
Sábado 5 de abril de 2025, p. a12
Así escribe Haruki Murakami sobre música: Dexter Gordon era para mí el gran héroe del jazz, aparte de Charlie Parker, y sólo escuchar su nombre me producía una intensa emoción; sentía en sus sílabas el resonar de la atmósfera jazzística, su aroma, como el olor a pólvora que flota en el aire después de un disparo
.
Ese fragmento pertenece a su nuevo libro, Retratos de Jazz, donde nos comparte porciones de su vasta colección de vinilos y su amor completo por la música.
El sábado pasado, el Disquero presentó el contenido, intención y fondo de esta novedad bibliográfica exquisita. Dejamos para hoy la glosa literaria.
Los ejemplos de escritores que vierten su amor por la música en sus obras es amplio y vasto. El caso de Pascal Quignard es supremo dada la profundidad existencial de sus escritos, nacidos de su sabiduría y su oficio: él es músico y sus textos hacen llorar de tan hermosos.
Tenemos en Thomas Mann también exquisitez, como desenfado en Julio Cortázar, enciclopedismo en Alejo Carpentier, elegancia en Kazuo Ishiguro, ironía en James Joyce, pasión en James Baldwin, hondura en Carson McCullers, metáforas deliciosas en Virginia Woolf, y así literatura y música tienen bella vida conyugal.
La diferencia con el libro que hoy nos ocupa, Retratos de Jazz, es que Haruki Murakami practica la virtud de la humildad al hacer florecer un género literario que suele ser menospreciado: la reseña. Y es desde esa disciplina, la de la reseña de discos, que Murakami nos alegra, nos sorprende, nos hace sonreír, pero, sobre todo, nos hace levantarnos a buscar el disco del que está hablando, para hacerlo sonar.
El primero de los retratos literarios de músicos de su libro pertenece al legendario trompetista Chet Baker:
“Bajo la apariencia de su estilo, de impecable serenidad, se oculta una profunda soledad. El sonido sin vibrato de su trompeta va diluyéndose gravemente al entrar en contacto con el aire, como si las paredes circundantes fueran absorbiéndolo antes de que el tema musical llegue a desarrollarse del todo.
Conmueve, sin duda, nuestros corazones. Y no es una cuestión de profundidad. No hay que buscar demasiado. Simplemente reconocemos en nosotros algo que hay en él, algo que quizás también hayamos vivido. Algo que duele.
Su suave sentido del humor nos hace sonreír cuando retrata a Benny Goodman, enseguida:
Desde la perspectiva actual, Benny Goodman, rey del swing, arrastra cierta imagen de hombre conservador y astuto para los negocios, que no hace justicia a lo que en realidad fue: un pionero en la integración de blancos y negros en una misma banda musical, en una época de segregación racial en que aquello era visto básicamente como una temeridad.
Se plantea siempre dilemas, como el siguiente, al ocuparse de Stan Getz:
Si tuviera que calificar a un autor como el novelista por excelencia y a un músico como el músico de jazz por excelencia, estos serían Scott Fitzgerald y Stan Getz. Tiene la virtud intemporal de tocarnos el corazón con firmeza, de despertar implacablemente al lobo hambriento que habita en nosotros y que, al despertar, se encuentra en medio de un paraje nevado, despidiendo vaho por la boca; un vaho blanquísimo, hermoso, casi sólido.
Tiene la virtud de hacernos recomendaciones irresistibles. Terminamos siempre escuchando lo que describe, como cuando retrata al trombonista Jack Teagarden:
Invito al lector a prestar atención al tono característico de Teagarden; parece hablarte a través de sus fraseos, parece cantar para ti. Me temo que un jazz así, tan íntimo, ya no suena en ningún lugar.
O cuando delinea el rostro musical del alientista Bix Beiderbecke, cuyo sonido sublime me atrapó en cuanto lo escuché por primera vez. En los apenas tres minutos de música de cada tema se agazapa el universo entero
.
Sus recomendaciones tienen todo un instructivo:
Me gusta escuchar este disco en plena noche, solo, con una copa de vino en la mano, y dejarme mecer por su música e inundar por la alegría.
Se refiere al disco The Song My Lady Sings, nacido del sax sublime de Julian Cannonball Adderley. Lo que no menciona es la marca del vino que bebe, porque esa elección corresponde a usted, hermosa lectora, amable lector.
