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Tumbando caña

Los sonidos africanos de Salif Keita resonaron en el Teatro de la Ciudad

E

l fin de semana pasado la Ciudad de México se vistió de música para recibir la entrada de la primavera con un ícono de la expresión tonal africana, Salif Keita, el noble que renunció a su condición de aristócrata para unirse a la casta de griots y ser mensajero de su pueblo, quien se presentó en el Teatro de la Ciudad con un espectáculo que transgredió las distancias entre el público y la palestra, además de que sirvió para dejar un mensaje de paz y fiesta universal.

Acompañado por una poderosa banda musical integrada por Harouna Samake en la kora, Seydou Kouyate en los teclados, Linley Marthe en el bajo, Moise Sagara en los tambores, Daouda Kone en las percusiones, el poderoso Adédèjì en la guitarra y las portentosas voces de Soubeiga Fatoumata y Sefoudi Kouyate en los coros, Salif Keita apareció en escena vestido de rojo e inmerso en un aura de humildad y agradecimiento.

Descendiente directo del rey Sundiata Keita (1190-1255), el simbolismo que conlleva Salif empata a la perfección con un espectáculo honesto que es una revelación de la capacidad de reinvención de uno de los mayores talentos musicales de África. Lo suyo es un concepto musical nutrido por la yuxtaposición de estilos, lenguas y tradiciones que lo sitúan en el epicentro de las nuevas tendencias musicales del continente africano y en la línea de fuego de aquellos artistas que se resisten a las etiquetas folcloristas y comerciales del showbiz de las Músicas del Mundo.

El programa de canciones fue atípico, basado en discos clásicos como Soro (1987), Moffou (2002), M’Bemba (2005), La différence (2009) y canciones de nuevo cuño en las que explora variantes sonoras desde la perspectiva afro.

Con temas como Moussolou, Mama, Dery y Yamore, dotó a la noche de fiesta y reflexión. Canciones tan vitales como revulsivas impulsadas por una sección rítmica que se movía cómodamente entre el afrobeat y el funk (incluso casi disco en Lavan); un guitarrista potente, roquero, pero imaginativo; teclados a pleno rendimiento, una cora, conocida como arpa africana, puntillosa y las hipnóticas voces de las dos coristas.

Estático, el cantante interpretó Da, tema que abre su disco Talé (2013) para caldear el ambiente con la magia de Yamore. Ya conectado con el público, avanzó con La différence.

Y como para acallar las dudas de sus posibilidades cantoras (en caso de que las hubiera), a mitad del concierto se plantó en medio del escenario, solo con su guitarra y su voz. Esta parte trovadoresca fue la más emotiva. Escuchamos a un Salif pleno, con voz potente y excelente armonización en la guitarra entonando canciones en bámbara, un idioma hablado en Mali, lo que añadió una capa de autenticidad y riqueza cultural a la narrativa. Una de esas canciones, Folon, es una emotiva exploración de la nostalgia y la desconfianza en el contexto de una relación amorosa. En otro tema ( M’Bemba) habla de los ancestros, de marginación y destierro, algo que padeció durante mucho tiempo.

No hay que olvidar que su albinismo fue marginado por su familia y que fue apartado de su sociedad (él siempre quiso ser profesor de primera enseñanza, pero se lo impidieron alegando que daría miedo a sus alumnos), por lo que tomó el camino del destierro y desde que se hizo famoso ha hecho una campaña incansable contra la discriminación. En 2005, cuando tras un largo exilio regresó a Mali, creó la Fundación Global Salif Keita para crear conciencia sobre esta condición y denunciar la percepción que existe en algunos países africanos de que el albinismo es un mal augurio, ya que las personas que tienen esta deficiencia de pigmentación en la piel a menudo son rechazadas e intimidadas –como lo fue Keita cuando era niño– y en algunos países, como Burundi y Tanzania, son asesinadas y les cortan partes del cuerpo para ser utilizadas en rituales.

Tras ese momento íntimo y reflexivo, la fiesta de Salif continuó con Manquer, que arrancó con un potente riff de guitarra, para luego cobrar protagonismo una de las coristas que hizo un canto prodigioso y emotivo: brazos al aire, comunión con el público y un crescendo casi infinito.

La recta final fue un tour de force rítmico en el que todos los músicos tuvieron su protagonismo, cerrando con una espectacular Madan, interpretación que casi les permitió tocar el cielo, la cual contó con mucha energía y participación del público que bailaba en el escenario.