JAZZ
Cráneo de jade
Antonio Malacara
EN LA CARTELERA DEL Centro Nacional de las Artes estaba
anunciado Remi Alvarez para cerrar el ciclo de jazz del segundo Festival
del Viento; aunque sabíamos que esto era únicamente cuestión
de forma (por aquello de los saxos y el viento) y no porque Remi iniciara
una carrera de solista. Finalmente se dio la tercera llamada y el sonido
presenta a Cráneo de Jade. La Plaza de las Artes, llena en su totalidad,
da una cálida bienvenida al trío, con el gusto y la emoción
de estar en una de sus presentaciones, tan lamentablemente escasas.
Y ES QUE SI ya de por sí el jazz es un platillo
no apto para las grandes masas, el jazz libre resulta mucho más
selectivo y, por ende, su atractivo se multiplica para los descendientes
de famas y cronopios. En el valle de México al menos, Cráneo
de Jade se ha hecho de un público muy amplio, un clan que asiste
a sus conciertos con una sola certeza: no sabe qué va a pasar, pero
sabe que, suceda lo que suceda, va a estar bien.
AUNQUE EN OCASIONES LLEGAN a tocar algún tema prestablecido,
en el concierto del sábado ni los músicos sabían lo
que iba a pasar. Hernán Hecht suelta un baquetazo seco sobre la
tarola y de un tajo abre el concierto. El contrabajo y el sax tenor dan
toques de acercamiento, cada cual por su lado, como avisando que están
ahí, pero sin terminar de juntarse. Aarón marca entonces
una primera ruta, un primer compás, y los demás lo siguen.
EL TENOR SALTA HACIA una orilla y da voces de alerta y
bienvenida que casi de inmediato se transforman en barritos de elefante.
En el otro extremo, contrabajo y batería navegan con más
tranquilidad, juntos, construyendo esferas que van a estrellarse en los
platillos... los fragmentos saltan por todos lados y el público
se prende.
LOS TRES OFICIANTES SE conocen, se saben, se funden en
un silencio repentino; una parvada de ángeles vuela acompasada por
las cuerdas de Aarón, que se queda solo, resbalando los dedos en
los límites de sus agudos. Remi intenta reincorporarse con tranquilidad,
hasta que Hernán inicia el golpeteo de los tambores y el sax ruge
y llora y se lamenta; el contrabajo los sigue en el delirio, es un momento
lleno de fuerza y vitalidad; pero la fugaz estampida es interrumpida ahora
por la batería, que se clava en los contratiempos. Cruz se regresa
a los bajos fondos del diapasón pero el sax insiste con esporádicas
asperezas y el trío vuelve al asalto, aunque con un poco más
de prudencia.
LOS JUEGOS Y LAS frases lúdicas de otros días
casi no aparecen, los músicos están concentrados, más
serios que de costumbre, inmersos, absortos en el sonido; pero el resultado
es igualmente grandioso. Los tres conocen de memoria los caminos que el
jazz ha recorrido a través de un siglo y quieren abrir (abren) nuevas
rutas, nuevas formas del sonido.
AARON CRUZ, DESPUES DEL arco y la baqueta, saca un tubo
de metal y se va con él sobre las cuerdas, las pulsa más
allá de la madera, en el aire, reinventa el instrumento. Hernán
va más allá de las escobillas y las felpas, construye sus
geometrías sobre el metal y con las baquetas, una sobre otra, concibe
sus propias abstracciones.
REMI FIGURA ENORME CON los saxos tenor, soprano y barítono.
En el segundo tema (el primero duró casi una hora) saca la cabeza
de la flauta y empieza a gemir desde el micrófono, después
va por el pie (de la flauta) y continúa la agonía... pero
por fin arma el instrumento y lo deja sonar desde una orilla tremendamente
lejana, poco a poco se va acercando, hasta mostrar la dulzura intrínseca
del metal. No obstante, la gente se emocionó todavía más
cuando el maestro del viento mostró las posibilidades de la ocarina,
un instrumento prehispánico virtualmente ignorado en el jazz.
LA GENTE LOS OBLIGO A regresar y Cráneo se suelta
con algo más rítmico, más de este planeta. El ritual
y la catarsis se complementaban.
VARIAS VECES INTENTE DEJAR de escribir, de abandonar el
ánimo estúpido de pretender traducir con palabras lo que
estaba sucediendo en el escenario, pero la pluma cobraba vida propia y
volvía a trazar una tras otra las ideas y las sensaciones, a sabiendas
de que no iban a caber en esta nota.
AL FINAL DEL CONCIERTO, buscando a mis hijos, que improvisaban
por otro lado, alcancé a escuchar a dos chavos de pelo largo que
salían del baño. Uno de ellos sintetizó los conceptos
que me giraban en la cabeza: "No güey... pinche viajezote".