Después de una buena copa de vino, una buena taza de café: el maestro Murakami se levantó de su asiento, dejó la copa vacía en el lavatrastes, abrió la alacena y extrajo una percoladora francesa para ponernos a escuchar música de niveles superiores, la del oso con birrete, Julio Cortázar dixit: Thelonious Monk:
“Es una música cargada de aromas a café solo, a novela de Georges Bataille o de William Faulkner. Se trata de una música obstinada y amable a la vez; intelectual e impetuosa a partes iguales.
Describiría la experiencia de escuchar su música como la de recibir la visita, sin previo aviso, de un hombre misterioso que deja un objeto fascinante sobre la mesa y, antes de poder decir nada, desaparece. Escucharlo es sumergirse en un misterio.
Cuando recomienda discos, Murakami cuenta con autoridad moral y de conocimiento. Mucha de esa música la ha escuchado en vivo, como cuando asistió en Boston a un concierto del sax tenor Sonny Rollins:
En el apogeo de una interpretación heroica se embarcó en un solo improvisado de más de media hora, y todavía nos dejó la impresión de que podía haber seguido con holgura durante unos minutos más. No recuerdo cómo fue el solo, no recuerdo sus fraseos, pero aquello no era humano.
Emite asertos tales como este:
Quien domina el lenguaje es, ante todo, alguien que sabe escuchar.
Y lo aplica al arte mágico de Teddy Wilson:
Su piano no sólo hablaba, su piano escuchaba; atendía al sentir del público y lo incorporaba al cálido flujo de sus notas, con una profundidad musical que alcanzaba el corazón de quienes lo escuchaban, como si entre estos y el piano hubiera llegado a establecerse un diálogo sin palabras. Por eso, a menudo se ha dicho que su música tiene una especial cualidad humana, incluso sanadora.
Cuando vio en un concierto al aire libre a Ornette Coleman, el escritor Murakami tenía, por supuesto, una cerveza en la mano, mientras recordaba cuando se le escuchaba con el mismo poso de gravedad con que se leía a Kenzaburo Oe, o se contemplaba el cine de Pasolini, esperando encontrar codificados entre líneas comentarios sociales. Inmersos en una atmósfera de un intelectualismo y la guerra de Vietnam, los jóvenes trataban de descifrar mensajes ocultos en los fraseos de Ornette Coleman
.
Y así, al voltear las páginas del libro de Murakami, elegir una buena copa de vino, destapar una chela, escuchar la música que sugiere y suspirar, descu-brimos de nueva cuenta por qué la mejor manera de escuchar música es a través de un vinilo:
Un estilo vocal conciso, unos arreglos que valían su peso en oro, un saber estar inmaculado, rezumaba una profesionalidad aplastante, sin necesidad de que su protagonista, Frank Sinatra, derramara una sola gota de sudor. Eso era parte de su arte. Sinatra llevaba el talento en los bolsillos.
Como en cada capítulo de su libro Retratos de Jazz, recomienda uno entre los miles de discos que posee:
“Mi favorito es Swing Easy and Songs for Young Lovers, un elepé en el que el swing aflora en los temas de la cara A, mientras que en los de la B lo hace la serenidad de la balada. Por eso prefiero escucharlos en vinilo, en el tocadiscos, y no en el formato cedé. La exquisitez y el sentimiento de las baladas de la cara B no tienen parangón.”
Como todo aquel que se atreve a escribir sobre música, Murakami hace notar el tremendo reto que eso significa. Por eso en su epílogo vierte:
“La música, en términos generales, siempre ha sido importante para mí, pero el jazz, en particular, ocupa un lugar especial.
Quizá precisamente por eso no me resulta fácil escribir sobre jazz. Se trata de algo demasiado íntimo y no sé qué debo decir ni cuánto alargarme, aunque a pesar de todo, acabo animándome a hacerlo.
El resultado está en su nuevo libro. Al leerlo, imaginamos a Murakami de pie frente a sus muros tapizados con más de 10 mil vinilos. Lo vemos elegir uno de ellos, levantar la tapa del tocadiscos, y escuchamos algo que nos hace estremecer: el gis de la aguja sobre los surcos del vinilo.
Y entonces nos sentamos a disfrutar de esos actos tan íntimos que consisten en leer un libro, escuchar un disco. Y suspirar.