Marcos Kaplan
Modernidad
Las relaciones entre los intelectuales y la política es cuestión que surge y se desarrolla cada vez más y de modo crecientemente complejo y cambiante con el ascenso de la modernidad. El análisis y el debate al respecto se plantean, ante todo, a partir de la confrontación de diferentes definiciones del intelectual.
Existe por lo menos un concepto restringido y otro amplio del intelectual. Para quienes, como el que escribe, adoptan un punto de vista amplio, son intelectuales todos aquellos que, en la división social del trabajo vigente en un espacio y momento histórico dados, se ubican y actúan como trabajadores no manuales, como profesionales y especialistas en un aspecto o nivel de la producción y uso de cultura, de informaciones organizativas (conocimientos, ciencias, técnicas, lenguajes, sistemas conceptuales, simbología en general), y de reglas generativas (valores, normas, modelos de conducta, esquemas y programas para la estructuración y despliegue de fenómenos y procesos sociales, así como para la regulación de grupos e individuos). En un sentido más restringido, sólo serán intelectuales los que adoptan algún compromiso ideológico y político y, sobre todo, de crítica y oposición al sistema imperante de que se trate.
Si la categoría social del intelectual parece haber existido, por lo menos en forma larvada o incipiente, desde las primeras civilizaciones, el problema se plantea y despliega con dimensiones y significaciones crecientes a partir de la modernidad.
Desde las postrimerías del Medievo europeo, las universidades se van volviendo sede del intelectual como conciencia crítica de la sociedad y, por lo mismo, exiliado permanente en la medida en que ninguna sociedad realiza plenamente la libertad humana y el cuestionamiento del intelectual crítico resulta siempre políticamente inconveniente.
En este Medievo europeo, el intelectual logra de cualquier modo una situación más o menos satisfactoria, sobre todo como miembro de universidades. Dentro de los límites excluyentes de la herejía o del activismo político (Dante Alighieri, Marsilio de Padua) el intelectual goza de libertad. Puede exiliarse voluntariamente mediante el cambio de residencia. Comparte una cultura universal, cristiana y en latín, que reduce el significado de las diferencias nacionales. La transferencia de lealtades y residencias es posible, por la coexistencia de universidades, cortes imperiales y reales, Iglesia y ciudades que compiten por los servicios de extranjeros adiestrados en humanidades, ciencias y técnicas. El intelectual itinerante se vuelve normal durante largo tiempo.
Los intelectuales se van implicando y son implicados -a favor o en contra de la conservación o del cambio- en los grandes procesos y conflictos de la modernidad, el Renacimiento y la Reforma, el ascenso del Estado nacional, el absolutismo monárquico y sus opositores, el liberalismo, el Siglo de las Luces, las revoluciones democráticas de Inglaterra, Estados Unidos y Francia, y a través de todos ellos su peso e influencia van en aumento, no sin ambigüedades, contradicciones y conflictos de todo tipo.
La formación y el desarrollo del Estado, de la conciencia nacional y de la noción de soberanía, el avance en la división del trabajo en el interior del aparato estatal, en correspondencia con el de la división del trabajo en la economía capitalista en emergencia, y con todo ello la diferenciación y especialización de las actividades culturales-ideológicas y políticas contribuyen al incremento del número y la diversificación de los tipos de intelectuales, incluso de una nueva especie de políticos profesionales. Contribuyen también a crear una relación ambigua entre cultura y política, y entre el intelectual y el Estado.
Así, por ejemplo, la secuencia histórica, que en Francia se da con el absolutismo monárquico, la Revolución francesa y los dos imperios bonapartistas, que se identifica con el desarrollo del Estado como institución/aparato/capa social, y con su intervencionismo y autonomización, hace surgir o cristaliza varios tipos de relaciones entre grupos intelectuales y Estado: el intelectual crítico-reformista, el jacobino, el científico al servicio del Estado, el ideólogo, el intelectual contrarrevolucionario-restaurador. Mas aún, desde el siglo XVIII en adelante, se van dando además las variedades del intelectual flotante, y las de los dirigentes y cuadros de movimientos y partidos: sociales, políticos, étnicos, confesionales, nacionalistas, populistas, socialistas reformistas y revolucionarios. Su naturaleza y sus papeles difieren según las relaciones que se establecen, no sólo con fuerzas y estructuras económicas, clasistas y sociales, sino también con las de tipo político y sobre todo con el Estado. A partir de ello se pueden distinguir tipos como el intelectual tradicional y el orgánico, el especialista o experto del Estado y de otros poderes, el cancerbero de sistemas y regímenes, el aliado de los grupos dominados, el revolucionario contra los poderes establecidos.
Por otra parte, el desarrollo del Estado y la afirmación de su soberanía suponen y refuerzan una separación entre aquél y la sociedad civil, entre la política y la cultura, y la consiguiente posibilidad de tolerancia hacia las opiniones no prohibidas por ley ni perjudiciales al Leviatán. Este, sin embargo, no puede aceptar límites a su poder, y encuentra no difícil, sino imposible, reconciliar su poder coercitivo y el orden con el que se identifica, con la libertad y el derecho. La posición del intelectual moderno nunca deja de ser ambigua. El nacionalismo legitimador de la soberanía estatal justifica exigencias irrestrictas a los habitantes y ciudadanos, incluso al intelectual que reivindica el derecho a la conciencia autónoma y al discurso racional y crítico. El conflicto entre soberanía estatal y conciencia crítica surge tempranamente y se proyecta hasta el presente y en todo país, región y sistema. Se tenía provisoriamente en épocas y lugares de liberalismo floreciente cuando, en un contexto de libre universidad, prensa independiente, pluralismo político, partidos en competencia, diversificación organizativa e institucional de la sociedad civil, el intelectual opera como libre productor y vendedor de sus productos en un mercado libre.
En este conjunto de problemas tiene un lugar destacado y un papel significativo la variedad del intelectual flotante, libre, desarraigado, que ha dejado de ser apéndice de la Iglesia, del viejo Estado, de la burguesía, y disfruta de las posibilidades del exilio interior y de la emigración. Aquél se vuelve estrato social, con espíritu de cuerpo y potencialidades de actor cultural-ideológico y político, pero paga por su status emancipado y por el ejercicio de su libertad, un precio en términos de desarraigo, inseguridad, miseria, bohemia. Su desarraigo, en cambio, lo sensibiliza y predispone a la apertura hacia nuevos y radicales paradigmas; lo hace disponible para los proyectos totalizantes de destrucción del mundo social y su reconstrucción desde la nada, y para el servicio de los dirigentes carismáticos y los profetas redentores.
Las sociedades contemporáneas, con la burocratización de ellas, del Estado y del intelectual que se vuelve funcionario o servidor de algo o alguien, crean o amplifican las ambigüedades y las dificultades de la intelectualidad, y amenazan las posibilidades de la conciencia crítica y de la conducta política de oposición. Ello culmina con el Estado totalitario que exige, más allá del conformismo pasivo, el control total de las conciencias y las prácticas, así como los comportamientos de adhesión activa y proselitismo agresivo; degrada el pensamiento; impone la rendición incondicional o la emigración.