Opinión
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Granada ensangrentada en tardes de toros
M

e escribe el poeta Gabriel Medina:

“Hola, señor Cueli; me llamo Gabriel Medina, de España.

“Le escribo porque estoy realizando una investigación sobre la visita de Federico García Lorca a México, hecho que realmente no sucedió, pero sí que se generó un bulo que indicaba que había visitado, casi de incógnito, una ciudad: San Ángel.

“Intentando buscar vinculaciones con este suceso, con la visita (no visita) de García Lorca a México y, especialmente a San Ángel, me ha sorprendido encontrar una referencia suya de 2015.

“‘San Ángel: uniformidad modernista devoradora’”, en la que usted asigna a García Lorca como el duende de San Ángel, y a José Emilio Pacheco Berny, de 2013, que hace una reinterpretación de la vida de Lorca y lo ubica en San Ángel en los años 60...

“Usted es el experto en sicoanálisis..., pero, ¿no le parece raro que la única vez que se supuso que García Lorca había viajado a México lo hizo a San Ángel, haya dos escritores, usted y el señor José Emilio, hayan coincidido en ubicarlo en esa ciudad?

Sólo quería preguntarle si usted conocía el bulo del viaje de Lorca a San Ángel o fue algo fortuito.

Estoy seguro de que Federico García Lorca no estuvo en México. Pero vaya que tiene duende San Ángel, díganlo si no el viejo restaurante San Ángel Inn y la casa de Diego Rivera y Frida Kahlo de vecinos con su separación de cuartos a la vista.

Dos semanas después, anoche soñaba con la casa de Diego Rivera y su nana, Antonia, y tenía mis asociaciones: …la Alhambra que me transformaba. Me olvidé del presente y sólo recordaba el pasado. Sus viejos macetones me traían a la memoria recuerdos de tardes de amores, toros y noches de flamenquería. Recuerdos que se albergaban ocultos en ruinas. Ocultos como nidos de golondrinas. ¡Qué infinito me parecía el horizonte en los límites insaciables del sueño! En el que brotaban los abundosos cauces y la fértil vega que el agua de las nieves delicuescentes regaba.

La Alhambra policromada, donde quedó el ambiente voluptuoso que vino del Oriente y se llenó de graciosos ajimeces tallados artesones, estanques reflejadores de torres invertidas que abrazaban al cielo con la tierra, batidos por los aires norteños de la sierra. Atalayas, fuentes y balcones a los que la hiedra acariciaba y embellecía, hiedra trepadora que por los muros crecía al abrazar a lo vetusto, ciñéndolo; lo mismo que la morena rendida al erotismo, se entregaba a la vejez mañosa.

¿Y el agua cristalina que bulliciosa juega huyendo de la altura para buscar la vega? Al igual que el agua quemada que bulliciosa se escapaba de los muslos femeninos (que decía Octavio Paz en Piedra del Sol) huyendo de la altura para buscar del hombre su virilidad.

Murmullo deleitante, hipnótica, melancolía, gesticulaba los secretos femeninos, búsqueda fugaz, aliciente del encuentro del monte en cruz, cantaba dulcemente, desde el regazo serpenteante, en cascada invisible, pero húmeda. Remanso silencioso que canta música gitana, que brota del agua cristalina, refleja lo azul del firmamento y vibra al roce de la piel el singular acento fugaz quizá sólo imaginado.

Agua caliente que de los femeninos muslos se escapa, salta por riscos y bosques, fluye por cascadas torrenciales, no la detiene nadie, es la vida en el día de la muerte al anunciar la resurrección cotidiana. Agua de heroicas contiendas mágicas de amores, que en sueños me lleva a un paseo que se vuelve presente, se escapa y en su jardín vivo sentir transformado en la escucha de la zambra que vibra por patios y redondeles toreros, en tardes sangrientas.