Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 6 de marzo de 2002
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Política

Carlos Martínez García

El otro Big Brother

Exigen que un programa televisivo salga del aire porque degrada a mexicanos y mexicanas. Desde distintas tribunas, eclesiásticas y de agrupaciones muy ligadas a las enseñanzas católicas, demandan que desaparezca la emisión que apenas hace tres días inició en México. Transmitida en distintas naciones, la serie ha obtenido altísimos puntos de rating, esa medición de audiencia que mueve las decisiones mercadotécnicas de las grandes empresas. Se trata de Big Brother, franquicia que está explotando Televisa y en cuyo primer ciclo espera obtener ganancias por 70 millones de dólares.

El nuevo programa de Televisa, como lo escribió en estas páginas Jenaro Villamil, "...alienta un nuevo divertimento ocioso e irreflexivo. Sustituye la jaula de los zoológicos por una casa con 70 cámaras, y los animales ceden el paso a 12 seres humanos en busca de 106 días de fama telegénica" (La Jornada, 3/03/02).

Creo que muy pocas personas analíticas podrían defender contenidos y forma en que se hurga la espontaneidad actuada de una docena dispuesta a mostrar su cotidianidad a millones de embebidos televidentes. Este solo hecho revela que la banalización crece aceleradamente en las sociedades contemporáneas. Pero no quiero ocuparme de tal fenómeno, sino centrarme en las reacciones que ha despertado en las buenas conciencias empresariales y organizaciones que expresan los principios éticos de las cúpulas clericales católicas (como A Favor de lo Mejor) la decisión de Televisa por transmitir el programa.

Primero presionaron tras bambalinas para que la televisora no hiciera una versión mexicana de Big Brother. Después, una vez que la empresa de Emilio Azcárraga Jean tomó la decisión de iniciar su transmisión, llamaron a boicotear publicitariamente a la empresa de televisión más importante en lengua española. Muy sus principios morales y disquisiciones sobre los límites que deberían tener en sus contenidos los medios electrónicos, que son los que realmente les importan por la enorme cobertura que tienen. Sin embargo, uno esperaría de esos paladines protectores de las conciencias mexicanas que tuvieran consistencia. Por décadas han sido cómplices del antes monopolio televisivo. Incluso en la actualidad, mientras critican un programa que juzgan grotesco, gozosamente apoyan la cruzada juandieguista que inventa pruebas históricas donde sólo hubo ganas de creer en una imagen. Por ejemplo, la Cervecería Modelo promueve espectáculos igual o peor de vacuos que Big Brother, pero sus dirigentes se escandalizan por este último y junto con otros empresarios deciden no anunciarse en las transmisiones del programa cuestionado. Pero hasta allí van a llegar, porque ya tienen jugosos contratos con su temporal adversario para obtener enormes ganancias en el próximo Mundial de futbol.

El cardenal Norberto Rivera, más preocupado por su propio marketing que por el bienestar pastoral de sus feligreses, se refirió el domingo a Big Brother. Consideró la imposibilidad de "que una televisora siga manteniendo a la gente como retrasada". A lo mejor ya se le olvidó al jerarca que la misma empresa ha televisado todas las visitas anteriores de Juan Pablo II, y que desplazará su tecnología de punta para cubrir hasta la saciedad la próxima gira del Papa a nuestro país.

No creo que Norberto Rivera haya dicho nada contra los shows que Televisa arma cada 12 de diciembre desde la Basílica de Guadalupe. Donde la jerarquía católica ha sido cómplice al permitir que desde el altar, o muy cerca al mismo, se entonen y dediquen a la Virgen canciones mundanas y hasta inspiradas originalmente para amores carnales. Y Ƒqué decir de los artistas participantes en esos actos, que sobreactúan y ponen caras de supuesta piedad que en realidad es de utilería? La fe guadalupana de la mayoría del pueblo mexicano es muy respetable. Aunque en mi caso no comparta esa fe, reconozco la sinceridad de sus seguidores. Otra cosa son los beneficios terrenales de quienes se montan en la devoción popular; a esas cúpulas hay que desenmascararlas.

El Big Brother de la Iglesia católica romana de nuestro país tiene larga experiencia en eso de pretender controlar a los ciudadanos. Se ha erigido, en nuestra historia, como juez que reparte sanciones a las conductas de las ciudadanas y los ciudadanos.

El síndrome de Big Brother consiste en vigilar a todos, pero que nadie pueda o tenga los medios para vigilarlo a uno. El control autoritario de la conducta de los demás es la crítica que George Orwell hizo en su excelente obra 1984. Por cierto que este autor es el primer afectado por la caricaturización que de su totalitario personaje hizo el programa de televisión. El síndrome bigbrotheriano sigue aquejando agudamente a las jerarquías católicas aquí y en Roma. El otro Big Brother, no el del programa televisivo, sigue acechando las libertades de las sociedades plurales. Estas, para mantener su esencia respetuosa de la diversidad, tienen que vigilar a quienes aspiran a controlarlas.

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