Marcelo Lombardero dirige la mítica historia de amor trágico del ruso Dmitri Shostakóvich

Sábado 22 de marzo de 2025, p. 2
El cartero llama dos veces, y hasta tres, en esta ópera noir sobre el amor trágico de una asesina y su amante cómplice. Porque aquí Katerina, la antiheroína, antes de escabecharse al marido, Zinovy, mata al insoportable suegro Boris poniendo veneno para ratas en unas deliciosas setas guisadas por la nuera, a quien éste desprecia y desea. Boris también desprecia al hijo, débil y tan estúpido como para casarse con esa mujer que se pasa el día en la cama, aburrida, pues él nunca está y ya ni la toca, para colmo incapaz de darle un hijo, aunque Boris considera a Katerina culpable de la esterilidad de su hijo, fría como un pez, pero con la entrepierna caliente.
Todo un acontecimiento cultural es el estreno en el Palacio de Bellas Artes de la mítica tragedia lírica Lady Macbeth de Mtsensk, con una puesta en escena memorable a cargo de Marcelo Lombardero, bajo la dirección musical de Migran Agadzhanyan al frente de la Orquesta de la Ópera, que pasa por un gran momento.
En la que se metió Dmitri Schostakóvich a principios de los años 1930 por componer una ópera tremebunda, sin héroes con los cuales identificarse, que sí, denunciaba el abuso contra las mujeres en un mundo de hombres violentos, despiadados y excitables, pero se refería a un siglo atrás, en la Rusia de los zares, según la novela Lady Macbeth del Distrito de Mtsensk, de Nikolái Leskov (1865). Ay, Dmitri, tan bien que ibas, y por andar haciendo experimentos musicales y narrativos aburriste y molestaste al Padrecito Stalin, que vio ese culebrón paracinematográfico como algo tedioso, confuso, caótico y sin sentido, nada edificante en la primavera de la Revolución Soviética, a la que por lo demás tú, tan joven, ya habías aportado música admirada, a la altura del Momento Histórico.
Nacido en 1906, a los 18 años Dmitri estrenó su primera sinfonía y se volvió un clásico instantáneo, orgullo soviético precoz, ganando admiradores en el Occidente capitalista. Nada lo arredraba: sinfonías, sonatas, cuartetos, conciertos para piano, cantatas, ballet. Con la ópera bufa La nariz había logrado gran éxito; cuando estrena en 1934 Lady Macbeth la crítica lo adora y la burocracia cultural lo aplaude. No lo dicen, pero la original obra está a la altura, y en el aire expresionista y realista, de Lulú, de Alban Berg, o La ópera de los tres centavos, de Kurt Weill. Shostakóvich planeaba una trilogía, al modo wagneriano, sobre las tres Rusias: el pasado zarista y opresor, la epopeya revolucionaria y el optimista Presente Socialista. ¿Qué podía salir mal?
A más de un año de su exitoso estreno, una noche de enero de 1936 José Stalin, líder absoluto y amadísimo, acudió a una función de la ópera en compañía de sus compinches Mólotov, Mikoyan y el pronto temible Andréi Zhdánov, comisario cultural después de la Segunda Guerra, con quien Dmitri tropezaría más adelante muchas veces. Lo siguiente fue un editorial anónimo en Pravda dándole en la torre. Se soltó la jauría. Los Kabalevsky, los Glière y demás burócratas musicales que habían aplaudido la obra, se echaron para atrás, encontrándola amorfa, fallida y poco pedagógica. Sería su última ópera.
