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La elección del Papa
¡E

l rey ha muerto! ¡Viva el rey!, tales eran la exclamaciones que anunciaban la muerte del monarca y el advenimiento al trono de su heredero. Durante siglos, en Francia y Europa, como en múltiples naciones de otros continentes, la corona era hereditaria. Una familia reinaba durante los siglos que duraba su dinastía. No fue, sin embargo, la única forma de elección del jefe de un Estado. En la antigua Roma, por ejemplo, se practicó la elección del mejor, llevada a cabo por el ejército, el Senado e incluso el emperador reinante. Práctica que duró poco tiempo y se volvió a la sucesión dinástica. La necesidad de ligar su poder a una estirpe condujo a Séptimo Severo a practicar una adopción póstuma que lo hizo hijo de Marco Aurelio. La elección puede ser secreta o pública. O una especie de conjunción donde cada voto es personal y secreto, pero la votación es pública.

En las organizaciones religiosas también existen formas variadas para escoger el sucesor del jerarca desaparecido. En algunas religiones se cree en el derecho divino y en el carácter sagrado de nacimiento, como es el caso del Dalai Lama. A la muerte de éste comienza la búsqueda del heredero, el cual debe encarnar al difunto Dalai Lama, según una tradición iniciada en 1391 con el nacimiento del primer guía espiritual. La sucesión budista se basa en la rencarnación. Los principales Lamas se reúnen junto al lago sagrado Lhamo Lhatso y meditan hasta obtener la visión que les indica dónde buscar al heredero, que deberá haber nacido durante el año que sigue a la muerte del Dalai Lama, reconocer pertenencias de éste y poseer gestos y conductas semejantes.

Pero, sin duda, el más espectacular y fastuoso ritual de la sucesión del máximo guía espiritual es el de la Iglesia católica. Son varios los grandes cineastas italianos que han sucumbido a la tentación de filmar escenas, con los personajes verdaderos o con actores, de las reuniones cardenalicias para elegir al nuevo Papa. Muy logradas son las escenas filmadas por Federico Fellini en las que el cortejo de cardenales es transformado, para regalo del espectador, en un baile de los prelados. Escenas que, en ocasiones, rozan lo cómico de la solemnidad cuando ésta se exagera a su colmo.

Después de los homenajes al difunto Papa, orquestados como una sinfonía, comienza el ritual secular con el cual se procede a la elección del sucesor. El espectáculo es, a la vez, grandioso y secreto. Así, comienza la llegada al Vaticano de cardenales provenientes de los más diversos países del planeta.

A pesar de las reformas decididas por el desaparecido papa Francisco, el ritual de los funerales y la elección del nuevo pontífice conserva su solemnidad y sus aspectos más notables. El anuncio de la defunción del Papa inicia el protocolo de sede vacante: la verificación del deceso, el sellado de los aposentos papales y la destrucción del anillo del pescador, símbolo del poder pontificio. Durante los nueve días posteriores al funeral, llamados novendiales, el colegio de cardenales organiza las congregaciones generales, donde se discuten los temas relevantes, y los prelados se preparan para la realización del cónclave, el cual se llevará a cabo en la Capilla Sixtina. El cónclave reúne a los cardenales menores de 80 años, que, en estricto aislamiento, votan hasta alcanzar una mayoría de dos tercios para elegir al nuevo Papa. No hay lugar para negociación alguna… al parecer. Aunque no faltan las novelas, desde luego de ficción, donde la lucha por la sucesión papal es sangrienta, cuando no mortal.

La elección del nuevo pontífice se anuncia con la tradicional fumata blanca y la proclamación habemus papam desde el balcón de la Basílica de San Pedro.

Al parecer, como muestra el fervor de los innumerables fieles que se han expresado estos días de luto y espera, la Iglesia no parece haber comenzado su decadencia y, para sorpresa de muchos, su arca sigue viento en popa la espera del nuevo Papa.