Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 25 de febrero de 2002
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Espectáculos
JAZZ

Cráneo de jade

Antonio Malacara

EN LA CARTELERA DEL Centro Nacional de las Artes estaba anunciado Remi Alvarez para cerrar el ciclo de jazz del segundo Festival del Viento; aunque sabíamos que esto era únicamente cuestión de forma (por aquello de los saxos y el viento) y no porque Remi iniciara una carrera de solista. Finalmente se dio la tercera llamada y el sonido presenta a Cráneo de Jade. La Plaza de las Artes, llena en su totalidad, da una cálida bienvenida al trío, con el gusto y la emoción de estar en una de sus presentaciones, tan lamentablemente escasas.

Y ES QUE SI ya de por sí el jazz es un platillo no apto para las grandes masas, el jazz libre resulta mucho más selectivo y, por ende, su atractivo se multiplica para los descendientes de famas y cronopios. En el valle de México al menos, Cráneo de Jade se ha hecho de un público muy amplio, un clan que asiste a sus conciertos con una sola certeza: no sabe qué va a pasar, pero sabe que, suceda lo que suceda, va a estar bien.

AUNQUE EN OCASIONES LLEGAN a tocar algún tema prestablecido, en el concierto del sábado ni los músicos sabían lo que iba a pasar. Hernán Hecht suelta un baquetazo seco sobre la tarola y de un tajo abre el concierto. El contrabajo y el sax tenor dan toques de acercamiento, cada cual por su lado, como avisando que están ahí, pero sin terminar de juntarse. Aarón marca entonces una primera ruta, un primer compás, y los demás lo siguen.

EL TENOR SALTA HACIA una orilla y da voces de alerta y bienvenida que casi de inmediato se transforman en barritos de elefante. En el otro extremo, contrabajo y batería navegan con más tranquilidad, juntos, construyendo esferas que van a estrellarse en los platillos... los fragmentos saltan por todos lados y el público se prende.

LOS TRES OFICIANTES SE conocen, se saben, se funden en un silencio repentino; una parvada de ángeles vuela acompasada por las cuerdas de Aarón, que se queda solo, resbalando los dedos en los límites de sus agudos. Remi intenta reincorporarse con tranquilidad, hasta que Hernán inicia el golpeteo de los tambores y el sax ruge y llora y se lamenta; el contrabajo los sigue en el delirio, es un momento lleno de fuerza y vitalidad; pero la fugaz estampida es interrumpida ahora por la batería, que se clava en los contratiempos. Cruz se regresa a los bajos fondos del diapasón pero el sax insiste con esporádicas asperezas y el trío vuelve al asalto, aunque con un poco más de prudencia.

LOS JUEGOS Y LAS frases lúdicas de otros días casi no aparecen, los músicos están concentrados, más serios que de costumbre, inmersos, absortos en el sonido; pero el resultado es igualmente grandioso. Los tres conocen de memoria los caminos que el jazz ha recorrido a través de un siglo y quieren abrir (abren) nuevas rutas, nuevas formas del sonido.

AARON CRUZ, DESPUES DEL arco y la baqueta, saca un tubo de metal y se va con él sobre las cuerdas, las pulsa más allá de la madera, en el aire, reinventa el instrumento. Hernán va más allá de las escobillas y las felpas, construye sus geometrías sobre el metal y con las baquetas, una sobre otra, concibe sus propias abstracciones.

REMI FIGURA ENORME CON los saxos tenor, soprano y barítono. En el segundo tema (el primero duró casi una hora) saca la cabeza de la flauta y empieza a gemir desde el micrófono, después va por el pie (de la flauta) y continúa la agonía... pero por fin arma el instrumento y lo deja sonar desde una orilla tremendamente lejana, poco a poco se va acercando, hasta mostrar la dulzura intrínseca del metal. No obstante, la gente se emocionó todavía más cuando el maestro del viento mostró las posibilidades de la ocarina, un instrumento prehispánico virtualmente ignorado en el jazz.

LA GENTE LOS OBLIGO A regresar y Cráneo se suelta con algo más rítmico, más de este planeta. El ritual y la catarsis se complementaban.

VARIAS VECES INTENTE DEJAR de escribir, de abandonar el ánimo estúpido de pretender traducir con palabras lo que estaba sucediendo en el escenario, pero la pluma cobraba vida propia y volvía a trazar una tras otra las ideas y las sensaciones, a sabiendas de que no iban a caber en esta nota.

AL FINAL DEL CONCIERTO, buscando a mis hijos, que improvisaban por otro lado, alcancé a escuchar a dos chavos de pelo largo que salían del baño. Uno de ellos sintetizó los conceptos que me giraban en la cabeza: "No güey... pinche viajezote".

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