Mucho tuvo que aplicarse Dmitri para recuperar el favor de los jerarcas. Anduvo musicalizando películas antes de crear nuevos hits como la Quinta y las sucesivas sinfonías, y cantatas accesibles, épicas y heroicas cuando lo demandó la patria antes y durante el infierno zhadanovista que se desataría en 1946. Tuvo suerte, como Serguéi Prokófiev, y ahí la fue llevando. A los músicos no los mataban. Ese honor se reservaba a los poetas, como Óssip Mandelstam, que vaya que hizo enojar a Stalin ¡con un poema!, y acabó preso en Siberia contra toda esperanza, igual que Katerina y su novio en Lady Macbeth. Aunque espérense, esa no era la intención de Shostakóvich, él hablaba del feo pasado feudal. Vista ahora, la ópera remite al pavoroso futuro de entonces, que serían los sótanos de la KGB, los gulag, y en la menos peor, el ostracismo. No sólo Lady Macbeth se adelantó a su tiempo, también la censura estalinista, que empeoraría con los años.
La Lady Macbeth de la ópera (con libreto de Alexander Preis sobre la historia de Leskov) no induce al crimen a su hombre por poder, como en la tragedia de William Shakespeare, sino por deseo y, si se quiere, por amor. Es posible que sea la ópera del repertorio donde se coge más. Igor Stravinsky coincidiría con Pravda (quién lo viera) al acusar a Dmitri de monotonía, pornografía y mal gusto.
Katerina Lvovna (interpretada por la estupenda Izmáilova Lada Kyssy) se aburre en la cama, se tienta con ganas, se queja del marido, el suegro y el poco sabor en su vida, pero no es ninguna Emma Bovary, no sabe leer ni sueña. Desea. Debe soportar a Boris Timoféyevich Izmáilov (Hernán Iturralde), padre de su marido que seduce a las obreras de su negocio y lo intenta con su nuera, a quien ganas no le faltan.
Momento reivindicativo
El coro (conducido por Andrea Faidutti) aparece primero como la base trabajadora de los Izmáilov. La primera sangre que vemos es de los enormes costillares de res de la empresa, con todo el Francis Bacon que se les ocurra. Luego violarán tumultuariamente a Aksinya (Dhyana Arhom), trabajadora de limpieza, con la participación estelar de Serguéi (el tenor Sergei Radchenko), nuevo empleado con fama de mujeriego. Katerina interviene, dejan ir a la víctima; la consuela echando pestes de los hombres y reivindicando a las mujeres.
No obstante, el flechazo entre Katia y Serguéi es inmediato y cínico. En cuanto pueden dan rienda suelta a su lujuria, sin importarles el suegro, a quien ella envenena, ni el marido, Zinovi Borísovich Izmáilov (Evanivaldo Correa), a quien cuando regresa de su viaje de negocios y los sorprende en la cama de la que nomás no salen, entre los dos lo estrangulan y degüellan antes de esconder el cadáver en la bodega. Katia es una devoradora, y Serguéi un candente enamorado, y aunque la escenificación en Bellas Artes resulta pudorosa, deja claro el sexo explícito que pretendía Shostakóvich.
La boda de los amantes ilícitos da nueva oportunidad al coro. Damas y caballeros bailan poniéndose hasta el cepillo. Un borrachín descubre el cadáver de Zinovi, llaman a los policías, que sólo piensan en la mordida, y se los llevan presos.
La justicia zarista condena a los amantes a Siberia. En una cuerda espantosa de prisioneros (otra vez el coro) atraviesan la estepa: caminos abiertos por las cadenas
, mil millas llenas de osamentas, sudor y sangre
.
En el atroz confinamiento, Serguéi culpa de su desgracia a la insaciable Katia y la traiciona en favor de Sonietka, otra presa. Ante la humillación, Katia arroja a su rival a un río, cae con ella y se ahogan juntas en el agua helada y negra.
Cabe mencionar que el estreno mexicano de Lady Macbeth de Mtsensk había sido frustrado por la pandemia hace un lustro. La sugerente puesta de Marcelo Lombardero en el Palacio de Bellas Artes cuenta también con la participación de Diego Siliano (escenografía), Rafael Mendoza (iluminación), Luciana Gutman (vestuario) y Cinthia Muñoz (maquillista). Son muchas las resonancias contemporáneas de esta ópera altamente recomendable.