res amigos escritores hicieron del suicidio su leyenda. Su última historia, como la de nuestra Antonieta Rivas Mercado, que habrían de escribir otros. El 18 de febrero de 1938 Leopoldo Lugones, en el delta del río San Fernando, lugar de verde intenso y humedad constante, después de mirar largamente el paisaje bebió lo que sería su último whisky. Un ligero sabor amargo y un vago olor a almendras delataba el cianuro con el que lo mezcló. Fue una muerte violenta, a decir de los médicos; una despedida radical la del máximo escritor argentino, quien en opinión de Borges: Si tuviéramos que cifrar en un hombre todo el proceso de la literatura argentina, ese hombre sería indiscutiblemente Lugones
.
En una nota póstuma, encontrada en la cabaña de la finca El Tropezón, pidió ser enterrado sin ataúd.
Horacio Quiroga, autor de notables cuentos y amigo de Lugones, tuvo una constante y extraña proximidad con la muerte. La inició su abuelo al dispararse por accidente con su escopeta frente a su familia; su padrastro, que después de haber quedado semiparalizado a causa de un derrame cerebral, se disparó en la boca con una escopeta mientras Horacio entraba a la habitación; años después, su amigo Federico Ferrando decidió batirse en un duelo y Horacio, al revisar y limpiar su revolver, accidentalmente hizo un disparo que dio en la boca de Federico matándolo en el acto; el de su esposa, quien agonizó durante una semana luego de ingerir reveladores de fotografía y, finalmente, su propia muerte, cuando decidió quitarse la vida con un vaso de cianuro. Sus tres hijos, años después, replicarían la acción de su padre.
Alfonsina Storni, al saber del suicidio de Quiroga, escribió una especie de epitafio en verso en el que para muchos anticipó su propia inmolación: “Morir como tú, Horacio, en tus cabales, / y así como en tus cuentos, no está mal. / Un rayo a tiempo y se acabó la feria… / Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte, / que a las espaldas va”.
Del suicidio de los tres amigos sólo el de Alfonsina Storni es el más conocido. Una canción interpretada por Mercedes Sosa fue la causante de tatuar en el imaginario colectivo su leyenda. Los agudos y graves intensos de su voz de contralto hicieron vibrar la leyenda de la poeta con más mentira que verdad: no transitó por un sendero de blanda arena que lame el mar hasta el agua profunda como dice la canción. Saltó al Mar de la Plata desde la alta escollera La Perla, el 25 de octubre de 1938. Como sea, la hermosa zamba compuesta por Ariel Ramírez y el escritor Félix Luna se ha convertido en una de las canciones que más intérpretes ha tenido. Hasta el momento, 93 conocidos, como Mercedes Sosa, Soledad Bravo, Los Ángeles Negros, Miguel Bosé, Diego El Cigala, Plácido Domingo, Mijares, Pandora, Tania Libertad, Chabuca Granda, Lucho Gatica, Vicente Fernández, Shakira, Raphael, Natalia Lafourcade y Lucha Villa.
Pero la zamba Alfonsina y el mar recupera entre las iridiscencias de la leyenda los misteriosos versos que la propia Alfonsina escribiera en su último poema. ¿A quién se refería?: Y si llama él, no le digas nunca que estoy. / Di que me he ido
.
El poema Voy a dormir
, publicado un día después de su muerte y que ella misma envió al diario La Nación, no deja lugar a dudas sobre su decisión suicida: “Tú, nodriza fina… tenme prestas las sábanas terrosas / y el edredón de musgos escardados. / Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame”.
La muerte es un tema constante en la poesía de Storni. En uno de sus libros juveniles dice literalmente: tengo la impresión de que he de vivir muy poco
, y más adelante escribe incluso: un epitafio para mi tumba
.
El amor carnal, el erotismo, la introspección y la búsqueda de la igualdad entre hombre y mujer son algunos de los ejes de su poesía. Tú me quieres blanca
es, quizá, su poema más radical y feminista: “Huye hacia los bosques / vete a la montaña; límpiate la boca; / vive en las cabañas… Y cuando las carnes / te sean tornadas, / y cuando hayas puesto / en ellas el alma /que por las alcobas se quedó enredada, entonces, buen hombre, / preténdeme blanca, / preténdeme nívea, /preténdeme casta”.
Aunque la muerte es ineludible y democrática, algunos deciden convocarla y no permitir que el azar o las precisas leyes del universo los sorprendan.
Si son escritores, forman, sin pretenderlo, una especie de sociedad de los poetas muertos. Robin Williams lo sabía.