Luis Linares Zapata
PRD: los desgarres por la modernidad
El PRD llega al encuentro de su actualidad a horcajadas entre la restauración del apañe que escenificó el PRI y la recoleta democracia exhibida por el PAN con motivo de la disputa entre familia de sus consejeros. La coyuntura es, de todas maneras, halagüeña para este partido forzado a remontar la frustrante elección del 99 que lo despeñó, de golpe, en las preferencias de los mexicanos. C. Cárdenas, y su aspiración derrotada, pagó los costos de ese desaguisado.
Con valentía rayana en la osadía el PRD se lanzó a la aventura de montar un proceso electivo, complejo y vasto, que quedó muy por encima de sus efectivas capacidades. Una muestra palpable de su mocedad organizativa que no ha encontrado los canales adecuados para madurar. Todavía creen los perredistas, con inocencia provinciana, no exenta de malsana desconfianza en el método y los ensayos sistemáticos, en los poderes de la voluntad para hacer las cosas y por el mero hecho de pensarlas posibles. Todavía le reservan al heroísmo, y a la entrega sin límites de sus militantes, una gran tajada del poder realizador que, bien lo señala la experiencia, siempre flaquea a la hora de la competencia feroz y los resultados medibles y eficaces. Piensan, con frecuencia inusitada, que la inteligencia, algo de trasteo juvenil, el arrebato de los ardores, cierto grado de honestidad y la disposición al sacrificio, pueden ser sustitutos de la planeación, de la coordinación disciplinada de los equipos o de la investigación informada. Suponen que pueden alterar, con premura e improvisación, el orden y las secuencias de los procesos y escatimar la inversión requerida de recursos para lograr los cometidos que se propone un partido político cualquiera. Los perredistas no se han desprendido de la idea que ningunea la detallada, penosa, administración del esfuerzo y la energía, exigida por el quehacer público, por parecerles una tarea de gerentes, de tecnócratas, de aquellas elites que disponen de tiempo y dinero para gastarlo en tareas superfluas. Muy a menudo, entre perredistas, el ambiente se llena con llamados a la imaginación, la sensibilidad, la cercanía con los más necesitados, con el pueblo, pues. Lo demás, se piensa a menudo, es asunto de corruptos o, al menos, de dispendiosos que no saben lo que vale el trabajo directo, sencillo, sin complicaciones, el que atiende las verdades y requerimientos del pueblo.
Preñados de angustias por una elusiva modernidad, los perredistas luchan, en primer término, consigo mismos y, después, contra las rebel-días heredadas que les oscurecen las propuestas alternativas para situarse como una real opción de poder y disputar los mandos de la República. Si algo les queda de aliento, la emprenden entonces contra las superestructuras jurídicas, económicas o culturales que han sido fantásticos molinos de viento que los atosigan y, al conjurarlos tan a menudo, ahuyentan, por parvadas, a muchos de sus posibles apoyadores. Imaginar un horizonte de programas y propuestas no le ha sido una tarea fácil a los políticos que dirigen y guían al PRD. Poco a poco, sin embargo, con altibajos y desengaños, se han ido acercando a lo que bien puede ser considerada una visión moderna de nación y de gobierno. Una que les permita iniciar el siglo y robustecer sus ambiciones de triunfo, con la suficiente confianza como para suavizar sus siempre presentes rijosidades que los apartan, lo sepan o no, lo hagan consciente o no, de las simpatías populares.
Hasta hoy en día, los alegatos y descalificaciones al proceso electoral no han recalado en las usuales trampas a la voluntad de los electores. No se sabe, todavía, y quizá permanezca como dato lejano y poco creíble, la cifra de los militantes que acudieron al llamado de las urnas. La sujeción a que se sometieron los contendientes para respetar la información disponible de los conteos rápidos les suavizó la crítica y el enfrentamiento interno, pero cerca estuvo de generarles un verdadero caos. A pesar de que todas las limitantes sean cargadas a la desorganización, como si fuera una entidad ajena a su responsabilidad, la elección de los perredistas parece mejor que las observadas tanto en el PRI como en el PAN. El hueco de ideas y llamados que se ha ido sedimentando en la ancha base de la pirámide poblacional augura premios para aquellos que la sepan auscultar en sus necesidades, pero más que todo, en sus aspiraciones. Aun si el crecimiento de la economía se reanuda a corto plazo, y hasta si se acelera, las desigualdades, tal y como se avizoran, le darán a la izquierda nacional la anhelada ocasión de poner delante del imaginario colectivo, candidaturas formadas, sólidas, legítimas y experimentadas que sean alternativa real de gobierno.