro podría reducirse a una ruidosa tomadura de pelo, a una operación de lavado de imagen de los países ricos, y a un derroche de dinero, organización y atención mediática; debe reconocerse, sin embargo, su utilidad como catalizador de una reflexión de fondo por parte de sectores críticos de distintas naciones acerca del sentido humano, democrático y social con que debe conducirse la inevitable mundialización de la economía, debate del que se ha dado cuenta con profusión en estas páginas.

A juzgar por las orientaciones del encuentro de Monterrey, los gobiernos de las grandes potencias económicas siguen sin entender que la pavorosa desigualdad generada en el mundo por las reglas vigentes de la globalización neoliberal constituye un peligro para la humanidad en su conjunto y no sólo para los cientos de millones de personas que sobreviven con menos de un dólar diario en los países periféricos. Dicho en otros términos, la transferencia de recursos suficientes a esos países y a ese sector miserable de la especie no debe ser vista como un acto de caridad, sino como una obligación cuyo incumplimiento pone en serio riesgo la muy precaria estabilidad de la comunidad internacional y la paz y la prosperidad de los paraísos del consumo y el comercio.
 

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