oven abuelo: escúchame loarte / único héroe a la altura del arte. Dos versos de Suave patria
, de Ramón López Velarde, sintetizan lo que significa Cuauhtémoc en la cultura nacional. En la biografía heroica de Salvador Toscano (que, sin embargo, sigue la línea narrativa de Hernán Cortés y que da por buenos algunos de los cuentos más inverosímiles del capitán sobre el pusilánime Moctezuma
y su creencia en la divinidad de los extranjeros
), escribe sobre los héroes
: “Alvarado todavía habría de cometer un error más. A instancias de Moctezuma dejó libre a Cuitláhuac, también prisionero en el palacio, para que –decía el soberano de México– recomendara la paz a los mexicanos. Pero el valeroso señor de Ixtapalapa, Cuitláhuac, salió de la infamia de la prisión para ponerse a la cabeza de los suyos. Y mientras Cuauhtémoc surgía a la historia como el caudillo de la rebelión, Cuitláhuac pasaría como el héroe de la expulsión y derrota de los extranjeros en la Noche Tenebrosa”.
Dicho talante heroico
aparece incluso en las fuentes españolas. Bernal Díaz retrata así a Cuauhtémoc: Era un sobrino o pariente muy cercano de Montezuma, que se decía Guatemuz, mancebo de hasta 25 años, bien gentilhombre para ser indio, y muy esforzado, y se hizo temer de tal manera que todos los suyos temblaban de él
.
El Códice Ramírez lo presenta a él, así como la política que habría de seguir una vez coronado: “Y eligieron los mexicanos por rey a un sobrino de Motecuzuma llamado Quauhtemoc, señor de Tlatilulco en México, sacerdote mayor de sus idolatrías y hombre de mucho valor y terrible […] Dijeron que querían más morir, que hacerse esclavos de gente tan mala como los españoles; así quedó concluido que era mejor morir”.
En ambos casos se ve esa resolución: los dos últimos tlacahtecutlis de México-Tenochtitlan imponen, por convicción y por la fuerza, la posición de resistir sin tregua a españoles y aliados. Y no está en duda: podría reproducir 20, 30 citas del propio Cortés y de sus compañeros en que quedan muy claros el valor y la capacidad del joven Cuauhtémoc. Es curioso que la derecha española neoimperial y sus epígonos historiográficos
hayan llenado esta semana las redes acusando a Cuauhtémoc de cobarde
: al hacerlo llaman mentiroso a su gran héroe, Cortés.
El nacionalismo mexicano, desde antes de que México se llamara así, fue haciendo de Cuauhtémoc el gran héroe trágico y piedra sillar de la nación. Algunos argumentan con razón que eso implica colocar a Tenochtitlan como resultado de la historia mesoamericana, o dar por buena la fantasía de Cortés sobre la existencia de un imperio, o difuminar el mosaico lingüístico y cultural de Mesoamérica y Aridoamérica, o caer en el centralismo aztecocentrista (chilangocéntrico), e incluso, exaltar el militarismo mexica, lo que haría del discurso del nacionalismo mexicano algo similar a los discursos imperiales.
Sin embargo, recuerdo que a Cuauhtémoc lo tomaron como símbolo algunos movimientos de resistencia indígena. Si basáramos el nacionalismo mexicano en la agresión y la opresión (como los nacionalismos español o yanqui), nos identificaríamos con Motecuzoma Ilhuicamina o Ahuízotl, no con Cuauhtémoc. Y a partir de ahí nos identificamos con los rebeldes, con los que resisten a un colonialismo cuyo primer resultado fue el colapso demográfico: la población de lo que hoy son México y parte de Centroamérica pasó de 14 a 2 millones de habitantes entre 1500 y 1600, y no debido únicamente a las epidemias: también, a la ruptura de los lazos comunitarios y las redes colectivas, al esclavismo en las minas y las encomiendas en el campo, al trabajo forzado en la construcción de ciudades y las guerras de exterminio en el Septentrión o Yucatán…
Los nacionalistas criollos del siglo XVIII eligieron a Cuauhtémoc como símbolo, pero también lo han hecho las comunidades en resistencia. Y también en eso querríamos fincar nuestra identidad y nuestro orgullo: las derechas españolas y los mexicanos cipayos (y algunos de buena fe que no se pueden sacudir la educación priísta ni a Octavio Paz) insisten en que somos (somos, no estamos) acomplejados
o resentidos
. Se equivocan: para muchos de nosotros es un orgullo fincar nuestra identidad en la resistencia contra los opresores, la lucha contra el colonialismo y el imperialismo; las rebeldías y revoluciones populares. Descender de mixtecos, nahuas y otomíes; andaluces, vascos y castellanos; moros y cristianos; africanos esclavizados y cimarrones; libaneses, nicaragüenses y hasta algún pirata inglés. Y que a este mosaico pluricultural se añadan todos los combatientes por la libertad contra el nazifascismo a los que abrimos las puertas en el siglo XX: judíos de Europa oriental que huían de Hitler, españoles que huían de Franco, sudamericanos que huían de Videla y Pinochet. Es nuestro el México de Cuauhtémoc; de Josefa Ortiz, Leona Vicario, Hidalgo, Morelos y Guerrero; de Juárez y la chinaca; de los zapatistas, de Cárdenas, del reparto agrario y la expropiación petrolera. Y en ese México hay grandes victorias.
Cada uno de esos símbolos tiene que ser rediscutido y el de Cuauhtémoc debe hacerse a partir de la revisión del militarismo mexica y de la idea que hace de Tenochtitlan el antecedente de nuestra nacionalidad, idea que inventaron Cortés y sus amigos. Sin embargo, su cobarde asesinato, hace 500 años, también nos lleva a identificarnos con él.